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El arte y la gilipollez

Antonio Felipe Rubio
Periodista

He de reconocer mis limitaciones en cuanto a la percepción valorativa de ciertos conceptos de arte. Siempre he ansiado poseer un Miró… para venderlo inmediatamente. No he sido dotado de esa fibra sensible que sabe descubrir en un lienzo con tres coloridas rayas verticales, y una negra más gruesa horizontal, la “esencia del encuentro de la mirada subyacente dentro del entorno onírico que le conduce a la reflexión del ente abstracto”. No. Lamentablemente, sólo llego a entender las luces, el color, la perspectiva, la motivación, el encanto, la transmisión, la emoción… Ya saben, algo que nos sucede a los que aún se nos escapa una lágrima al volver a ver la muerte de Bambi o el desgarrado dolor de El Padrino sosteniendo el cuerpo sin vida de su hija en la escalinata. Debo ser un poco gilipollas al emocionarme al contemplar la Torre Eiffel, la Victoria de Samotracia, la grandeza del Hermitage o la perspectiva desde el Empire State.

Arco

Son las cosas que nos pasa a la gente del montón; y siento que nunca alcanzaré esas emociones ante una obra de Menze-Kuhn en Mannheim o una performance de Sara Goldschmiedy y Eleonora Chiari en el Museo Bolzano de Milán. Ambas “obras de arte” fueron barridas y tiradas a la basura por el servicio de limpieza al entender que eran restos dejados por unos desaprensivos, y otros que celebraron una tórrida fiesta. En el primer caso, eran cobertores metálicos del Servicio de Emergencias esturreados ante el altar de una iglesia alemana. En el segundo caso, aparecía un suelo plagado de cascos de champán, confeti, envases diversos… y algo que parece un condón usado. 
Debo ser un poco gilipollas al emocionarme al contemplar la Torre Eiffel, la Victoria de Samotracia, la grandeza del Hermitage o la perspectiva desde el Empire State
Mientras escribo, miro a derecha e izquierda. Veo fotografías familiares; un dibujo a carboncillo de mi padre; “Corpus en Toledo” de Garren; una acuarela de Tesifón Parrón; “La noche” de Miguel Martínez; una fotocomposición astronómica y marina (propia); una magnífica fotografía en B/N de Quico Olmedo… pero también miro un rincón de la pared que acaba de rezumar humedad por una fuga de agua que Paco, el fontanero, se apresura a reparar. No pierdo de vista esa pequeña grieta que se resiste ante el amenazante cerco que la atenaza rezumando unas evanescencias salitrosas que ganan terreno al original color albero que, por cierto, sirve de lienzo a otro Garren que inmortaliza una verónica con el torero clavado en un compás perfecto y, ¡joder! Como que veo al toro que se quiere mover en el lance. Pero bueno, no nos perdamos en la lírica barata.

Volviendo al desconchón, enciendo y apago las luces, dirijo el flexo al rincón… ahora, ahora, ahora veo algo. Decido encontrar inspiración en la música. La verdad es que tengo dudas. Quizá convenga para la grieta las Valkirias de Wagner o mejor el Wish you were here de Pink Floyd. No, Pink Floyd no, porque la canción dice “ojalá estuvieras aquí” y la grieta es como la salida hacia un mundo nuevo que apertura espacios y oportunidades que le propicia el agua que la originó y, dirigiéndose hacia la máquina del aire acondicionado, es como si precisase del viento para hacer escapar su palpitante fogosidad de la tierra color albero que la atenazaba. A ver; recapitulemos: agua, aire acondicionado, fogosidad, color albero… ¡Coño, tengo una obra de arte! ¡Paco, Paco, para de picar! La llamaré “Los Elementos” (Tierra, Aire, Fuego y Agua).

Lástima. No llego a tiempo a ARCO. Una lectura más elaborada que estas apresuradas líneas sobre la grieta y el desconchón, y los necesarios insultos y exabruptos contra el rey, el estado de derecho, el sursum corda… y tengo asegurado el respaldo mediático, la mediación sectaria y la revalorización indemnizatoria de los costes de fontanería; y esta gilipollez podría haberme permitido cambiar la cocina y el baño. Otra vez será.

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