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¿Recuperación del ingreso por hectárea?

David Uclés Aguilera
Director del Servicio de Estudios Agroalimentarios de Cajamar

Lo bueno que tiene disponer de series temporales en economía es que su análisis nos proporciona perspectiva. Las series con las que Cajamar elabora el Análisis de la campaña hortofrutícola son una joya para este tipo de ejercicios. Los datos arrancan de 1975, y llegan hasta la campaña 2017. Del conjunto de informaciones hay un par de gráficos que me gustan especialmente. Uno es el que presenta en índice las variables superficie, producción y rendimientos.


De esta imagen se deduce que el aumento de producción hortofrutícola de Almería se ha debido casi a partes iguales a una mejora de los rendimientos (por mejoras tecnológicas, de manejo o de semillas y especies cultivadas) y a un aumento de la superficie. En los últimos años, y ante un cierto decaimiento de los rendimientos (Tm/Ha) parece que la expansión de la superficie es la principal protagonista. Es una cuestión que desde hace tiempo preocupa al sector. No tanto por la ocupación de territorio en sí (sigue siendo una parte muy limitada de la provincia) como por la presión añadida sobre los acuíferos.

El geógrafo Rodolfo Caparrós explica que la ocupación del territorio en lo que hoy es la provincia de Almería siempre ha estado vinculada a la disponibilidad de agua, la cual solo provenía de las escasas corrientes superficiales. Fueron la inventiva y el desarrollo de tecnologías para aprovechar los recursos bajo tierra los que permitieron ir ampliando esos límites
La actual sequía hace que este asunto sea tratado con mayor interés en este momento. En este sentido, es grato observar cómo son los propios regantes los que están comenzando a tomar la iniciativa y a proponer actuaciones para procurar la recarga de los acuíferos. En un territorio como el nuestro, el agua ha sido históricamente un claro limitante de la actividad. El geógrafo Rodolfo Caparrós explica que la ocupación del territorio en lo que hoy es la provincia de Almería siempre ha estado vinculada a la disponibilidad de agua, la cual solo provenía de las escasas corrientes superficiales. Fueron la inventiva y el desarrollo de tecnologías para aprovechar los recursos bajo tierra los que permitieron ir ampliando esos límites.

Hoy, nuestra baraja de posibilidades es más amplia que nunca. Disponemos de estrategias de riego deficitario que ahorran sin poner en peligro la producción, los techos de los invernaderos se convierten en recolectores de agua de lluvia, contamos en el Levante con dos trasvases (casi inútiles en la actual coyuntura), se puede reutilizar el agua urbana y hay desaladoras que aumentan la oferta natural. En realidad, se trata de un problema de costes a corto versus a largo. A corto, lo más rentable sigue siendo el acuífero. A largo, posiblemente los costes de quedarnos sin nuestra fuente subterránea serían inasumibles.



El otro gráfico representa los índices de tres variables indirectas. Se trata del rendimiento físico (tm/Ha), el precio medio percibido (€/Kg) y los ingresos medios por unidad de superficie (€/Ha). Las variables económicas se presentan deflactadas, por lo que se ha aislado el efecto de la inflación. En dicho gráfico son fácilmente identificables dos leyes económicas. La primera, la de los rendimientos marginales decrecientes, según la cual el aumento marginal de la producción iría decayendo poco a poco con el tiempo. Es una especie de reformulación de la entropía física, pero también es un recordatorio de las limitaciones físicas al aumento de la producción.

La única forma de incumplir dicha ley es encontrar una tecnología que cambie radicalmente el sistema productivo y que establezca un nuevo máximo físico de producción. Pero, aún así, nos predice que cada nuevo salto disruptivo tenderá a ser menos eficiente que el anterior. Si miramos la línea de los rendimientos físicos podemos ver cómo estos llevan tiempo estancados. Incluso, desde 2011, presentan una cierta tendencia decreciente que podría estar relacionada con el paso a la producción integrada.

La segunda ley es más bien una maldición, la de las materias primas, según la cual la tendencia de los precios de estas marca un perfil decreciente con el tiempo, puesto que la dependencia de sus exportaciones por los países en vías de desarrollo hace que, para compensar un descenso de precios haya que aumentar la producción, lo que incrementa la oferta en el mercado, creciendo la presión a la baja de esos mismos precios.
Desde 2014 se han recuperado 20 puntos porcentuales en el precio medio, si bien más de la mitad de esa mejora la explica la excelente campaña 2016/2017
Si nos fijamos en la variable precio unitario podemos ver que hasta 2014 esta había caído hasta un 50 % en términos reales (eliminando el efecto inflación) con respecto a 1975. Hasta ahí, todo normal. La única forma de mantener los beneficios era el aumento de superficie, lo que explicaba la tendencia a una mayor superficie media de las explotaciones en la provincia, hoy más del doble que en 1989. Sin embargo, desde 2014 se han recuperado 20 puntos porcentuales en el precio medio, si bien más de la mitad de esa mejora la explica la excelente campaña 2016/2017.

El cruce de precio y rendimiento, que es el ingreso por hectárea, se ha comportado aún mejor, recuperando casi 40 puntos desde el mismo 2014. ¿Significa esto que hemos logrado revertir la maldición de las materias primas? Desgraciadamente los gráficos no nos lo explican todo. Por un lado, el mix de productos de Almería ha cambiado a lo largo del tiempo. Hoy, las denominadas especialidades tienen un protagonismo muy elevado y sus cotizaciones contribuyen a engordar la media global. Y el periodo de tiempo aún es pequeño.

Es posible, por ejemplo, que los mayores ingresos por hectárea se hayan trasformado también en mayores beneficios y eso haga crecer de nuevo la superficie, aumentando la oferta y contribuyendo a un descenso futuro de los precios. Las fórmulas para mantener la nueva tendencia durante más tiempo probablemente pasen más por favorecer la demanda de nuestros productos, convenciendo a los consumidores de los efectos positivos que el consumo de frutas y hortalizas tiene sobre su salud; o ampliando la base de clientes, buscando nuevos mercados.
Mientras que no mejoren las tecnologías de transporte de forma sustancial, nuestros productos tienen una fecha de caducidad muy temprana, lo que limita la distancia máxima que se puede recorrer con ellos o encareciéndola en demasía si se opta por el avión para los mercados más lejanos
Hay que reconocer que esta última estrategia no tiene ya demasiado recorrido, puesto que mientras que no mejoren las tecnologías de transporte de forma sustancial, nuestros productos tienen una fecha de caducidad muy temprana, lo que limita la distancia máxima que se puede recorrer con ellos o encareciéndola en demasía si se opta por el avión para los mercados más lejanos. Por supuesto también tenemos la opción de optar por la diferenciación, invirtiendo en la creación de marcas, camino ya iniciado por alguno de nuestros agentes.

Ahora que la coyuntura -la económica, no la climática- parece conspirar a nuestro favor es el momento para que pongamos el foco en los dos grandes retos que afronta el modelo almeriense: el del agua y el del valor. Si nos dormimos en los laureles de este presente tan favorable, nos condenarán los rendimientos marginales decrecientes y la maldición de las materias primas que siguen ahí, agazapados desde 2014, esperando para volver a funcionar de un momento a otro.

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