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Antonio Jesús Soler Cano, reivindicación de la soledad poética

Miguel Ángel Blanco Martín
Periodista


Primero conocí al amigo. Después, al poeta. O quizá fueron los dos momentos a la vez. Seguramente fue así. Y todo aquel tiempo ha regresado en torno al recuerdo-homenaje a la personalidad de Antonio Jesús Soler Cano (Antas, 1946-1990), por la conmemoración, veintitrés años después (agosto de 2011), de aquel recital poético de 1988 en su pueblo, en plena efervescencia del desencanto de la transición política.

A lo largo de los años hubo numerosos encuentros entre el poeta y el periodista, conversaciones sobre lo cotidiano, el tiempo vivido, críticas a la realidad, esperanzas sobre el futuro del presente y el interior más personal. Hubo artículos, entrevistas, reseñas sobre cada uno de los poemarios que emergían, en medio de una trayectoria muy personal, una poética forjada frente a la cultura del sistema establecido.

La primera entrevista fue en 1985, para marcar la identidad del poeta que siempre se consideró ‘carrilano’ por la vida, reivindicando el espíritu viajero de los vagabundos idealistas de antaño, rebelde con multitud de causas. “Por donde pasaba siempre vi el desastre cotidiano de la vida”, “la amistad es fundamental”. Nunca faltó la mención a su pueblo, Antas, que nunca abandonó en espíritu, donde siempre regresaba. Y también Alcoi (Alicante), que embriagó su juventud rebelde.

En 1990, vio la luz la segunda entrevista, “Nunca acepté lo establecido”.

Antonio Jesús Soler Cano fue un poeta al margen de corrientes y grupos, en el panorama literario  provincial, a pesar de que muchas voces han acudido a la llamada de su poética recordada, aunque él nunca estuvo en corrillos y reuniones donde se prodigan los halagos. Ahora muchos han reconocido su poética a título póstumo; un reconocimiento formal, de quien se forjó como un ‘poeta maldito’, una clara exaltación elogiosa de lo que este concepto supone en el sentir del pensamiento crítico de sus versos. Con un espíritu agónico y vital, aunque parezca contradictorio. Y esa era su grandeza.

Los itinerarios de Antonio Jesús Soler Cano tuvieron compañías, sus propios silencios y palabras, y las citas de Hölderlin, Kavafis, Javier Sádaba, Luis Cernuda, Francisco Brines, Fernando Pessoa, Jaime Gil de Biedma. Aunque es complejo poner exactitud a los comienzos, pudieron abrirse con Antas siempre (1972): “.. y junto a la callada tristeza/de mi desesperada nostalgia/tu recuerdo siempre va conmigo...”.

Después vendrían Crepúsculo de amor (1974) y Desde el umbral del adiós (1975). Su imagen, señalada en los retratos fotográficos para ilustrar sus poemarios, va cambiando, para convertirse en una imagen de rebeldía en la naturaleza (melena larga y barba profunda), que caracteriza la identidad joven de su contestación en los setenta.

Nueve poemas de otoño (1982) es un poemario clave, un gran salto a la profundidad de lo real, desde una madurez herida ante una juventud que se va alejando: “Porque nada/ni nadie podrá robarnos jamás/la callada presencia encarecida/de su antiguo esplendor en ciernes” (‘Como una rosa azul de silencios’). La melancolía atrapa al poeta y envuelve su personalidad en los vaivenes de la vida: “Y es tan solo el olvido/quien nos nombra y perdura” (‘Lugares solitarios’). La exaltación del silencio poético se consolida y desvela nuevos horizontes interiores. Aparece Perfil de silencios (1982): “... y tu grito se rompe y desespera/como un triste silencio amargo/invadido de siglos”.

Un encuentro especial surge con motivo de Cómo una despedida (1983), porque tuve la oportunidad de escribir ‘Homenaje-Prólogo al drama poético de Antonio Jesús Soler Cano en el Sur’: “... Al final, el texto es un homenaje, un compromiso sincero de amistad, de alabanza a la poesía lograda, a la separación con Almería, cuando las ideas, las palabras, los conceptos, se van volviendo como algo etéreo, alejados, fuera de toda realidad. Y al final quedan únicamente los símbolos, como dibujos, unos dramáticos y tristes dibujos que son las letras sobre el Universo”. El poeta escribió aquí el poema ‘A la deriva de los siglos’: “Los que fuimos desheredados/y rotos de toda esperanza./ Anónimos solitarios/de un tiempo gris y sin grandeza”.

Un año después un sorprendente Labios de azul (1984): “Desnudos... desnudos y libres/como deseábamos ser”.

El poeta ha emprendido hace tiempo su tramo vital y nos va conduciendo hacia el final. Nace Primavera herida (1985), donde Antonio Jesús me dedica el primer poema, ‘Tristeza’: “Miro mis manos derrotadas/y siento con íntima tristeza/la voz ajada y lánguida/del tiempo ya acabado/que en ellas yace”.

Con el final del itinerario poético llega el libro más desgarrador del poeta: Para cruzar el laberinto (1990), un mundo que ya viene anunciando en poemarios anteriores y que ilumina como un gran resplandor el sentimiento rebelde y dramático del poeta: “Miro mi vida ya maltrecha/y todavía me resta/algún fulgor de sueños/para decirle a la cara/que ella nunca fue la que yo busqué...” Es resignación o aceptación de la tortura final, del dolor interno desde una mirada que siempre amó la vida, los paisajes cercanos y el mundo cercano. Es el momento para vislumbrar el Yo más personal, mirada hacia lo más recóndito del poeta: “Cercado por un tiempo sin destino/ante mi, creciendo,/como una recia tempestad sin nombre/la vieja tristeza tan reunida/de quien siempre se supo solo”, que proclama como un grito de auxilio, que muy pocos escucharon.

Es entonces cuando recuerda sus años de Alcoi, lejanos, repasa su trayectoria (“Miro mi vida derrotada”), reafirma sus sentimientos más personales (“Es inútil, lo sé./El tiempo no perdona/ni a aquellos que amaron,/con pasión y llama,/la desnudez sin amarres de la vida”.). Mantiene su protesta, el espíritu de la contestación frente a todo el sistema sin perder el futuro (“Y ya tan solo casi me consuela/el solitario/y orgulloso silencio de los vencidos,/la siempre clara y llana/transparencia de nuestra razón/y la alegre rebeldía de los que llegan”).

Por eso Antonio Jesús Soler Cano recuerda sus pasos rebeldes de juventud en Alcoi como un universo planetario al que reclama para sentirse vivo en la eternidad: “... para saludar las huellas del pasado/y la pureza joven/de aquellas alegrías y tristezas,/y reconocerme en ellas,/y sentir la certeza de que he vivido”.

Antonio Jesús Soler Cano murió en Antas, en agosto de 1990. Y no lo olvidamos. Aunque familiares y amigos asistimos a su entierro en su pueblo natal, sé por sus poemas que sigue vivo.

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