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¡Sí-se-puede! destruir España

Antonio Felipe Rubio
Periodista

Una de las mentiras que más se barajan en el denominado “procés” es la ausencia de diálogo entre la Generalidad y el Gobierno de Rajoy. Este mantra se prodiga ente los independentistas y el sector radical de izquierdas, sin olvidar la ruin equidistancia de la izquierda moderada que acopla su melifluidad a sus intereses partidistas, sea cual sea el deterioro que se produzca.

"Me pregunto qué hubiese sido de esta irracional escalada independentista sin el concurso de los partidos emergentes de la izquierda radical"

Se insiste en la ausencia de diálogo por parte del Gobierno que adopta medidas coercitivas que, como dice Puigdemont, “esto no se ha visto en Europa”; y quizá ésta sea la única verdad que ha salido de su boca, pues Europa ya ha mostrado su inequívoco rechazo a esta aventura secesionista plagada de ilegalidades y en flagrante confrontación con el derecho que rige en Occidente. Todos los concernidos en la carrera independentista han asumido la ausencia de diálogo de Rajoy, y que éste ha cerrado todas las vías para una posible negociación. El problema es que cuando un desencuentro en fase de negociación llega al límite de “…en to tus muertos” es difícil retomar una senda sosegada.

Para los sectores de la izquierda tan proclives al histrión lacerante, burla machista, chiste racista y sedición pachanguera sería bueno recordar que, tras el 20-D y en proceso de investidura, se produjo una graciosa llamada de la emisora catalana Ràdio FlaixBac. El locutor o imitador fingió ser Carles Puigdemont y logró hablar directamente con Rajoy diciéndole que “ya tocaba que hablásemos”. Rajoy le responde que sí; “si te parece, y como tengo la agenda muy libre por estar pendiente de la investidura y las consultas con el Rey…”, y le cita para una fecha inmediata para tratar ampliamente los temas que a ambos les conciernen. Al final, el imitador se descubre, y Rajoy -balbuciendo- sólo puede espetar “esto no está bien... ¡eh! Esto no está bien”, y se corta la comunicación.

Ni que decir tiene que Puigdemont (el original) no volvió a llamar a Rajoy ni existía pretensión de retomar el argumentario secesionista que ya se venía currando la vice Sáenz de Santamaría. El “procés” ya había entrado en un proceso golpista unilateral que iba diseñando el plan B, y como ahora se delatan, el plan C, D, E… hasta llegar al punto de no retorno en el que se recurriría a la revuelta en las calles, arengas en Bellaterra y liceos para, como en otros casos que glosa la historia, llegar a la explosión revolucionaria con la proclamación unilateral de independencia.

No es imaginable intentar llegar a un acuerdo con Antonio Tejero tiroteando el artesonado del Congreso. Y tampoco es posible el diálogo cuando se embiste con la razón de la fuerza, olvidando la fuerza de la razón.

Me pregunto qué hubiese sido de esta irracional escalada independentista sin el concurso de los partidos emergentes de la izquierda radical: Podemos, CUP, Arran, Ezquerra Republicana… y la colaboración de Izquierda Unida alineándose a las manifestaciones “ordenadas” por Podemos en lugares tan “emblemáticos” como la calle Arapiles de Almería.

Seguramente, dentro del riesgo calculado por la saga corrupta que inició Pujol y secundó Mas, abrir un frente de esta magnitud al Gobierno de España era un error sin el concurso de la masa crítica que aporta la demagogia y manipulación de la extrema izquierda.

Ni Jordi Pujol ni Artur Mas (conservadores “de lo suyo” hasta las trancas) hubiesen movido ficha alguna del tablero sin contar con los peones de bajo coste que les proporciona la combativa radicalidad de Podemos y sus confluencias que están locos por la “música”. Ya lo dijo el alcalde comunista de Villaverde del Río (Sevilla): “Nosotros no estamos en las instituciones para afianzarlas, sino para destruirlas desde dentro”. ¡Qué mejor aliado para un proceso sedicioso!

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