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Fiesta y tragedia del agua

Francisco Giménez Alemán 
Periodista 

Los niños de aquella Andalucía, la oriental, la seca, disfrutábamos de un auténtico día de fiesta cuando llovía. Era tal la necesidad de agua que en los pueblos las mujeres ponían barreños a las puertas de las casas para que se llenasen y los más pequeños chapoteábamos en los charcos a la hora del recreo. El agua era una maravilla. Era como la bendición caída del cielo.

Pueblo Laguna, en Vera
Ahora en esa misma Andalucía lejana la fiesta del agua ha devenido en tragedia. Cientos de personas en Álora, en Vera, en Cuevas del Almanzora y en Lorca han visto como sus casas no resistían la fuerza de las ramblas, incapaces de dar curso a trescientos litros por metro cuadrado en cuestión de minutos. Muchas de esas viviendas están construidas en los cauces secos por donde han de discurrir las avenidas. Y no se explica nadie cómo los Ayuntamientos permiten edificar en zonas que son dominio de las escorrentías cuando al mal tiempo se le hinchan las narices.

El desolador panorama que hemos podido ver estos días en un Sureste devastado por las tormentas tiene sus causas y sus culpables. No se pueden hacer casas de ninguna resistencia a los elementos, casas de panderete, y mucho menos en terrenos robados a las ramblas y a los arroyos. Ahí es donde debería centrarse la investigación para depurar las responsabilidades a que hubiere lugar.

Si las fiestas del agua son un recuerdo infantil hermoso, la de sus desastres está también en la historia de esos lugares dejados de la mano de Dios durante siglos. Sin ir más lejos, las riadas se conmemoran con monumentos, como el que preside en Almería la avenida de Reina Regente, memoria permanente de las inundaciones del 11 de Septiembre de 1891 que se llevaron por delante cientos de casas miserables y más de cien vidas humanas. Es cierto que se han hecho obras hidráulicas importantes. Un ejemplo es el pantano de Cuevas del Almanzora, gracias al cual la desgracia ha sido menor. Pero el hecho de que en pocas horas pasase del cinco por ciento de su capacidad al cincuenta indica muy a las claras la intensidad y cantidad de las aguas desplomadas sobre aquellas tierras.

El Ministerio de Fomento y la Junta de Andalucía han de tomar buena nota de los ocurrido para poner los medios necesarios que impidan en el futuro tragedias como las que hemos vivido este final de septiembre. El agua, siempre escasa en la Andalucía oriental, tiene sus leyes y sus dominios. Ocupar su sitio y hacerlo con tan deficientes construcciones es algo que clama al cielo y que a todos nos incumbe solidariamente.
(El Correo de Andalucía)

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