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Adriana, Indalecio y Rodrigo, tres políticos en apuros


Pedro Manuel de la Cruz
Director de La Voz de Almería

Fines: la encrucijada endiablada. Nadie, ningún partido tenía previsto en su hoja de ruta que un pueblo de poco más de dos mil habitantes iba a convertirse en uno de los epicentros sísmicos de la política provincial. Pero los reglones de la ambición (o de la presunta corrupción, habrá que esperar a la resolución judicial) nunca están escritos de antemano.   

Adriana Valverde, Indalecio Gutiérrez y Rodrigo Sánchez / La Voz

Quien maneja la pluma de la corrupción nunca lo hace bajo la luz de la inocencia, sino en la oscuridad cómplice del engaño. El Caso Mascarillas fue la consecuencia no buscada del seguimiento policial a una banda de narcos con ramificaciones internacionales. Es caprichoso el azar. Porque fue la inesperada casualidad la que puso a la guardia civil, tras una llamada interceptada, en la pista de un Caso del que se ha escrito mucho y del que queda mucho por escribir. La detención del hijo y del sobrino del alcalde de Fines y la imputación del propio alcalde como actor de posibles delitos, según el informe de la UCO, pone al PP en una situación endiablada: o releva a Rodrigo Sánchez al frente de la candidatura a la alcaldía (con lo que eso significa) o lo ratifica (con lo que eso puede significar en el futuro). Ser o no ser candidato: esa es la cuestión hamletiana en la que se va a debatir el PP provincial.   

El procedimiento judicial despejará el futuro penal, pero los tres miembros de la familia presuntamente implicados han participado en un episodio éticamente insoportable, socialmente repudiable y políticamente detestable. El PP tomará la decisión que considere oportuna, pero hay situaciones ante las que nunca se puede olvidar que la mujer del César, no solo debe ser honrada, sino parecerlo. Fines es un pueblo de interior azotado por un mar de dudas en medio de una tormenta en la que no se avista un puerto seguro.    

A Indalecio Gutiérrez se le acaba el tiempo. Ha iniciado el camino de vuelta. Subió a los cielos apoyado por los apóstoles del antiguo testamento del partido y, como agradecimiento por los servicios prestados por ser uno de los padres fundadores del sanchismo en Almería, recibió la recompensa del Congreso y los favores de Ferraz. Pero ya se ha convertido en un personaje incómodo. Su enfrentamiento con alguno de los escribas del socialismo histórico se ha recrudecido en los últimos meses y la relación con Adriana Valverde ha saltado por los aires en la confección de la candidatura de la capital. A los esperpentos de las afiliaciones masivas- un Guadiana menor lleno de bochorno y de actores de atrezo que aparecen antes de las primarias y desaparecen cuando ya han alcanzado sus últimos objetivos los que les “facilitaron” la afiliación-, se han unido comportamientos extravagantes (sus rupturas del confinamiento) y sus amistades peligrosas (como la que le sentó en la mesa con el Tito Berni). En este último episodio ha actuado rápido anunciando y presentando en sede judicial una actuación contra los medios que difundieron con sirenas las acusaciones de que fue objeto por el Mediador. Pero se ha quedado, de momento, a mitad de camino: contra el primero que hay que actuar es contra aquél que ha lanzado la acusación, no solo contra el que la ha difundido. Está a tiempo de completar esa segunda ruta. Si lo hace y sale indemne habrá ganado; si no, su tiempo político se ha acabado.  

Adriana Valverde o el arriesgado sabor de la victoria. La candidata socialista ha acabado convirtiéndose en el caballo de Troya que destruirá el poder de Fernando Martínez e Indalecio Gutiérrez en la agrupación socialista de la capital. Aquellos que la situaron hace años y en las últimas primarias de hace unos meses en el liderazgo de la candidatura, son ahora los que la miran desde el pozo de la derrota. Fue elegida por considerarla un peón de fácil manejo. Lo fue.   

Durante cuatro años siempre estuvo en la primera línea de combate para asegurar el control de la agrupación a quienes le habían elegido. Pero los afectos políticos nunca han estado escritos con la tinta de la eternidad. La sumisión que todos preveían en la candidata Valverde saltó por los aires cuando quienes han sido sus protectores durante estos años traspasaron el umbral de la complicidad compartida para adentrarse en la soberbia de la humillación. Adriana se rebeló y, en este inesperado giro en la hoja de ruta prevista por sus mentores, contó con el respaldo de la ejecutiva provincial y regional que vieron (y alentaron) en su actitud la oportunidad de doblar el cabo de las tormentas que ha marcado el control de la agrupación local. Se sintió fuerte y se plantó. Ya estaba bien de que otros manejaran la barca en la que navega. Ahora es ella la que tendrá la responsabilidad de llegar a buen puerto. Si lo logra alcanzando un resultado razonable- aumentar el número de concejales socialistas o, al menos, mantenerlo- habrá consolidado su posición. Si no, el poder en la agrupación más inútil y esperpéntica del socialismo provincial saltará por los aires.   

La incógnita que se desvelará en las próximas semanas es si quienes hasta ayer eran sus protectores serán los mismos que se aprestarán con decidida vocación suicida a convertirse en sus destructores. La soberbia y la lealtad nunca han caminado juntas. 

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