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Qué pasa en Almería

Javier Salvador
Teleprensa

Hace unos días recibí un mensaje de un lector que me recriminaba mi poca dedicación a esto de escribir bitácoras. La respuesta la conocen la mayor parte de mis amigos y tiene parte de componente económico, de desánimo personal y mucho de prurito profesional. Me daba, no obstante, un par de claves para que comprobase el nivel de deterioro que se está sufriendo en la ciudad, así que decidí hacerle caso y directamente me tiré a la calle un día cualquiera. Aunque son pocas los jornadas que paso por la ciudad hice ese recorrido y, ciertamente, el haber estado despegado unos meses de esa realidad callejera te hace ver el día a día de una manera un poco más cruda.

Mi primera visita fue al mercado central, ese que pusieron de forma provisional y supuestamente por un año y poco, como mucho decían, en la explanada de Híper Almería. La visión es deprimente. Los puestos, muchos de ellos ya han sido abandonados y en los que están abiertos dedican las horas de trabajo más a preparar pedidos de bares y clientes de toda la vida que a atender al público, porque sencillamente no hay público. Por no haber no hay ni olor a mercado. ¿Por qué no se quejan? ¿Por qué aceptan su desdicha sin más?

Lo segundo fue enterarme de qué está sucediendo en el cementerio -el lector me enviaba un recorte de publicidad en el que los empresarios del mármol cargan contra el Ayuntamiento de Almería-, con eso de que hasta las placas de los muertos han sido privatizadas y ya no hay libre mercado. La conclusión fue que se han sobrepasado una serie de líneas rojas que nunca se debieron tocar. ¿Una publicidad y listo? ¿Dónde está la capacidad de protesta?

Visité un par de lugares más, de esos que me suelo guardar como termómetros o medidores y donde antes se escuchaba aquello de “mal, pero aguantamos”, pero ahora casi sin palabras, sólo con la mirada te trasladan un “mal y a peor”.

Como entiendo que no toda la culpa es de aquellos que gobiernan tomé la decisión más heavy, que no es otra que sentarme a tomar un largo café con esos a los que yo llamo los sabios, es decir, empresarios conservadores y muy mayores que han creado y aún mantienen decenas de empresas, cientos de puestos de trabajo y todo eso que de alguna manera te da un visión un poco más real del tejido económico. Y esa sensación sí me preocupó. Esas personas que confiaban plenamente en que el cambio de gobierno fuese la puerta de entrada hacia una clara pero lenta recuperación han tirado la toalla. Ya no creen y hasta ponen en duda sus convicciones políticas. No se trata de que se sientan engañados por una subida de impuestos que se acepta sin remedio ni opción de debate, sino que se sienten manipulados, utilizados y hasta humillados por una generación de políticos en la que ven, por encima de todo, una dosis desmedida de prepotencia.

Y choca, porque en estos momentos no se necesita que cuatro niñatos sin perfil profesional alguno, pero con larga trayectoria política no exenta de escándalos, le canten las cuarenta a empresarios que han sido su apoyo en la calle y el cimiento de ese trampolín que les ha situado en el lugar que están. Y no, no vale con decir aquello de que ellos les pusieron y que ahora sufran las consecuencias, porque el efecto inmediato es más paro por apatía del empresario, por desengaño y porque, sencillamente, les están quintando las ganas de seguir. Ahora bien, qué malos somos como personas y hasta como empresarios si, después de haber aguantado los reveses de la vida y levantado las empresas tras las crisis propias de cada sociedad, tiramos la toalla cuando realmente lo que hace falta es ponérsela al cuello y pedalear cueste lo que cueste.

Está claro que la clase política no va a entender que su misión no es otra que agradar, poner las cosas fáciles y hasta hacer de comerciales para que la gente cree empresas, servicios y generen actividad, y en parte la culpa es del propio sector empresarial, que durante años ha callado cuando la extorsión ha llamado a su puerta. Pero es ahora cuando se necesitan huevos, decisión y sacar fuerzas de flaqueza, porque la primera respuesta a una clase política que se identifica como uno de los problemas endémicos de esta sociedad no es otra que demostrarles con actividad que ellos están por debajo, que no son la nueva nobleza, y que si los empresarios tiran del carro sus trabajadores les seguirán.

¿Reforma laboral? No. Antes tiene que llegar la reforma de valores y la recuperación de la ilusión, las otras ya caerán. Victor Hugo escribió que el alma tiene ilusiones como el pájaro alas, y es lo que la sostiene.

Lo que me niego a creer es que se nos apague el alma, que no seamos capaces de generar nuevas ilusiones, me niego a creer que nos hayan cortado las alas.

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