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Derrotados por la sociedad de consumo

Miguel Ángel Blanco Martín
Periodista

Después de la gran batalla, la democracia ha sido derrotada y hecha prisionera. Ha sido una derrota invisible, porque aparentemente no se trata de un enemigo físicamente perceptible. Aquí estamos, prisioneros del consumo, hipnotizados por los señuelos de la publicidad y de la propaganda de un paraíso artificial que nos arrastra hacia otra esclavitud, desde la estrategia montada por el mundo globalizado de las grandes empresas, la gran banca, los especuladores, los políticos corruptos y la ignorancia. Durante años y años, la contestación ideológica contra la dictadura, tenía uno de sus grandes lemas de la protesta en “Cambiar las estructuras y luchar contra la sociedad de consumo”. Por fin se acabó la dictadura, se puso en marcha la transición a la democracia y el paso del tiempo no ha podido ocultar lo irremediable, la sociedad de consumo es la que manda, es la clave de una democracia, derrotada incluso antes de nacer, porque el sistema estaba programado para ello. Y en esta realidad consumista todos nos hemos convertido en rehenes sin conciencia de ello.

Estoy rodeado. Todos los días recibo por teléfono (fijo y móvil) multitud de invitaciones a todo tipo de consumo: seguros de toda clase, cambiar de empresa de móvil a cambio de regalos, ofertas maravillosas para fantásticos mundos irreales en internet, viajes a todos los rincones del planeta, encuestas, invitaciones para abrir cuentas de ahorro, suscripciones a cualquier cosa… Y en todos los casos, casi siempre con un lenguaje halagador de alguien que también es reo de su situación.

Salgo a la calle, y estoy rodeado de carteles publicitarios en todas partes: fachadas de edificios, cabinas telefónicas, vallas en las carreteras, tapias, mensajes que me llegan por altavoces, desde vehículos que recorren las calles, escaparates, mensajes publicitarios que abruman para comprar moda, coches, los aparatos más sofisticados de las nuevas tecnologías, los productos alimenticios más exquisitos. Hay mensajes publicitarios en todos los medios de comunicación: prensa, radio y, sobre todo, la televisión, que han ido arrinconando la información y el pensamiento crítico; el territorio de la información ha sido sacrificado y usurpado con ofertas de consumo. En  realidad, la información es otro objeto de consumo, a través de palabras y de imágenes, utilizadas como cantos de sirena o de discursos musicales que me envuelven hasta conducirme al sopor más absoluto en el que mi voluntad actúa mecánicamente. Voy al cine o al teatro, y el discurso de la propaganda consumista me acosa de forma magistral, en ocasiones. Las imágenes se suceden subliminalmente. Los centros comerciales son los nuevos templos, por donde transitan hipnotizados, familias, con sus niños, adolescentes en pandilla, adultos de toda clase y condición. Las nuevas generaciones han caído en las nuevas redes, capturados por multitud de productos de ‘marca’. Hoy día, no hay hogar en que no falte en cada habitación: televisión, ordenador, móvil, inalámbrico, aparatos musicales de última generación, reproductores de toda clase para dvd, cámara de vídeo, cámara fotográfica, carteles, armarios repletos de camisetas de última moda, de todas las marcas, de zapatillas, de zapatos, de bolsos, de trajes, de vestidos. Y estanterías sin libros. Y no digamos nada del mundo de los adolescentes, las principales víctimas, encerrados en sus jaulas de consumo. Si uno se fija con atención, casi todos los reos son felices, en el interior de estos templos, cada uno con su prisión a cuestas.

El sistema está corrompido. Es la estrategia del poder real. Jugar con las apariencias, hasta el punto de que la corrupción no escandaliza a la mayor parte de la sociedad, dispuesta a mantener a sus corruptos, que actúan con casi total impunidad, como algo propio. Y en esta realidad, esta gran prisión de muros invisibles, va ampliando sus dimensiones. De todas formas, todavía queda la esperanza en quienes no se han rendido y piensan día a día cómo escapar de esta prisión. Tendrá que ser la fuga perfecta, desde la imaginación. La guerra continúa.

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