Conocí
a Ángel Jaramillo allá en enero del 73, cuando me inscribí en el Colegio de
Arquitectos para iniciar mi ejercicio profesional en aquella lejana Almería
predemocrática que entonces disponía de una escasa docena de colegiados.
Desde el primer momento Ángel me
mostró su generoso apoyo profesional y personal en la siempre difícil etapa del
comienzo laboral, ofrecida desde su continuada experiencia, ya de reconocido
prestigio, tras algunos años de trabajo profesional desarrollado desde 1965
entre Almería y Madrid con su entonces socio Ángel de Blas.
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| Ángel Jaramillo Fernández |
En este punto, justo es reconocer la calidad de Ángel como arquitecto,
valoración más reseñable aún en aquella Almería que se incorporaba a la
modernidad de la democracia tan deseada, aportando un responsable rigor y una
apreciable racionalidad arquitectónica en todos los proyectos que redactaba.
Algunos ejemplos como el Centro Residencial Oliveros, la Urbanización de Playa Serena, la Rehabilitación del Teatro Apolo o los Aularios de la Universidad de Almería son unas limitadas muestras expresamente significativas de su elevada capacidad profesional.
Pero como ciudadano, también Ángel destacó socialmente. Comprometido con las ideas más progresistas en aquella Almería de la Transición, aparte de sus posiciones ideológicas personales, las mostraba públicamente, como por ejemplo con el homenaje presencial realizado a Rafael Alberti durante su Presidencia del Colegio de Arquitectos que dirigió a mediados de los 70 o en la programación del Premio Arco a la mejor obra arquitectónica con la explícita finalidad de fomentar y mejorar la calidad proyectual e inmobiliaria de nuestra Almería y que yo tuve el honor de culminar cuando le sustituí en la presidencia del Colegio en 1978.
Y como persona sólo cabe señalar su
enorme calidad humana. Amigo de sus amigos, como Manolo Falces, Manolo Bermejo,
Paco Pérez Manzuco y servidor entre otros muchos almerienses, tanto presentes
como ausentes, los cuales podríamos constatar explícitamente su trato
entrañable, su elevado nivel cultural, su generosa lealtad y su depurada
afición gastronómica y últimamente intensa y cualificada dedicación pictórica,
entre otras virtudes personales, características que lo singularizaban
expresamente entre la ciudadanía almeriense y cuya labor incansable nunca
abandonó.
Lamentablemente, una maldita
enfermedad se lo ha llevado. Como me decía hace bastantes años otro compañero
arquitecto almeriense, Javier Peña "padre", "Gerardo,
últimamente se muere mucha gente que no se moría antes".
Pues bien, así es. El fallecimiento de Ángel nos ha cogido a todos por sorpresa
y supone una pérdida profesional irreparable para Almería y un enorme desgarro
personal para quienes lo apreciábamos en todo lo que representaba y valía.
Con el más afectivo cariño y sentimiento para todos sus familiares, hombres y mujeres, en concreto para las que tanto le quisieron y en particular, para todos sus hijos, recibe, querido Ángel, nuestro más profundo respeto y recuerdo de todos tus amigos y compañeros que no te olvidan. Descansa en paz.


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