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La gestión de los residuos

Moisés S. Palmero Aranda
Educador ambiental y escritor 

El problema de los residuos, da igual si hablamos de plásticos de agricultura, de neumáticos o de los que generamos en nuestras casas, radica en los inoperantes sistemas de gestión diseñados en nuestro país. Sobre el papel son perfectos, porque están pensados para repartir la responsabilidad y los gastos entre todos los agentes implicados, los productores, los consumidores, los gestores y las administraciones. Además preservan la conservación del medio ambiente, evitando la contaminación, reduciendo el abuso de los recursos naturales, la destrucción de los ecosistemas y la pérdida de biodiversidad. Todos salimos ganando.  Pero a la hora de la verdad, inmersos en una economía de mercado, donde prima el beneficio por encima de todo, se desmoronan como un castillo de naipes.

A modo de resumen todos funcionan igual. Ante los delitos ambientales, las administraciones legislan para que las empresas solucionen el problema que generan sus productos. Los productores deciden crear los sistemas de gestión y se unen entre sí para reducir gastos, pagando por adelantado los residuos que lanzan al mercado. Con esa aportación los productores se liberan de su responsabilidad. Estos sistemas de gestión, que ya han cobrado, son los encargados de recoger todos esos residuos y recuperarlos. Para conseguir sus objetivos se ponen de acuerdo con las instituciones que les permitirán poner contenedores para la recuperación de las basuras. Administraciones que también pagan por adelantado por ese trabajo.

Los sistemas de gestión, se dedican a hacer su labor, pero sin mucho entusiasmo porque ya han cobrado las facturas. Como el problema continúa, por su falta de eficacia, convencimiento y rentabilidad, y los ciudadanos y las administraciones se quejan de lo sucio que está todo, los sistemas de gestión realizan campañas de sensibilización para que los consumidores lleven sus residuos a los puntos de recogida.

Y aquí radica el problema, porque no les vale que se los lleven de cualquier manera, los quieren bien clasificados, limpios y sin impropios. Algo complejo por la gran variedad de materiales diferentes que componen los productos, dificultando la labor del consumidor que se ve obligado a perder gran parte de su tiempo en comprender donde va cada cosa. Muchos de esos productos por sus componentes no se podrán reciclar jamás, aunque se llevasen de la manera adecuada a las plantas de tratamiento. Si a eso le añadimos el gasto generado por clasificar y depositar adecuadamente los residuos, ocurre lo que estamos viendo: que el consumidor termina arrojando los residuos a cualquier rincón, cansado de que todos los gastos repercutan en ellos, de la poca credibilidad del sistema, de la dificultad para separar determinados residuos y la falta de voluntad de las administraciones por hacer cumplir las leyes.

Así que lo fácil, lo más rápido, es culpabilizar a los ciudadanos acusándolos de falta de conciencia cívica y ecológica. Y pueden tener parte de razón, porque si cada uno de nosotros se molestase en llevar a los puntos de recogida los residuos que genera todo sería perfecto, pero creo que es injusto. Aunque también estoy convencido de que si todos hiciésemos lo que se no pide pondríamos en evidencia las carencias  del modelo.

Tenemos que desarrollar sistemas de gestión donde cada uno asuma su responsabilidad y se facilite la labor del consumidor. Las administraciones deben ser vigilantes y garantes de la ley. Los productores deben fabricar productos cien por cien reciclables, realizados con materiales reciclados y que garanticen, y sea sencilla, su clasificación, transporte y tratamiento. Los sistemas de gestión no deben estar integrados por las empresas productoras sino que debe ser un modelo mixto donde todos los agentes estén representados y cuyo beneficio final, si lo hubiese, se base en el número de toneladas de residuos recuperados. Y lo más importante, al consumidor, se le debe recompensar pagando por el residuo que devuelve al sistema. Su tiempo, su esfuerzo y los materiales que recupera porque no los abandona en cualquier lugar, tienen su valor. El residuo es materia prima y como tal hay que pagarlo.

Si el modelo actual se basa en la economía del mercado, al eslabón fundamental de la cadena no puedes pretender premiarlo con recompensas morales. El residuo, y el medio ambiente, son de todos, no solo de los consumidores.

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