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Así fue la campaña agrícola

David Uclés
Director del Servicios de Estudios de Fundación Cajamar

Como todo el mundo sabe, en los últimos años, la economía española logró importantes ritmos de crecimiento, acompañados de una reducción de la tasa de paro que podríamos denominar histórica. Sin embargo, gran parte de ese empleo y de ese crecimiento se produjo en un mercado inmobiliario (y aledaños) sobrecalentado y con posibilidades de crecimiento de la productividad física muy reducidas. Durante esos años de boom, apenas nadie se acordaba de la agricultura y de la agroalimentación en general. Sin embargo, ahora que las tornas se han dado la vuelta, este sector se vuelve a mostrar como un sector refugio y como el reducto de competitividad que siempre fue para España. Hoy, lo agroalimentario vuelve a estar de moda.

Pero de lo que se trata ahora es de mirar hacia atrás y buscar en los acontecimientos pasados las claves para mejorar nuestro futuro.

Posiblemente, en este pasado ejercicio, la variable climática más influyente fue la lluvia. Las precipitaciones más que duplicaron las del ejercicio precedente (que ya había sido especialmente húmedo). Este meteoro incidió de forma negativa en las cosechas, principalmente durante la campaña de otoño, en la que los problemas relacionados con el exceso de humedad, produjeron menores rendimientos y peores calidades. Afortunadamente, a lo largo de la primavera esta circunstancia fue modificándose de manera favorable. En términos de temperaturas, el arranque de la campaña fue bueno, las lluvias se concentraron entre diciembre y marzo, pero la prolongación de un clima cálido en Centroeuropa provocó una coyuntura de malos precios es esas fechas que se prolongó a lo largo de esa primera mitad con los efectos de las lluvias. Afortunadamente, la primavera ayudó a compensar los malos comienzos y tanto las producciones de ciclo largo como las siembras de primavera se encontraron con unas condiciones climáticas y de mercado mucho más favorables.

Otra de las cuestiones a tener en cuenta para explicar lo sucedido a lo largo de los meses pasados, es la progresión de los métodos de control biológico. La mayor parte de las producciones han continuado en una trayectoria ascendente, en la que destaca el pimiento que cuenta prácticamente ya con el 100% de su superficie bajo protocolos de control. Sin embargo, tal y como ya se señalaba en el Informe anterior, esta nueva técnica de cultivo supone un reto tanto para los agricultores como para la industria auxiliar, un reto que les exige un esfuerzo de adaptación continua. La adopción de esta filosofía, inducida por el consumidor, supone la reaparición de algunas enfermedades ya superadas y la adopción de estrategias diferenciadas para las nuevas. De momento tanto unos como otra están respondiendo de forma ejemplar, demostrando una flexibilidad y un dinamismo realmente envidiables.

Los condicionantes mencionados implicaron que la producción se redujera en un 3,47%, hasta alcanzar las 2.788.222 toneladas. Descendiendo al análisis por productos se detectan dos tendencias que podríamos denominar de retirada. La primera, evidente desde hace años, es la de la judía verde, que en esta campaña acumuló un nuevo retroceso (en esta ocasión del 20,3%). La segunda es la del melón, que acumula ya 6 campañas consecutivas de descensos, siendo el último de un 14,27%. Nuestro producto principal, el tomate, se ha visto este año perjudicado en su campaña de otoño por las lluvias y los problemas de calidad y producción, mientras que el miedo a la incidencia de la Tuta motivó una menor siembra en la campaña de primavera. Por el contrario, berenjena y pepino sobresalieron por sus aumentos de producción. Respecto a la superficie total cultivada, creció ligeramente, un 1,14%. Mención especial merece el comportamiento de la lechuga, que en esta campaña ha alcanzado unos niveles muy elevados de producción (situándose ya como el sexto producto en volumen y valor) y unas buenas cotizaciones.

Aunque las cotizaciones a principios de campaña siguieron la tónica del final de la anterior, poco a poco, la merma de producción y una demanda de consumo que no se reducía en demasía, propiciaron una mejora de los precios unitarios, de modo que el valor total de la producción ascendió a 1.442,7 millones, un 2,3% más que en 2009. Con respecto a la media de las 10 últimas campañas, que pueden ver en la pantalla, los resultados de los principales productos no son precisamente favorables y enmarcan algunas de las conclusiones que veremos a continuación. El precio medio apenas ha variado (0,51€), proviniendo el aumento del valor (4,7%) de la mejora de las cantidades producidas y volviendo a resaltar la tendencia claramente recesiva de judía verde y melón.

Por su parte, la demanda externa (la que provoca nuestras exportaciones) contribuyó de forma decisiva a la mejora de las cifras económicas de la campaña. La recuperación más temprana de las economías europeas nos ha venido a echar una mano al incrementar el consumo de productos extranjeros. Así, los registros de la campaña fueron de récord: 1.526,5 millones de euros y 1.696.065 toneladas o, lo que es lo mismo, el 60,8% del total producido. Como siempre fueron los mercados europeos los que mostraron una mayor acogida a nuestras producciones, si bien con respecto al ejercicio precedente, Alemania perdió algo de protagonismo y Francia recuperó el segundo puesto como comprador que le había arrebatado Holanda.

