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La crisis social de la educación

Miguel Ángel Blanco Martín
Periodista

Sociedad y Educación, tal para cual, tal como somos. La crisis de la educación es la otra gran crisis, la que viene anunciando desde hace tiempo su gran explosión. En la actualidad hay más que suficientes advertencias de lo que está pasando. No se puede negar lo evidente, ante una realidad en que todo el mundo está implicado: profesores y maestros, padres, alumnos, partidos políticos, sindicatos, instituciones, ayuntamientos, Junta de Andalucía, medios de comunicación, nuevas tecnologías, cine, teatro, literatura, ciudadanos de toda clase y condición, psicólogos, filósofos, médicos… Y ante el panorama de la realidad actual, los psiquiatras, cada vez más, también se han incorporado al laberinto educativo para desentrañar su compleja realidad. De hecho, la profesión de maestro se ha convertido en una de las de mayor riesgo, y las estadísticas la sitúan entre las que sufren mayor número de bajas laborales por depresión. Y junto a todo esto, la cifra estadística innegable: más del 30 por ciento de fracaso y abandono escolar en la Enseñanza Secundaria Obligatoria (ESO).

El profesor Julio Cabero Almenara (Universidad de Sevilla), doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación, hace un diagnóstico alarmante: “Aumento del fracaso y abandono escolar. Fracaso entre las clases sociales más desfavorecidas. Disminución de los niveles y exigencias educativas. Falta de interés por la educación en los círculos familiares y en la sociedad. Desmotivación del profesorado. Presión social de los medios de comunicación. Incomprensión de las finalidades del sistema educativo. Nuevos contextos multiculturales (ideológicos, religiosos, étnicos, etc.)”. Analizar todos estos elementos, uno a uno, interrelacionarlos y sacar a la luz conclusiones, es imprescindible para conocer qué está pasando. Y eso no se descubre solo en un seminario, en el que sí ha habido coincidencia: La LOGSE ha sido un fracaso, la ESO ha sido una decepción, fundamentalmente por falta de recursos. Lo que en principio surgió como la gran esperanza del cambio educativo, con la democracia, se convirtió en el territorio de los grandes fracasos y derrotas escolares de distintas generaciones de alumnos. Hasta ahora y en el futuro. Y tampoco ha servido para brindar la oportunidad de la ‘redención’ a las clases tradicionalmente marginadas del ámbito educativo. El mundo de las escuelas e institutos se ha burocratizado de tal forma que la derrota está servida.

El acceso a la educación, uno de los puntos destacados de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, se está tirando por la borda. Toda una historia de tragedias colectivas populares, conquistando el acceso a la educación, que siglos atrás les estaba vedado, se está desmoronando, por los resortes de una sociedad cada vez más alienada donde la prioridad es el éxito económico. Es evidente que maestros y profesores se han convertido, en gran medida, en víctimas de una sociedad que vuelca en ellos sus frustraciones. Los maestros se quejan de la apatía de los padres y de la mala educación de los escolares, en general. Hay profesores que, ante esta realidad, están dominados por el desencanto, hasta tal punto que se han convertido, en muchos casos, en docentes durante el horario de clase exclusivamente. Y punto. “¿Soy profesor de ocho a tres”, por ejemplo. Y eso, en una profesión, que en conciencia exige una entrega más allá del horario establecido. Pero los profesores y maestros también son padres, y también en sus circunstancias se produce el fracaso escolar. En cualquier caso, la autocrítica es un paso obligado para buscar soluciones.

Y desde el lado de los padres, desconcierto. Han convertido las escuelas en ‘aparcamientos de niños’, de tal modo que los ‘puentes escolares’ o las vacaciones se convierten en muchos casos en una especie de pesadilla familiar por la presencia del niño o adolescente en la casa. Los padres no quieren más problemas y, en muchos casos, se convierten en ‘cómplices’ del alumno contra el maestro.

La sociedad está vigilante y mira al profesorado con recelo. Hay ejemplos en los que el maestro ya no es aquel señor respetado y respetable, que marcaba la diferencia en su entorno social. Pero sigue habiendo muchos maestros y profesores respetables, por su actitud de ir contracorriente, y que son objeto de sorna e indefensión.

Este periodista tuvo un gesto de solidaridad con el maestro del Colegio Público Juan de Orea, de Roquetas de Mar, denunciado por un grupo de padres por presunto acoso sexual. Sobre este maestro se ha tejido una infamia a base de mentiras, en la que se ha embaucado a los padres. Significativamente los padres denunciantes no acudieron al colegio a preguntar qué pasa con sus hijos, sino que fueron directamente a la guardia civil. Comentarios de Mariló Castellana, maestra jubilada: “yo he dado muchos besos a mis niños en la escuela, y me podían haber denunciado no sé de qué”. Y un comentario privado, “a este paso, ningún maestro podrá acercarse a los niños, será mejor que pongan robots a darles clase”. Posiblemente los medios de comunicación, donde el sensacionalismo está a la orden del día, tengan alguna responsabilidad en esta especie de psicosis social que se está extendiendo sobre pederastas en cualquier lugar con niños. 

Y en medio de todo, los escolares, sobre todo los adolescentes, colectivo gregario que está plantando cara en todas las direcciones (escuela, familia y sociedad). A los adolescentes en grupo se les acusa de una mala educación forjada en caprichos, arrogancia, soberbia, rebeldía, altanería, chulería, rehenes de la sociedad de consumo (“¡niñatos de mierda!”, es una expresión que abunda entre los adultos). Son intocables y están incrustados en una sociedad que impone como reglas sociales: la conquista del poder, la riqueza sin límites como meta de vida, la corrupción en la gestión pública y la ley del más fuerte en la mayoría de los casos. En todo este engranaje, los alumnos son las primeras víctimas, mal que nos pese.

A pesar de todo, hay maestros y profesores, con sus desencantos a cuesta, que cada día dirigen sus pasos a su escuela, a su instituto, como algo más que un lugar de trabajo, haciendo de tripas, corazón para dejarse la piel en las aulas sin querer sentirse derrotados. Se niegan a tirar la toalla, aunque eso sea lo primero que se les viene a la mente. Cada día contemplan a los alumnos en clase, uno a uno y, como dijo el maestro Francisco Muñoz Cantón (Colegio Público Indalo), “los convertimos en nuestros niños”. Y eso no se paga ni con todo el oro del mundo.

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