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Símbolos, lugares de memoria y otras menudencias (y III)


Emilio García Campra
Historiador

⏩ Las acaloradas y, últimamente, indocumentadas e, incluso,  irrespetuosas manifestaciones que venimos oyendo sobre el significado del monumento de Los Coloraos y de su traslado nos inclinan a puntualizar en algo. Nos llama la atención, en primer lugar, el lenguaje despectivo usado por algunos asesores áulicos del actual equipo municipal  que, a nuestro juicio, rebasa los límites de la libre opinión. Con el mayor respeto personal, pero también con la mayor energía, recordamos ahora la puesta en escena de alguno de los  periodistas asalariados. Por ejemplo, uno de gesto melifluo y pluma cortante, que rehuye el debate serio sobre el aludido traslado, propuesto por un prestigioso urbanista, con la excusa de no querer rebajarse a juveniles lances rambleros, y en formidable zig-zag, hace pasar por la puerta del colegio La Salle nada menos que al  río Andarax. Otro, en este caso titular de historia y magnífico dibujante, a base de medias verdades y rotundas mentiras,  mezclando las churras con las merinas, traza una nueva y despectiva historia de Los Coloraos, en tres artículos de reciente aparición en el Diario de Almería. Trata así de justificar el traslado al Parque del monumento “por razones históricas”, aunque para ello tenga que magnificar  combates navales  y la entrada en juego del baluarte de Marín, cuando en aquellas fechas estaba en ruinas. Hay un magnífico libro, “Almería. La plaza de armas”, con detalle exhaustivo sobre nuestras fortificaciones. Para colmo, algún respetable miembro de la Comisión de Cultura provincial, en las redes sociales, se congratulaba días pasados de tan importante nueva versión histórica de los hechos.


Tiene razón el alcalde cuando dice que es intolerable que las obras de remodelación de la Plaza Vieja duren más que las de El Escorial. Pero habría que analizar el tanto de culpa de todos, empezando por la del polémico arquitecto que confundió el sur con el norte y sugirió la idea (tomada como dogma de fe) de convertir en plaza pétrea lo que es una plaza arbolada, del sur. Y es que con eso de “la diafanidad”,  cabe todo… Hasta “trasladar” un monumento que ocupa 36 m².

Ahora, también parece que se le quiere quitar el apellido al “Pingurucho”, por el más neutro de “Columna Conmemorativa”. A este paso no nos extrañaría que, en un nuevo avance de la modernidad,  sea posible titularlo  “Marinos de la Cruzada”, con mi mayor respeto a estos y todos lo marinos.

El Monumento a los Mártires de la Libertad, pese a quien pese, es una construcción funeraria cristiana, concebida en 1837 en honor de aquellas personas fusiladas en 1824, y construida para conservar sus  cenizas.  Los sucesivos traslados y mejoras,  a la Puerta de Purchena en 1870 y a la Plaza Vieja, en 1900, conservaron siempre ese espíritu y naturaleza. Es por eso que, al contemplarlo ahora, nos dé  la sensación de estar en presencia de algo inacabado. En este sentido,  parece ineludible: recuperar sus restantes signos de identidad. Las cruces (cuatro) que remataban su base. Los nombres de los fusilados y la Cruz Cívica concedida por Espartero, esculpidos en las lápidas. Y en fin, el cántico a la libertad, según verso  del incansable liberal Mariano Álvarez Robles. Sin olvidar, claro está, la incorporación de las cenizas, felizmente encontradas. Con tales recuperaciones, ganaría seguramente en emotividad y  potenciaría los sentimientos de admiración.


Y mientras tanto, días pasados, otro viejo liberal almeriense, a la sombra fresca de algún ficus centenario de la Plaza Vieja, repasaba con sus nietos Indalecio y María del Mar la actualidad almeriense. El lugar hacía propicio un comentario concreto. Dicen, abuelo (inquiría Indalecio) que algunos señalan al alcalde con el apelativo de El Empecinado. Esos son, además de malvados, unos indocumentados (sentenciaba el abuelo).  El Empecinado fue un caudillo guerrillero que ahorcaron en 1825, unos días antes que a Pablo Iglesias, el de Los Coloraos.

Pues a mí, abuelo (decía María del Mar), he oído comentar a algunas amigas que a esta Plaza le van a cambiar el nombre por el de Plaza Don Bocata. Fíjate qué bien. No creo que lleguen a tanto (concluía el abuelo).

A esta plaza lo que no hay que convertirla en un “hornillo, como ha  sucedido con la de la Catedral, transformada ahora en un lugar de paso, pero de paso sobre ascuas. ¿Habéis pasado una mañana de sol por la Rambla Obispo Orberá? Es como un tormento, a pesar de sus árboles ornamentales y todo.

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