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Patrimonio del mar

Juan José Ceba
Escritor

Hay golpes de emociones, tan inesperados, que nos dejan una señal que no se borra nunca. Caen en nuestro interior como si nos hubiera atravesado y quemado una paloma. Fue muy reciente el golpe. Estábamos en el Encuentro sobre la defensa del patrimonio, con el impulso siempre efectivo de los Amigos de la Alcazaba, y esa red verdadera y veladora de las Asociaciones, que batallan por el legado de toda la provincia. Se sucedían intervenciones de un interés creciente. Allí se agitaba un núcleo para el cambio en hondura de esta tierra y su ascenso para el vigor de la cultura y el turismo. Habían acabado de contar sobre el potencial del barrio de La Chanca, mostrado imágenes de su inagotable patrimonio, y de su veta áurea para el Cante, dos de mis personas cercanas; cuando, se levantó el maestro, escritor y presidente del Club UNESCO de Pechina, Fernando Tuvilla, e hizo una sencilla propuesta que me estremeció: la declaración de La Chanca como patrimonio cultural e inmaterial de la humanidad (distinción que ha obtenido ese árbol sobrecogedor del flamenco) y que se va a presentar a la consideración de la UNESCO.

Sobre la lucidez, el generoso compromiso con la cultura y la educación creadora de Fernando no he de extenderme, pues sus ramas familiares se entrecruzan con las mías, y el afecto da siempre vuelo a las palabras. Su propuesta es conmovedora, porque ha visto La Chanca como sólo el amor, la comprensión y valoración de los lugares únicos pueden verse. Llevamos treinta años, media vida, insistiendo –argumentando y mostrando- que el barrio marinero de poniente es un espacio único y absolutamente prodigioso del Mediterráneo, con un legado de enorme importancia, unos recursos y un don para la creación y el arte que sobrecoge. Ahí está el plan integral diseñado desde adentro, a la espera de que la política se decida a ir cumpliendo los sueños entrevistos. Si su patrimonio es admirable, su gente es su mayor tesoro, por más que el desconocimiento y los lugares comunes hayan abismado el gran tajo de frontera que persiste. Resulta imposible de entender que, con todo su potencial, no se le haya dado cauce de expresión y de vida al vecindario. No hablaré del continuo desprecio y la desconsideración a sus habitantes. Creo que el camino hacia la distinción de la UNESCO exige un cambio radical respecto al barrio, como si, por una vez y de pronto, recobráramos la vista, y pudiéramos llegar al fondo de este ámbito, para apiñarnos los unos y los otros, sin distinción alguna.

Aquí las canteras califales del siglo X, piedra para el alma, los monumentos y la defensa de la medina; los torreones del cerco del arrabal de Al-Haud; la Alcazaba signando el ritmo de sus días; murallas y torres de la Hoya; restos de su antigua mezquita por los sótanos de San Roque; el camino romano asomado al juego de espejos de la mar; las chimeneas y restos de las fundiciones del siglo XIX; la vivienda mediterránea engastada en los cerros; la fuerza del color –que ha de seguir recuperándose-; los amplios dominios de sus miradores a la ciudad, la Alcazaba y el mar, hasta los límites del Cabo de Gata; sitio del mismo cuerpo y ser del puerto, con su legado de la pesca…¿Puede un espacio ofrecer un patrimonio tan impresionante, hermoso y con tanto atractivo, como este? ¿A qué aguardamos para valorarlo y exaltarlo al máximo?

No es tan solo la fuente cegada del dinero lo que se necesita; sino una sensibilidad muy fina, y una voluntad y empeño que ha de llegar, no hay duda. Llamo a sus artistas, ese venero deslumbrante del flamenco, para arrimar su arte a la petición de patrimonio cultural e inmaterial para su barrio. Llamo a su vitalísima vecindad; a los colectivos; al espectro de la política, la sociedad y la cultura. Y con urgencia, llamo a quienes pueden volcarse en la transformación tangible de La Chanca.

Y a la mujer del drama contenido, que ayer vino a clamar ayudas, para una casa con siete criaturas sin trabajo, porque tiene la llave para abrir la cerrazón de la ciudad sobre su lugar más antiguo, el barrio que silencia con dignidad su angustia de no encontrar empleos, que llora hacia adentro –como descubre Sensi Falán en su copla- y siempre canta para tapar el llanto.
(Publicado en La Voz de Almería)

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