Sé
que “fado” es una expresión arcaica, pero no encuentro en el castellano
contemporáneo una palabra mejor para nombrar la suerte o el destino. Hay
términos más comunes -“mala estrella”, “infortunio”, “estar gafado”-, pero
ninguno alcanza la hondura de “fado”, ese manual de resistencia íntima que
acompaña al presidente del Gobierno de España desde hace años.
Ese
fado no es solo música: se traduce en hechos, en decisiones difíciles, en
golpes y resistencias que marcan su camino. Es el fado que arrancó con su
dimisión de secretario general en 2016, derribado por los barones de su partido
y rescatado un año después por las bases. El fado continuó en la Moncloa,
sorteando acuerdos inestables, decisiones de alto coste político, alianzas
costosas y la presión sobre su entorno familiar.
Es
también el fado de un presidente insultado a diario —más que a Felipe, Aznar o
Zapatero—, de atravesar una pandemia y desastres naturales que alteraron su
agenda, de convivir con una parálisis presupuestaria y de soportar la
polarización que lo presiona desde todos los extremos.
En
el fondo, todos esos frentes dibujan un mismo adversario: su destino, mirado
desde ángulos distintos, como si cada etapa añadiera una página más a su libro
“Manual de resistencia”. El destino de quien se retira cinco días a meditar sin
encontrar respuestas definitivas; el del que resiste, recorriendo España en un
Peugeot 407 tras ver cerrarse las puertas de su partido, y se lanzó de nuevo a
abrirlas con la obstinación de un bulldog.
Es
también la cantinela persistente del que se sabe observado con lupa y soporta
la presión diaria y empuja un proyecto frágil que depende más de su constancia
que de las circunstancias. Y aun así, sin que se le altere el pulso, se levanta
cada mañana imaginando qué nuevo obstáculo le espera, hasta que la caricatura
se impone al último relato y aparece el último fado: el de un hombre primitivo
y abusador, sobre el que se arrojan todos los principios de moralidad.
Alguien me contó que, a pesar de este camino minado, su estoicismo distante se ha hecho palpable; como escribió Clarice Lispector: "Soy poco a poco. Mi historia es vivir. Y no tengo miedo del fracaso. Aunque el fracaso me aniquile quiero la gloria del caer”. Sus presuntos estranguladores no saben si, para hacerle caer, lo que aprietan es, en realidad, su cuello o la hinchazón de un simple furúnculo.

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