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El día de la lechuza

Pedro Manuel de la Cruz
Director de La Voz de Almería

Salvatore Colasberna no pudo llegar aquella mañana a Palermo. Cuando en la plaza del pueblo siciliano de S, el autobús detuvo su marcha apenas iniciada para que aquel hombre vestido de oscuro pudiera subir, dos disparos de lupara le inmovilizaron, justo cuando iba a saltar al estribo. El estruendo desgarrado que precede a la muerte oscureció los gritos del vendedor de tortas -“tortas calientes, tortas”-, que cada amanecer pregonaba su mercancía. Eran las seis y media en el campanario de la Matrice y la plaza quedó silenciosamente paralizada en el gris del alba.

La aparición de los carabineros despertó a los viajeros de su letargo y uno a uno fueron abandonando el autobús por la puerta de atrás que, de forma tan sutil como premeditada, el conductor ya había dejado abierta. A los pocos segundos los hombres y mujeres que ocupaban los asientos habían recorrido con sigilo la plaza y se escabullían con impostada indolencia por las calles que a ella llegaban.

Minutos después un brigada se pasaba por el rostro una mano tensada por la impotencia. Nadie había visto nada. El conductor porque él sólo miraba la carretera; el cobrador era víctima de un ataque de amnesia repentino y no recordaba el nombre, el rostro, el sexo, nada, ni a nadie, de sus vecinos a los que esa mañana, como otras muchas, había deseado los buenos días, cortado el billete, cogido el dinero y dado el cambio -No me acuerdo, por el alma de mi madre, no me acuerdo; en este momento no me acuerdo de nada, me parece que estoy soñando-, aseguraba el cobrador, la última persona que vio a Salvatore Colasberna recorrer apresurado los metros que le separaban del autobús hasta alcanzarlo.

El olvido alcanzó el delirio cuando, con toda la serenidad cínica de la que era capaz, el vendedor de tortas respondió a las preguntas del desesperado brigada: -¿Entonces… -preguntó, estupefacto y curioso-, es que han disparado?

En este octubre de aniversario he regresado a ‘El Día de la Lechuza’, la novela de Leonardo Sciascia, escrita en 1961, y considerada como una de las obras maestras sobre la mafia y sus contornos. La sorpresa me ha sobresaltado al volver a su argumento y encontrar en algunas de sus páginas una arquitectura similar, a veces idéntica, a la que se ha desarrollado en los últimos años en el entorno de la Operación Poniente.

La imposibilidad metafísica de que nadie de los que en aquella mañana siciliana estaban en la plaza o ya ocupaban sus asientos en el autobús viera cómo ocurrió el asesinato del constructor Colasberna, ¿no es la misma que hace inverosímil que ninguno, ninguno, de las decenas de concejales que han pasado por el pleno de El Ejido desde hace quince años no haya visto nunca lo que estaba, presuntamente, ocurriendo? ¿Qué nivel de ceguera padecen aquellos que miraban a los protagonistas de la Operación y no veían nada extraño detrás de aquel mundo de lujo obsceno en el que vivían con ostentación indisimulada? ¿Los profesionales que certificaban las facturas, tramitaban los pagos, supervisaban los contratos, nunca detectaron ninguna anormalidad?

La Almería de 2010 no es la Sicilia de los 60 que tan magistralmente describe Sciascia; El Ejido de hoy no es el pueblo siciliano de S. en el que transcurre la novela. Pero si en la provincia encontraron y encuentran acomodo tipos formados en aquella cultura del negocio, en El Ejido también han podido encontrar un terreno propicio para su cultivo, algunas formas de comportamiento como la Ley del Silencio -o la Omertá, en siciliano-, tan peligrosas y de tan alto coste social.

Que Enciso continúe al frente del Ayuntamiento después de setenta mil folios de sumario, más de sesenta imputados y ocho meses de cárcel es una prueba evidente de que la indolencia interesada no es patrimonio exclusivo de aquellos viajeros que abandonaron al autobús de Palermo por la puerta de atrás. Lo único que diferencia a quienes respondían con el olvido a las preguntas de los carabinieri de quienes en El Ejido tampoco nunca vieron nada es que, aquí y de momento, todavía no hemos encontrado a un vendedor de tortas que responda ante la policía o la juez: -Entonces … ¿es verdad que han detenido al alcalde?

La Justicia dirá si Enciso (y quienes le acompañan en este procedimiento judicial) es culpable o inocente. Lo que dirá la política es si los concejales futuros de El Ejido continúan hipotecados por el pasado. Si PP y PSOE no se ponen de acuerdo para que, si la aritmética electoral lo posibilita, Enciso no vuelva a ser alcalde después de mayo, yo no sé ustedes, pero yo sí habré descubierto ya quienes son los vendedores de tortas.

1 comentario:

  1. Laura Enciso Ceaucescu3/11/10 08:16

    El error, una vez más, señor de la Cruz es considerar a el Ejido un ente aislado. El caso Poniente es más que el caso El Ejido, y ya sabemos que los suyos y los de otros muchos son tics involuntarios, pero también sospechosamente automáticos. El epicentro, obviamente, está en El Ejido. Al menos de momento.

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