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Los pueblos que se comen a otros pueblos

Manuel León
Periodista

Se está haciendo mucho pero quizá no suficiente. Hay una Diputación que se faja por evitar que los nidos del interior queden vacíos. El dinero europeo del Proder ha regado de hotelitos rurales las umbrías de la provincia. Pero lo que no son cuentas, son cuentos y lo confirma el INE: el 70% de los pueblos de Almería tiene menos de 3.000 habitantes.

Almería sería Soria, si no fuera por su playa. La playa, el mar  -del que la gente huía en tiempos de piratas berberiscos y por el que después le ganamos la provincialidad a Baza- donde ahora todos queremos vivir apretujados. Por una razón imbatible: la renta per cápita de los pueblos de costa (Roquetas, Mojácar, Carboneras) casi duplica la del interior. Solo Macael y su mármol es el verso suelto de esta tendencia que se agrava y por la que estúpidamente estamos renunciado a tres cuartas partes de nuestro territorio. 

Lo estamos viendo, no paramos de verlo, incluso en municipios que tienen haz y envés: Almerimar -con 11.000 habitantes, siendo barriada, es más grande, por ejemplo, que Vélez-Rubio- se está comiendo a El Ejido, como los indios se comieron a los palomos, como Mojácar playa se está comiendo al pueblo, como Vera playa se come a su nodriza, como Terreros acabará con Pulpí, aunque nosotros no lleguemos a verlo. En la playa está el PIB, está el turismo, porque la pertinaz sequía acabará con los almendros, con los granados, con los cuatro olivos, con las pocas cabras que quedan. Se muere la Almería rural como se murió  el ambiente de domingo del Paseo de Almería desde que  creció el Paseo Marítimo.

No hay nada más poderoso que la decisión de la gente, por muchas piscinas que se construyan en Olula de Castro o pistas de pádel en Velefique para 80 habitantes de 70 años; por muchas noches de los candiles de Almócita o Paz de las Alpujarras de Padules, por mucha wifi rural y por mucho cuento de aire puro, a Enix solo va la gente a comer gurullos y a Abrucena a comer papas arrugás y después sale corriendo para volver a su Arcadia costera. Los pueblos se han convertido en parques temáticos de domingueros. Sin empleo estable, sin comercio que ayude, no hay repoblación posible, no hay paraíso que valga. Sobran pailas de migas y faltan zapaterías. 

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