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El centro herido

Ignacio
Ortega

El centro histórico de Almería navega sin brújula, como quien mide el viento sin veleta. Sus edificios inanes parecen nichos que interrogan al paseante: ¿seguimos vivos o solo habitamos en un barrio desposeído de espíritu? El barrio parece querer hablar, pero quienes deberían escucharlo solo oyen el eco de sus propios discursos.

No sé cómo evalúa el Ayuntamiento la satisfacción de los vecinos ni cómo corrige sus deficiencias: si por señales sutiles a través de la App municipal, si por los imbornales atascados, un tropiezo en la acera o un accidente en un semáforo sin cuenta regresiva… o si solo lo hace en cada proceso electoral. Mientras que ciudades como Huelva, Jerez, Málaga o Córdoba sí ofrecen a sus vecinos series estadísticas y encuestas de satisfacción para evaluar de forma continua su gestión, el Ayuntamiento de Almería se enreda sin preguntar a vecinos y comerciantes en obras que enfadan a los taxistas.

El centro histórico de la ciudad, desvitalizado y lacerado por la falta de imaginación de sus gestores, está perdiendo identidad. Esta situación se manifiesta en un espacio público vacío de domingo a jueves con la hostelería amputada, haciéndolo poco atractivo para el turismo. Además, la falta de mantenimiento urbano crea inseguridad para el peatón, con pasos de cebra borrados por la acción del tráfico u ocultos, semáforos sin cuenta atrás y un deterioro visible en  calles que cruzarlas se convierten en un acto de fe; cada mirada, un desafío, cada rincón un foco hostil de basura.

Hace unos días, en una calle muy transitada, una mujer mayor se lanzó a cruzar confiando en sus fuerzas. Trastabilló y quedó bloqueada mientras una marabunta de peatones cruzaba al otro lado. El semáforo, sin aviso previo, se puso en rojo y, en mitad de la avenida, quedó allí atrapada, inerte, ante el tráfico indiferente.

En otras ciudades, la evaluación ciudadana guía la gestión como un faro que ilumina el camino, pero aquí, el aliento popular llega a los despachos como un susurro perdido, ignorado por quienes toman las decisiones en la Plaza Vieja.

La gestión del centro histórico no solo es deficiente, sino que condena a sus habitantes a una coreografía difícil para habitarlo, caminar y amar. Hay quienes satisfacen su gestión con mensajes grandilocuentes como “Almería avanza hacia el futuro”, pero no es verdad: el centro histórico avanza a ciegas, sin que nadie sepa —o quiera saber— cuál será el destino de un barrio histórico herido.

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