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El momento de la desunión


Félix
de la Fuente Pascual

Corren malos tiempos para la democracia. Si la unión hace la fuerza, la desunión produce la debilidad. Aires de desunión en España y aires de desunión en la Unión Europea. La desunión no tiene que ser necesariamente antidemocrática. Un divorcio puede ser en muchos casos la mejor solución. Paro la desunión es gravísimamente antidemocrática cuando viene provocada y hostigada por factores externos que no tienen nada que ver con la democracia, léase intereses económicos, y cuando desemboca en populismos y nacionalismos.

¿España se rompe?


No cabe duda de que ni a Estados Unidos ni a Rusia les interesa una Unión Europa fuerte y democrática. Qué curiosa coincidencia “el Brexit”, el triunfo de Trump y las ansias imperialistas de Putin. Una Europa desunida tiene mucho menos poder, una España desunida es un cero a la izquierda y una Cataluña separada de España y de la Unión Europea es el terreno mejor abonado para los reyezuelos del “tres por ciento”.

Nuestra democracia deja muchísimo que desear. La Unión Europea está retrocediendo a pasos agigantados en sus valores sociales, pero la solución no está en echarnos en los brazos de los populismos o de los nacionalismos, ni tampoco en ser esclavos de Rusia o de América. No, no se trata de orgullo político o de complejo de superpotencia. Se trata de la supervivencia de los valores democráticos y sociales de Europa.

Hay informes que hablan -porque es lo que están deseando- de la desintegración de la Unión Europea. Creo que todavía no estamos tan lejos. Una Europa a varias velocidades puede ser una muy buena solución y no es una desintegración. Y si hay países que se quieren salir de la UE, es la mejor muestra de que nunca deberían haber entrado.

No se puede constituir una democracia basada en privilegios de unas regiones frente a las otras o de unas provincias frente a las otras

¿Cómo hemos podido llegar a esta situación en España y en Europa? Estamos viendo cómo los partidos políticos se echan la culpa los unos a los otros, cuando creo que en mayor o menor medida son todos culpables. No es hora de mirar al pasado sino de echar las bases del futuro. No se puede constituir una democracia basada en privilegios de unas regiones frente a las otras o de unas provincias frente a las otras. Y me temo que se quiere contentar a los independentistas catalanes con los privilegios de que gozan Navarra o Vascongadas o algo similar, dando lugar a que dentro de unos meses Galicia o Andalucía o cualquier otra región de España reclame con toda razón los mismos privilegios.

No, no fue tan ideal nuestro tránsito hacia la democracia. Fue ideal la actitud de los ciudadanos, pero no la de los políticos, unos por coaccionar y otros por tolerar que los coaccionaran. La historia de nuestra reciente democracia ha sido la historia de las coacciones y de los chantajes de unos partidos políticos en defensa de privilegios. ¿Qué podríamos esperar entonces? Reformemos la Constitución en todo lo que sea necesaria, pero para abolir todas las discriminaciones y privilegios. Donde hay privilegios no hay democracia.

Ni la situación de Cataluña es una casualidad ni la crisis de la UE era algo imprevisible

Y la UE, ¿cómo he llegado a esta situación? Resumiendo, yo diría por el nacionalismo de los Estados. Los políticos nacionales tenían miedo de que el Parlamento Europeo o la Comisión les quitaran protagonismo, miedo a perder sus privilegios. Y por eso se inventaron “el principio de subsidiaridad”, para desmantelar a las instituciones europeas de las competencias que éstas ya tenían, porque era algo imprescindible para que pudieran cumplir sus objetivos, cometiendo los políticos la aberración de convertir a los parlamentos nacionales en policías del Parlamento. En el fondo, se trata de lo mismo. Nacionalismo puro. ¿Por qué el nacionalismo de las regiones tiene que ser malo y el de los Estados bueno?

No, ni la situación de Cataluña es una casualidad, ni la crisis de la UE era algo imprevisible. Ambos casos tienen un denominador común: irresponsabilidad e incompetencia de los partidos políticos. Reformemos la Constitución, sí, pero esto no basta. Es necesario que reformemos también los partidos políticos.

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