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Hablamos bien, hablamos andaluz

Fernando Repiso

El Estatuto de Autonomía de Andalucía en su artículo 12.3.2º establece: "La Comunidad Autónoma ejercerá sus poderes con los siguientes objetivos básicos: 2º Afianzar la conciencia e identidad andaluza, a través de la investigación, difusión y conocimiento de los valores históricos, culturales y lingüísticos del pueblo andaluz en toda su riqueza y variedad".

Nadie pretende normalizar nada, a no ser que se llame “normalización” al derecho de los andaluces a hablar en andaluz no sólo en casa o a la hora del aperitivo, sino siempre y en cualquier lugar,...y por supuesto, ateniéndonos a nuestras propias normas y a nuestra escala de estimación sociocultural de los diversos rasgos lingüísticos del español de Andalucía, según lo exijan la situación y el registro idiomático en que nos movamos o... según nos lo pida el cuerpo, que viene a ser lo mismo. (J. Mª Vaz de Soto, de la Universidad de Sevilla).

Porque una cosa es escribir y otra, a veces muy distinta, es hablar o pronunciar. En Andalucía se escribe en castellano pero a lo largo de  su extenso mapa lingüístico se pronuncia -o se habla- en andaluz. Desde el glosario contenido en la sección “El habla” pretendemos recopilar y difundir las diferentes y singulares expresiones y términos que han marcado, marcan y deseamos que sigan marcando la diferencial modalidad del habla andaluza. Afortunadamente, y gracias a la espontánea colaboración de tantas personas interesadas en este proyecto, lo que fue un propósito se ha convertido en una realidad y uno de los más densos glosarios de los existentes, sobrepasando en la actualidad los 1.800 registros.

Viene al caso recordar cómo -y aún no está tan lejos- la imposición de una locución única, el español de Castilla, era utilizada por los medios de comunicación para darnos las noticias desde unos registros muy distintos a los del  pueblo andaluz, parte del cual se sigue esforzando con la pretensión de “hablar fino”, porque hablar en andaluz todavía es considerado sinónimo de “incultura” por algunos propios y no menos extraños. Y para ejemplo, comparemos el castellano marrullero de Canal Sur TV, los chistes en andaluz que exportamos y a veces importamos y tomemos como ejemplar ejercicio profesional la pronunciación en la televisión canaria.

Hablar andaluz no es ninguna vergüenza, como lengua tiene unas características, no sólo en el plano fonético, que la dotan de personalidad propia. Lo que ocurre, en palabras de Isidoro Moreno, Catedrático de Antropología Social de la Universidad de Sevilla, es que "El dialecto castellano es el definido como "culto" por haber sido normativizado y academizado, mientras que el andaluz ha sido discriminado y connotado como propio de gente "inculta". Y no se ha normativizado. Pero ello no tiene nada que ver con la lingüística, sino con las relaciones de poder. Se explica en razón a que el Estado centralista definió lo castellano, en lo lingüístico como en otro ámbito, como lo "nacional", ignorando o despreciando todo lo demás".

Debemos rescatar nuestras señas de identidad ligüísticas y, en todo caso, sonoras (giros, dejillos, tonos,...) reflejos de ese espejo donde, pese a quiénes les pese o nos tomen por malhabladores, estamos la totalidad de la ciudadanía andaluza de cualquier condición, formación o estatus social. Sonidos que, recogidos desde esa sabia e inagotable fuente que es la universidad de la calle, cátedra popular de la tertulia, la familia, el recuerdo, se conservan a pesar de snobismos y demás tonos “culturizados”.
Andalucía está inmersa, con sus expresiones orales, en una singular “gramática identitaria” que vale la pena destacar por su personalidad. Renunciar a ella por sistema, por un, todavía, no desaparecido complejo de inferioridad, por una mal entendida educación o por un forzado español de Castilla o consintiendo el destierro del dominio filológico, sería tanto como practicar adrede la táctica del avestruz.

Eso se pierden los avestruces, que nosotros, desde Cosas de Andalucía, aceptamos el reto de recopilar ese pan nuestro de cada día que utilizamos para entendernos mejor –que es la cuestión-, como así lo han adoptado millones de hispano-parlantes repartidos por el mundo y contagiados de nuestro seseo, o ceceo –dependiendo-, de esos giros ocurrentes de fácil traducción, de esas sonoras ¡¿letras mudas!? y de coger por la "calle de enmedio” ante la sutil diferencia de pronunciación entre la Z o la C como caza o cacería, la B o la V en el caso de banco o vino, embelleciendo un idioma para que la letra J no produzca aspereza en los casos como jamás o juego, y que la M o la N no importen que antecedan a una consonante u otra, sonando igual campo que invitar. El castellano se encuentra hoy gravemente amenazado en su pureza por el avasallador influjo de la tecnología y de los idiomas extranjeros, principalmente el inglés-americano. Cada día nos entran nuevas palabras o hay que inventarlas con rebuscadas etimologías griegas para designar nuevos objetos, máquinas, bebidas, mercancías, sistemas, tareas o funciones laborales que se incorporan a medida que progresa la civilización.
Poner en valor el habla andaluza es la reafirmación de una valiosa reserva idiomática, una indiscutible seña de identidad, porque conservamos en uso palabras que el castellano va abandonando sin ser asumidas por la Real Academia y que, sin embargo, tienen en Andalucía su cabal sentido. Esa es la razón de que no figuren términos tan peculiares como “chochos”, o “palmar” –y son sólo algunos-, cuya significación de “altramuces” y “morir”, respectivamente, sí están en el diccionario y, por ende, no han dejado de pertenecer al vocabulario popular andaluz.
Porque hay que estar sembrao y Al liquindoi, para que no nos dé un yuyu o acabemos más mosqueaos que un pavonnavidad, con menos papele cuna liebre, más chupao que la pipa un indio o más perdío Quel barco larró.
Y los habrá que darán a estas expresiones la calificación de vulgarismos, limitándose a entender la cultura andaluza desde lo grandilocuente, despreciando la proximidad de algo tan valioso y tradicional como las comparanzas, o recursos de nuestro hablar, con las que medimos la visión exagerada del tamaño de ciertas cosas o describimos las cosas y los casos de la forma más gráfica posible. Y hasta quien lo mal utilice como imprescindible regla de la “grasia que no se pué aguantá” o caricatura para el ridículo propio y no es ni más ni menos que una riquísima, descriptiva y diferencial expresión, palabras a veces en trabalenguas o en esquiva de la propia gramática pero, al fin y al cabo, voz del pueblo andaluz. Casi ná.

Nuestra postura debe ser firme y clara: esto es Andalucía y aquí se habla andaluz.

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