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La agonía de los cetáceos

Moisés S. Palmero Aranda
Educador ambiental y escritor 

En las últimas semanas se han encontrado en las playas de Almería más de una treintena de delfines muertos. A la espera de conocer los resultados de los análisis se intuye que pueden ser víctimas del Morbilivirus, un virus de la familia del sarampión y del moquillo de los perros, que por ahora no afecta a los humanos.

Apareció por primera vez en cetáceos a finales de los años ochenta y desde entonces ha provocado varias crisis en el Mediterráneo. Entre el 90 y 91 se calculan que murieron 1.000 ejemplares de delfines listados. En 2007, en 2019, sin llegar a ser tan masiva, también hubo episodios similares en las costas de Ibiza y Valencia. Además, un estudio desarrollado a lo largo de veinte años, concluyó que este virus había acabado con el 30% de la población de calderones comunes en el Estrecho de Gibraltar.

Conseguir una vacuna no sería complicado, lo difícil es administrarla. A ellos no se les puede confinar, ni poner mascarilla, ni hacerlos pasar cuarentenas o citarlos en el centro de salud. Ante sucesos como estos poco se puede hacer. Son las leyes naturales de la supervivencia, de la adaptación, de la evolución las que mandan. Aunque en realidad hay teorías que relacionan la proliferación y mutación de los virus, COVID incluido, con la pérdida de biodiversidad, con la contaminación, con el cambio climático y con todas las alteraciones que estamos provocando en nuestro medio ambiente. Estamos empobreciendo, debilitando los ecosistemas, nuestro sistema inmunológico, y propiciando el caldo de cultivo de las enfermedades que acabarán con nosotros. Ya lo dijo Hobbes, el hombre es un lobo para el hombre.

Estos sucesos a pesar de ser dramáticos no son los más tristes a los que se enfrentan los cetáceos. Este fin de semana en las playas de Balerma apareció una hembra de Zifio de Cuvier, una especie difícil de observar por su ecología, por su comportamiento, ya que pueden realizar inmersiones de treinta minutos y bajar en busca de alimento a profundidades de más de 1.800 metros. Por desgracia en Almería sabemos que hay dos poblaciones por los diferentes varamientos que se han producido en los últimos años. En este caso su muerte fue a causa de una red de deriva marroquí en la que quedó enredada, pero en otras ocasiones como en el 2006, cuando aparecieron cuatro ejemplares, fueron unas maniobras militares de una fragata inglesa lo que acabo con ellos, ya que al bajar a tanta profundidad deben subir lentamente para hacer la descompresión.

La naturaleza, los cetáceos, no saben de fronteras, ni de leyes, ni de idiomas, culturas o tradiciones. Los calderones no saben que cuando pasan por las Islas Feroe, pertenecientes al reino de Dinamarca, todos sus habitantes, incluidos niños, bajarán a sus playas, para matarlos a golpes con palos, con garfios,  defendiendo que es una tradición con más de mil años de historia. Las familias de delfines ignoran que cuando llegan a las aguas de la bahía de Taiji en Japón los guiarán hasta una cala donde los masacrarán para venderlos como carne de ballena y donde los capturarán para llevarlos a los delfinarios de todo el mundo, donde llevamos a nuestros hijos para que vean como saltan, como disfrutan jugando en una piscina en la que muchos mueren estresados.

Delfinarios, oceanográficos, museos del mar, donde mostramos belugas, orcas, delfines, sin comprender que el dinero de nuestra entrada, nuestros momentos de ocio, siguen promoviendo esta barbarie. España es el país de Europa con más delfinarios. Un triste record que no deberíamos permitir.

En las costas de Almería han aparecido animales decapitados, o sobre los que han escrito su nombre a navaja, o enredados en nuestras redes, o envenenados por nuestros plásticos, o que han muerto en manos de bañistas mientras se hacían selfis con él, o perseguidos por motos de agua y embarcaciones, o golpeados por pescadores a los que les rompen las redes para comerse el pescado capturado. Poco podemos hacer ante crisis como la del Morbilivirus, pero si deberíamos actuar para no permitir que ni un solo cetáceo muera por nuestra codicia, nuestra falta de escrúpulos, de civismo, por nuestra incultura.

Soy consciente de que hay situaciones en las que poco podemos hacer, pero hay otras muchas que están a nuestro alcance para acabar con este continuo goteo de muertes de cetáceos, como reducir las basuras que llegan a los mares, como pagar una entrada de un delfinario, como informar a la gente de lo que está pasando, como sumarse a las denuncias públicas de estas situaciones internacionales, como compartir estas informaciones por las redes sociales, como llamar al 112 cuando un animal queda varado en nuestras playas.

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