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Rafaela González García, una centenaria almeriense en la Patagonia

Manuel León
Periodista

Es la abuela de Comodoro Rivadavia, la ciudad con más petróleo de Argentina, aunque sus raíces son legañosas. Rafaela González García acaba de cumplir 102 años en esa ciudad portuaria de la Patagonia, agradecida de seguir en este mundo, rodeada de su familia y acordándose de su Lucainena del alma, uno de los pueblos más bonitos de España. Rafaela vive aún la plenitud de la vida: todos los días riega sus plantas, acude al mercado y cocina para sus hijas, a pesar de que su edad se escriba ya con tres dígitos. 

Rafaela, una almeriense más de la diáspora, nació en 1922, hija de  Rafaela la Sifora, de Los Olivillos, en una familia en la que era la única mujer entre cinco hermanos varones. Sufrió la Guerra y la Postguerra y se casó con Juan Munuera, un paisano dedicado a cultivar olivos, almendros,  panizo y cebada. Con él y con su hijo Francisco de cinco años, decidió emigrar a esa tierra de promisión que era la Argentina de entonces, como tantas familias vecinas. Era el año 1953, cuando Rafaela cruzó el charco, con 31 años recién cumplidos y todo un nuevo porvenir por delante. Dejó su pueblo con lágrimas en los ojos, con ese sentimiento mestizo entre la melancolía y el anhelo de conquistar una nueva vida con más recursos para su hijo, con más oportunidades de prosperidad.  

Embarcó en el Puerto de Almería en un transatlántico, con varias docenas de emigrantes como ella, que iban viendo como la dársena, el Parque y los familiares en tierra se iban haciendo pequeños conforme el vapor se alejaba  de la bahía de Bayyana, coronado por un penacho de humo. Llevaba un collar blanco, unos pañuelos bordados con su nombre que le entregó su madre y varias maletas con la ropa del matrimonio y la del niño.  La travesía se hizo eterna, con mareos y vómitos en la cubierta, hasta que arribaron a Buenos Aires, desde donde partieron a Mendoza. En esa tierra de vino y montañas, su marido encontró trabajo en la agricultura, pero no quería laborar de empleado, para eso se hubiera quedado en España, y buscó nuevos horizontes. La familia lucainense, entonces, decidió probar suerte en un pequeño pueblo portuario al sur de la Patagonia donde había florecido mucho petróleo, como una Texas sudamericana. En Comodoro Rivadavia, Juan Munera empezó a trabajar colocando cañerías como contratista de la petrolera YPF. Luego, con el paso de los años, la familia invirtió en un pequeño camión para trasladar tuberías y continuó invirtiendo para comprar autobuses para la linea de transportes de Comodoro. 

Mientras Juan se dedicaba a la tarea de transportista, Rafaela estaba al cuidados de sus hijos, al trabajo de ama de casa, en su vivienda de la calle Urquiza. Educó a sus hijos Francisco, Angela y Rafaela con los Salesianos y pudo visitar su Lucainena querida tres veces desde que emigró. Más que centenaria y abuela de cinco nietos y dos bisnietos, Rafaela se levanta a diario a las 8 de la mañana, cuida de sus macetas acordándose de los geranios de su tierra, prepara la comida y lava su ropa. No necesita mucho más esta mujer almeriense que tiene lo más crucial: la salud intacta y una cabeza privilegiada para saber disfrutar de las cosas sencillas de la vida. Hace unos meses participó Rafaela en los actos del Día de Andalucía en la Casa de Andalucía de Comodoro Rivadavia. Allí asistió a unas misa rociera,  vio bailar verdiales y se endulzó con un rosquillo de anís. 

Comodoro, una ciudad del sur argentino, tiene tamaño y población similar a Almería y es ante todo un centro económico y puerto exportador desde el descubrimiento del petróleo en 1907. Es también tierra donde han encontrado acomodo muchos emigrantes almerienses, quizá arrastrados unos de otros por el boca a boca. Uno de los personajes más populares de Argentina es Cristóbal López, un almeriense también con inicios en Comodoro y al que la prensa bonaerense llama “El dueño de todo” por su  poderío económico y sus buenas relaciones con el poder en la época de Ernesto y Cristina Kirchner.  

Su historia arranca cuando en 1949 embarca con su padre en Almería huyendo del hambre y de la escasez. Muy joven aún empezó a trabajar como repartidor de pollos y poco a poco fue prosperando como transportista. Hoy día, parte del imperio patrimonial y de negocios de López cuelga de una corporación que es un homenaje a sus orígenes: Grupo Indalo, con el logo de Perceval, en el que se incluyen empresas petrolíferas, casinos, salas de juego, fincas y ganaderías, hoteles, residenciales y restaurantes. 

Otra familia almeriense con mando en plaza en Comodoro Rivadavia es la de Juan Castellanos Bonillo, oriundo de Arboleas, donde sus padres eran apodados los Truenos. Se embarcó con una mano detrás y otra delante a finales de los 40 y al poco tiempo ya empezaron  a hacer fortuna arrendando fincas y ganado en las feraces tierras de la Patagonia y creando una red de empresas de transporte energético también para la petrolera YPF, donde llegó a convertirse en uno de sus accionistas de referencia.

La suerte de la lucainense Rafaela no fue tan mayúscula como la de Cristóbal López y Juan Castellanos, pero ella, a su manera, también ha triunfado en esa tierra de promisión, en esa ciudad sureña como Almería a la que llegó cuando apenas era un poblado, cuando todo estaba por hacer al albur del descubrimiento de los pozos petrolíferos. 

Hoy Rafaela, más que centenaria, sigue haciendo lo mismo que cuando llegó en un barco desde el Puerto de Almería: cuidar sus plantas, comprar la verdura y hacer sus guisos con sabor almeriense. 

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