Edita: Fidio (Foro Indalo de Debate, Ideas y Opinión) / X: @opinionalmeria / Mail: laopiniondealmeria@gmail.com

La historia de la legaña de Almería

Manuel León
Periodista

Nada hubo tan genuinamente almeriense como la legaña purulenta que provocaba el polvo del esparto; ni siquiera el higo chumbo, ni el indalo. Cuenta Carmen de Burgos en La Malcasada que los almerienses les decían a los de Guadix que eran de la tierra de donde se paró la burra, porque allí encontró a sus semejantes; y los de Guadix se vengaban de nosotros diciéndonos legañosos y que cuando Cristo llegó a Almería lo llevaron al Barrio Alto a majar esparto. Almería, durante siglos, fue eso: esparto, legañas y tracoma la enfermedad que irritaba el ojo y que podía provocar la ceguera.

Hubo un tiempo en el que la plaza vieja se llenaba de elaboradoras de esparto con un pañuelo en la cabeza y una falda enorme como de matronas y se sentaban en el suelo y colgaban cestas y capachos de las paredes a finales del siglo pasado, como si fueran muebles de la casa, cuando no existía Muebles Mago, cuando los muebles y el ajuar eran eso: los viejos utensilios de esparto que elaboraban los hombres y las mujeres de la provincia más seca de España. Almería debería dedicarle una calle, una estatua o un monumento a la atocha de esparto, porque en Almería tenía su patria la recolección de esa gramínea que tanto pan proporcionaba y que tanto desgraciaba los ojos.

El Barrio Alto era donde más se trabajaba el esparto en Almería, donde estaba el almacén de Enrique Rull. Antes, los montes estaban acotados y no se podía coger la atocha el esparto hasta que no se diera la orden. Los hombres y mujeres la arrancaban a cambio de un mísero jornal. Después pasaba a los obreros de la ciudad, los que lo limpian y empaquetan o los que labran con él cuerdas, guitas, pleitas, crinejas, fascales y tomizas para toda clase de aplicaciones que del esparto se hacían: espuertas, aparejos para bestias, asientos de sillas, esteras y ese rudo calzado que se llamaba esparteñas.

El esparto tenía un olor tónico que se desprendía de las hebras doradas y ardientes. Tenía algo de labor de presidiario la de los esparteros, una labor sórdida y miserable, pero digna. Había que limpiar y emparejar ese esparto para formar las pacas o tejer las labores. El polvo picante del esparto cegaba a los obreros, dando lugar a aquella célebre frase de, ‘Almería la tierra del esparto y las legañas’.

En la provincia había 200.000 hectáreas en cultivo en 1931, el 50% del total del espartizal de toda España. Cuando la Reina Isabel II vino a Almería en 1862 se le recibió en el puerto con un kiosco de esparto donde tomó limonada. Había almacenes y tinglados por toda la ciudad como el de los Spencer y Roda, el de Zurano, el de Mr. Hall, e en barrio del Grillo o de del McMurray donde está el actual Instituto Celia Viñas.

El esparto, por tanto, era un ángel salvador para la economía pobre de Almería, pero también un demonio exterminador que provocaba en ocasiones la ceguera a través de la enfermedad ocular del tracoma producido por la bacteria clamidia que se hizo endémica en la provincia y cuyos síntomas era una mayor secreción de legañas y pus en los párpados y conjuntivas.

Los estudios de Porfirio Marín señalan al doctor José Rocafull como el precursor en el tratamiento de esta patología en Almería, cuando en 1884 ya hablaba de conjuntivitis linfática, aunque sin saber aún que se trataba de una enfermedad infecto-contagiosa.

Después aparecieron otros pioneros como Miguel García Algarra, médico de la beneficencia municipal, Rafael Aráez y Juan Vicente Esteban Blanes quienes en los años 20 atendían uno de los primeros dispensarios antitracomatosos de la ciudad, el de la calle León, en el Barrio Alto. Desempeñó también una labor sustancial en el Hospital Provincial el oculista Manuel Marín Amat, cuando desde 1909 se empezó a prestar una atención importante a esta enfermedad publicando monografías sobre el tracoma.

Su hijo Enrique Marín Enciso colaboró en la Junta Central Antitracomatosa y se empezaron a visitar fábricas y almacenes de esparto, talleres y prostíbulos instalando dispensarios antitracomatosos. Estudiaron también esta enfermedad tan almeriense otros especialistas como José Cordero, Antonio Campoy, Carlos Vaserot y Antonio Fornieles Ulibarri, quien, a su costa, mantuvo dos dispensarios en la Plaza Pavía y en el Barrio Alto.

También se abrieron dispensarios en los pueblos con mayor incidencia con facultativos como Lucio Jiménez en Serón, Bartolomé Flores en Mojácar, Antonio García en Vera, Juan Granados en Albox, Pedro Márquez en Cuevas o Jacinto Escudero en Antas. A finales de los años 40, Almería presentaba, con su típica y tópica legaña, la mayor incidencia de tracoma de toda España.

Las campañas antitracomatosas duraron hasta finales de los 60, cuando la manufactura del esparto ya había decaído mucho y el agua corriente en las casas y la desaparición de las casas cuevas propicio una mejora de la higiene. Una de las últimas profesionales en continuar estas campañas de prevención fue la oftalmóloga almeriense María Ángeles Carretero quien remató el servicio en 1976, pasando la legaña y el perverso tracoma almeriense a la posteridad. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario