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Los barcos ni se miran ni se tocan

Paco Campos
Doctor en Filosofía y profesor de la UAL

Trinidad Cabeo
Me estoy afeitando y oigo por la radio un comunicado de la Autoridad Portuaria que preside la inefable Cabeo, diciendo, abrumándome, una serie de números, miles, cientos, referidos a barcos que entran en Almería, número de pasajeros, al año, el año pasado… es decir, algo que no tiene interés alguno para la audiencia, pero que para la Cabeo debe ser fundamental, entre otras cosas porque, nunca mejor dicho, allí no se da un palo al agua, y cualquier estadística parece que justifica el trabajo.

Tanto el Pueblecico como Garrucha son los puertos que dan tonelaje a la provincia de Almería, pero el de la capital es un puerto muerto desde hace años, un puerto que ha puesto de espaldas a los almerienses, con un Camino del Faro cerrado, lleno de policías ociosos y de vallas, telas metálicas, jardineras… que ya impiden que podamos asomarnos a un cantil. ¿A qué viene, entonces, tanto pregonar trasatlánticos, turistas y visitantes, si ni siquiera pueden verse los barcos de cerca, y menos aún tocarlos?

Agarrando estos cabreos míos, cabreos “a la cabeo”, no me quedó otro remedio que cantar una coplilla, que si no recuerdo mal, introduce Blas de Otero al final de un poema:

Mi calabozo tenía
Una ventana al mar,
Donde yo me entretenía
Viendo los barcos pasar
De Cartagena a Almería.

Y ya pude desayunar mis ricas tostadas de aceite de la Sierra de Cazorla y eructar tranquilo.