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La almeriense Alicia Hernández, premio de periodismo Rey de España

Nuria Torrente
@opinionalmeria

La periodista almeriense Alicia Hernández Sánchez ha obtenido el premio de periodismo Rey de España por el artículo titulado En la Guajira venezolana los niños abandonan la escuela para vender gasolina, publicado en The New York Times el 9 de febrero de 2017. Hernández ejerce por libre el periodismo en Venezuela y publica sus artículos  y crónicas en diversos medios, entre ellos Cope y El Confidencial, en España.

El reportaje premiado describe el tráfico ilegal de gasolina en la Guajira venezolana, a unos kilómetros de la frontera con Colombia. La gran diferencia de precio entre llenar un depósito de gasolina a un lado o a otro de la frontera ha hecho de este contrabando el medio de subsistencia de muchas familias y la explotación de niños que abandonan las escuelas para dedicarse a la venta del carburante. El jurado ha valorado el buen trabajo periodístico que a raíz de un tema muy concreto describe la realidad de Venezuela. El artículo incluye testimonios de algunos adolescentes que se dedican a ese tráfico ilícito y que narran experiencias como la de chupar de una goma para extraer la gasolina del vehículo. Reproducimos a continuación algunos párrafos del artículo premiado

Alicia Hernández

En la Guajira venezolana los niños abandonan la escuela para vender gasolina 

En este centro poblado de Paraguaipoa, la capital de La Guajira venezolana, todo huele a gasolina. Eso es Los Filúos: un enclave de tierra árida a menos de 20 kilómetros de la frontera con Colombia y a dos horas de viaje de las torres de extracción de petróleo del lago de Maracaibo. Para los 4000 habitantes de Los Filúos el contrabando de gasolina es una alternativa de subsistencia.


En una esquina del pueblo, al lado de varias garrafas amarillentas, Álvaro agitaba con la mano un embudo hecho con el pico de una botella de plástico y un tubo de goma para llamar a los clientes. Viste un pantalón gastado de color indefinible, arremangado, que deja ver unas piernas demasiado flaquitas para sus 13 años, y una camiseta raída con manchones negros. Lleva otra de manga larga debajo y una amarrada en la cabeza que lo protegen del sol de La Guajira, donde las temperaturas llegan a los 40 grados. Allí, de 8:00 a. m. a 6:00 p. m. Álvaro y otros muchachos como él se ganan la vida llenando o sacando combustible de cuanto carro consigan. Llenar un tanque en Venezuela cuesta 1,20 dólares. Del lado colombiano sale alrededor de 28 dólares.

El salario mínimo en Venezuela es de 40.638 bolívares (unos 58,81 dólares si se calcula al cambio controlado por el gobierno; 11,16 si se hace con el valor del dólar en el mercado negro). Un dinero que se vuelve sal y agua con especial rudeza en la frontera, donde todo es más caro. Un kilo de arroz, por ejemplo, alcanza los 3000 bolívares: más del siete por ciento del salario mínimo.

El contrabando de gasolina es un negocio de doble vía. Por un lado están los usuarios que llenan el tanque de su vehículo en estaciones legales, donde pagan por un tanque de 50 litros unos 250 bolívares (menos de 10 centavos de dólar al precio del mercado negro). Al vender ese combustible en los puestos irregulares, ganan entre 8000 y 12.500 bolívares (entre 2 y 3,5 dólares al precio del mercado negro). Esa misma gasolina es la que compran después quienes llenan el tanque en los puestos ilegales, ya sea para evitar las largas colas que se forman en las estaciones o, en el caso de los colombianos, para beneficiarse de la diferencia de precio. Llenar un tanque de contrabando puede costar entre 17.000 y 25.000 bolívares (entre 4 y 7 dólares aproximadamente).

En un día de trabajo como pimpinero —el que saca o carga gasolina de los coches— se puede ganar hasta 12.000 bolívares. Es la escala más baja de un negocio diversificado: está quien llama a los carros para que vacíen el tanque, quienes la sacan, los que almacenan, quienes cuidan el camión cargado de bidones y quienes lo llevan hasta Maicao, en Colombia. Todos tienen su puesto en el negocio. Incluso los niños, que suelen trabajar para sus familiares o para conocidos que participan en el negocio. En cada puesto puede haber de tres a cinco niños. Solo en Los Filúos, la cantidad de adolescentes y preadolescentes que trabajan con el contrabando de gasolina se cuenta por docenas.

Si deseas leer el reportaje completo de Alicia Hernández, pincha aquí.

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