Javier Irigaray
Asociación Argaria
Ulm es una bonita y pequeña ciudad, más pequeña que Almería,
del estado alemán de Baden-Wurtemberg situada entre Stuttgart y Munich. No tiene
mar, pero está bañada por el Danubio, río navegable que la separa de Neu-Ulm, su
gemela bávara moderna, que la convirtió, ya en época pre-romana, en un
importante nudo logístico y de transporte en la Europa central.
El Toblerone |
Ulm es
conocida por ser la ciudad natal de Albert Einstein, del mariscal Rommel, el
Zorro del desierto obligado a suicidarse por su implicación en el fallido
atentado de 1944 contra Adolf Hitler, vencedor en las elecciones alemanas de
1933, y por su catedral gótica, iglesia protestante cuya torre, con una altura
de 161.53 m, pasa por ser la torre de iglesia más alta del mundo.
Llama,
también, la atención en Ulm, sobre todo al visitante español en general y
almeriense y andaluz en particular, que, en su arteria principal, regulen el
tráfico en las diferentes intersecciones que la cruzan por medio de una serie de
semáforos de modelos y épocas distintas. Cuando el forastero pregunta al nativo
por tamaño desafuero estético, éste responde con naturalidad que si funcionan,
para qué cambiarlos. Es toda una filosofía de gestión de lo público.
Aquí
estamos acostumbrados a que, cuando tras unos comicios, cambia el equipo de
gobierno en la localidad de turno, se relevan, también los proveedores. Cambia
el concejal y cambia, además, el fontanero, el electricista o el constructor de
turno. Bueno, los constructores y promotores raras veces, que estos suelen
apostar a todos los caballos. Esto último es tan sólo un símil, no se me ofenda
ningún edil.
También estamos acostumbrados a cambiar las mismas farolas
cada vez que sale en el boletín oficial correspondiente el aviso del plan
provincial, autonómico o zapateril de turno, plan “a”, plan “e” o plan “i”. Aquí
preguntas, entonces, al concejal en funciones y te responde, con la misma o
mayor naturalidad que el aborigen de Ulm, que la Diputación, Junta o Gobierno
aporta el 50 % de la inversión y que si no se gasta se pierde, como si el 100 %
de todo no corriera a cargo del ciudadano. Incluido el sueldo y la dieta del
prescindible concejal. Que corra el dinero, que ya pagará alguien.
Ha
comenzado el derribo del Toblerone, un almacén industrial de proporciones
colosales que hace reconocible Almería y que, en su día, se erigió como
necesario contenedor de los graneles que afeaban las calles, fachadas y pulmones
de la capital y de los almerienses. Su factura y porte responden a unos cánones
de eficiencia y funcionalidad propios del momento, 1972, y del propósito para el
que fue construido.
Hace años, mientras cabalgaba sobre la cúspide de la
no demasiado edificante ola edificante, un promotor inmobiliario compra el
citado almacén y la parcela que ocupa a sabiendas de la imposibilidad de
promover, construir y vender viviendas en esa parcela en virtud del ordenamiento
urbanístico vigente. A sabiendas, quizás también, de que no existe ordenamiento
urbanístico que un promotor del tamaño y los contactos oportunos pueda modificar
a su antojo en los despachos de los ayuntamientos de España, en general, y de
Almería y Andalucía, en particular.
El Toblerone suponía un inmenso
contenedor vacío y, al mismo tiempo, lleno de posibilidades en una ciudad tan
falta de equipamientos, como es Almería; un espacio ya construido que podría
haber albergado actividades que hoy se desarrollan en edificios construidos
posteriormente a la fecha en que comenzó su abandono. Un espacio que podría
albergar todas las actividades que, en un futuro, se desarrollarán en edificios
construidos con el dinero de todos los almerienses o que, simplemente, no
tendrán lugar por no existir un sitio adecuado.
Los gestores que elegimos
vienen sobradamente demostrando una proverbial incapacidad, no ya para inventar
o aportar idea novedosa alguna, sino, también, una insolvencia superlativa para,
incluso, copiar lo que en otros sitios se hace para reconvertir activos
similares al Toblerone. Bastaría visitar los viejos almacenes fuera de servicio
en ciudades portuarias como Lisboa, Nueva York, Liverpool o Londres o antiguos
polígonos industriales, como en el caso de Berlín, para ser conscientes de las
posibilidades del almacén que se está derribando en Almería.
Y todo ello
con la complicidad del Ayuntamiento de Almería, ávido de ingresar el importe de
la correspondiente licencia de las viviendas correspondientes a las viviendas
contenidas en las dieciséis plantas que compondrán el nuevo skyline de la
ciudad, y la pasividad de la Junta de Andalucía, cuyos gestores son y han sido
durante treinta años la garrapata que no necesitaba este pueblo viejo. Unos por
acción y otros por omisión. Como se deja derruir el Cortijo del fraile. Como se
mantiene en el más terrible de los olvidos y abandonos el entorno de El Argar y
el ingente patrimonio que hiciera exclamar a los hermanos Siret que Almería,
toda, era un museo a cielo abierto.
Mientras, las excavadoras continuarán
sus labores de demolición, una legión de paniaguados del régimen de turno,
tristes, sí, tristes, aunque no me despierten lástima, seguirán haciendo tristes
chistes e intentando justificar lo injustificable al tiempo que los ciudadanos
de Almería pierden una parte de su patrimonio y acabarán pagando lo que pudo ser
y no es ni será. Pero alguien, al menos, habrá pegado un pelotazo en tiempos de
crisis y reirá por todos. (noticiasdealmeria.com)
http://nazarenodelsilencio.blogspot.com.es/2013/07/movilizacion-edificio-correos-y.html
ResponderEliminarBien integrado en el Patrimonio inmueble de Andalucía. Código: 01040130277
ResponderEliminarhttp://www.iaph.es/patrimonio-inmueble-andalucia/resumen.do?id=i190201
Consejería de Cultura de la Junta ¿hay alguien ahí?.
Primero fue la cueva de Conan, ahora el Toblerone, mañana el acebuche..................manda huevos, con los amigos de HECUO.
ResponderEliminarJoder que demagogia Javier.......sí no fuera por lo que llamáis especulación, ibais a trabajar muchos......
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