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40 años del Caso Almería

Antonio Torres
Periodista

Lo peor no es equivocarse, sino perseverar en el error. “Aunque tenga que matar, engañar o robar, a Dios pongo por testigo de que jamás volveré a pasar hambre”, expresión de Lo que el viento se llevó. El responsable de los guardias civiles en el Caso Almería Carlos Castillo Quero (Baños de la Encina, Jaén, 1933-Córdoba, 1994) pudo pensar en Scarlett O´Hara. Algo de eso pasó por la cabeza de Castillo cuando al periodista Melchor Miralles le confesó su admiración por su madre que pronto quedó viuda, y sacó cinco hijos con dignidad. “Recuerdo muy bien haber ido con ella por Andújar, con toda la crueldad de la vida, a pedir limosna de casa en casa”. En cambio, aquella madrugada del Caso Almería pensó en medallas por acabar con tres etarras, sin identificarlos ni leerles derechos. Eran tres jóvenes trabajadores, como Juan Mañas, que ni siquiera sabía nada de ETA sino ser un modelo de hijo mandando casi la mitad del sueldo a sus padres. Un ejemplo de admiración. Un amigo, al que Castillo Quero llamó a las siete de la mañana de aquel domingo, 10 de mayo de hace 40 años, dijo que se lo encontró “muy nervioso, con vómitos, inseguro”. Enloqueció. Era consciente de lo que había pasado. Ese día, tras regresar de Gérgal, y darse cuenta que había tres muertos inocentes, se dio de baja por enfermedad. La situación le superó.

Conocí personalmente a Carlos Castillo Quero que llegó a Almería como responsable de la Comandancia de la Guardia Civil de Almería el 5 de junio de 1979. Al poco tiempo comprendí que era una persona impulsiva, pero de trato afable, y de otros tiempos. Antonio Grijalba de La Voz de Almería  y este autor por Radio Almería y Diario16 abordamos a Adolfo Suárez en una visita a Almería. La conversación iba de pregunta y respuesta y observamos que dos guardias nos dieron un empujón. Grijalba se quejó ante Castillo Quero. Horas después, durante un almuerzo, nos aseguró: “El guardia civil que os molestó esta mañana ya está arrestado”. No era esa nuestra intención, pero nos miramos perplejos y después con lo ocurrido con los tres inocentes del caso Almería, comprendimos que actuaba de forma desproporcionada. Hay otro dato más. El 4 de marzo de 1981, María Asensio encabezaba una manifestación de agricultores en Huércal Overa y falleció, tras recibir, presuntamente, un culatazo. Entonces el periodismo se hacía en la calle, sin tanto gabinete. El director de este periódico, Pedro Manuel de la Cruz, y yo nos plantamos en el despacho del jefe de la Guardia Civil, Castillo Quero, para recabar su opinión. Observamos, a una persona receptiva y se nos puso a llorar sinceramente. Con lo ocurrido en el Caso Almería, se me rompieron los esquemas. Castillo me pareció durante el juicio un hombre protector de los suyos. “Todos los guardias que iban en la caravana cumplieron con la obligación, con las órdenes que les daba”. 

Yo presencié unos instantes la autopsias en el cementerio de Almería y no olvido el cuerpo de uno de ellos sin brazo y como si fuera una colaña negra. Ninguna autoridad de los distintos gobiernos, han pedido perdón a una madre de Pechina que resiste y guarda con orgullo lo buen muchacho que fue su hijo. Algunos la recordamos “con un trozo de cráneo de su hijo”, porque no le dejaron ni el DNI.

El abogado acusador Darío Fernández sigue 40 años después sufriendo noches sin dormir, alucinaciones al recordar todo y la sucia campaña sufrida: “Me jugué la vida. Todo fue una mentira bufa orquestada por la Guardia Civil. Fue una lucha verdaderamente titánica. Hasta el punto que yo tuve que comprar una casa-cueva porque me pusieron explosivos en el coche, en casa y en la comunidad donde yo vivía. Son impactos tremendos…”. A esa cueva, acudió el insobornable periodista Antonio Ramos para escribir su libro, clave para que Pedro Costa rodara y estrenara su película en Almería con un coloquio y cine abarrotado.  

El presidente del tribunal que juzgó el caso preguntó a los tres procesados si querían añadir algo en la última sesión. Solo el teniente ayudante Gómez Torres contestó: “Lo siento muchísimo”. Ese mínimo arrepentimiento, puede servir para animar a alguno de los testigos para conocer la verdad frente a la oficial de la sentencia. Estoy seguro que desde sus conciencias saldrá algún vómito o dolor de cabeza. La hora de hablar, llegó.

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