La campaña 2009/10 presentó una novedad importante con respecto a las anteriores. Esta fue el recorte de los costes de producción, calculado globalmente en un -4,3%. Muchos de los principales ahorros estuvieron relacionados con la crisis económica y el clima de deflación que se vivió en España durante gran parte de 2009, como los fertilizantes, los gastos financieros o el transporte. Otros, sin embargo, tienen que ver con motivaciones productivas. Por ejemplo, el agua redujo su coste, no tanto por causa de sus precios, sino por la menor necesidad de compra de la misma, al proporcionar la lluvia un alivio en este capítulo. Asimismo, los gastos en control biológico se vieron recortados por dos razones. La primera una demanda menor, al haber optimizado los agricultores el uso de los insectos auxiliares y, la segunda, una mayor competencia en el mercado de los suministradores, que contribuyó a reducir los precios. Sin embargo, las tendencias de fondo siguen siendo alcistas y desde comienzos de la presente campaña la mayor parte de ellos han vuelto a tasas positivas.

Lo comentado hasta aquí es un mero resumen de los datos. A lo largo de las 90 páginas del Informe, los lectores podrán encontrar mucho mayor detalle. Incluso, en el capítulo de los anexos descubrirán un par de novedades. La primera relacionada con una nueva fuente de información que se suma este ejercicio, como es el Panel de Consumo Alimentario, del que se extraen unas líneas de tendencia de consumo y gasto muy reveladoras. La segunda es la presentación de algunos de los principales resultados de algunos ensayos llevados a cabo en la Estación Experimental de la Fundación. Como muchos de ustedes conocerán, el motivo de la portada de este año y el fondo de esta misma presentación es el Invernadero Inversos, que ha demostrado un comportamiento muy favorable en las condiciones de producción almerienses. Y lo hemos elegido porque creemos que simboliza muy bien uno de los principales retos que afronta nuestra agricultura.

Llegados a este punto, como decía al principio, tal vez sea conveniente pararse y examinar la situación en la que nos encontramos. El mundo está cambiando rápidamente al paso que dicta la Globalización. Hace unos días hemos asistido en el G20 al enésimo enfrentamiento entre China y EEUU a cuenta de los tipos de cambio de sus respectivas monedas. Los emergentes, de repente, se han colado en las mesas de decisión del más alto nivel y todo indica que han llegado para quedarse. Por otro lado, la crisis golpea en la línea de flotación de la coordinación de políticas monetarias y, mientras EEUU sigue apostando por la expansión del gasto, los europeos, a medias por convencimiento, a medias por exigencias de los mercados nos vemos obligados a reconducir nuestras finanzas públicas. Por otro lado, la demanda mundial de alimentos crece, y seguirá creciendo a medio plazo. Pero lo hará en países que hasta hace poco se situaban en la periferia. Porque los países desarrollados envejecemos. Aunque también exigimos cada vez más de nuestros alimentos, y diversificamos los formatos y costumbres de consumo, y seguimos teniendo mayor capacidad de compra. Los próximos años van a resultar cruciales para muchos sectores. Como se ve en el gráfico, la tendencia de la producción agraria mundial es creciente, pero a día de hoy uno de los mercados que mejor paga sus alimentos sigue siendo el europeo. Consecuencia: la presión competitiva en nuestro ámbito va a seguir creciendo, y los acuerdos con Marruecos, las conversaciones con el Mercosur y las tendencias del mercado invitan a pensar que posiblemente eso sea lo único que no cambie.
¿Qué supone todo esto para el agricultor almeriense? En realidad nada que no esté experimentando ya: mayores agobios competitivos. Si analizamos la marcha de la producción hortícola provincial, podemos situar el momento de mayor expansión de la producción en el período 1993-1998. Durante estos años, el crecimiento de la producción es realmente espectacular. Si nos seguimos fijando, veremos que el salto fue posible gracias al aumento de la superficie y, en mayor medida, de los rendimientos. En cierta forma, el último gran impulso al crecimiento de la superficie se dio en esos años, pues luego apenas ha variado. Sin embargo, lo que realmente permitió ese crecimiento fue la entrada en vigor del Acta Única y la desaparición de los restos de protección de la Comunidad Europea. Los rendimientos físicos (los kilos por hectárea) han crecido muy deprisa, al mismo tiempo que, lentamente, los precios medios (los euros por kilo) se han ido reduciendo. La consecuencia es que los ingresos medios, los euros por hectárea, se han comenzado a deteriorar desde mediados de la década de los 90, hasta llegar a suponer en la última campaña apenas el 60% de su valor en 1975 –medido todo en términos reales, es decir, eliminando el efecto de la inflación–. Si las tendencias se mantienen, tarde o temprano, los ingresos medios se terminarían cruzando con la de los costes crecientes y terminarían las explotaciones en pérdidas. Si consideramos que la capacidad de los agricultores y sus cooperativas para presionar al alza los precios o a la baja los costes es muy limitada; la única vía que nos queda es la ganancia de productividad. Es decir, mejorar los kilos por hectárea. Y, con ello, reducir el coste medio. Pero necesitamos un factor impulsor de éstos, algo que, como en los 90, los haga alcanzar rápidamente un nivel superior. La respuesta, como entonces, estará con mucha seguridad en la tecnología.

Si tenemos en cuenta que el 20% de los invernaderos de la provincia se pueden considerar “viejos”, la mejora de las estructuras podría contribuir a dicha mejora. No sólo porque las nuevas estructuras como la de la portada sean más productivas por sí solas, sino porque permiten avanzar en las técnicas de manejo de los cultivos. Como ya les he mencionado en la exposición y como seguramente remarcará Jerónimo a continuación, en este campo aún tenemos mucho margen de mejora. Evidentemente, en el reto de la competitividad, los rendimientos físicos son una parte importante, pero no la única. Nuestros competidores aprietan cada vez más y nos ganan terreno en el campo de la judía o del melón. Como decimos en el texto del informe: “las líneas de trabajo de futuro deben también intentar minimizar las actuales debilidades (como la relativa atomización de la oferta, o la incapacidad de negociación frente a la gran distribución) y aprovechar las posibles oportunidades que surjan en el entorno”.

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