Un escritor con un premio bajo el brazo y un bloqueo frente al
folio. Una casa que esconde (al menos) un secreto. Una crisis de pareja. Un
perro robaescenas. Una psicóloga que las ve venir. Una investigación de andar
por casa. Diálogos eléctricos. Humor perspicaz e ironía autoconsciente. También
una historia triste sobre la que quizás vuelva a germinar la luz si se
encuentran las palabras justas. Las palabras con las que se cuentan las
historias, reales o inventadas. ¿Importa? La respuesta la puede tener (o no) Juan Manuel Gil (Almería,
1979) en su nueva novela, La
flor del rayo, editada por Seix Barral, sello que le dio
en 2021 el
premio Biblioteca Breve por ‘Trigo limpio’. Este miércoles 1 de
febrero, a las 19 horas, la presentará en la Librería Picasso.
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El escritor almeriense Juan Manuel Gil, autor de ‘La flor del rayo’. Foto: Iván Giménez / Seix Barral |
El protagonista de ‘La flor del
rayo’ se llama como usted y ha ganado el premio que usted ganó. Pero no es
usted. ¿Vamos bien? Vamos bien.
Aunque no tengo claro que mi pareja piense lo mismo.
¿Guarda esa distancia con su yo
de ficción por pudor? No me
planteo elegir entre el pudor o el exhibicionismo. Lo que me exijo es tomar
decisiones que hagan que la historia progrese con nervio, que me empujen hacia
adelante, que tiren del lector hacia dentro.
"Quien no genere un pequeño caos de vez en cuando, ¿qué está haciendo con su vida?"
El Juanma de la novela disfraza
la verdad y va generando un pequeño caos por encontrar su historia. ¿Se iría de
cervezas con él o se cambiaría de acera? Sí, claro. E
invitaría yo. Me ha dado muchas páginas, cómo no le voy a estar agradecido.
Además, quien no genere un pequeño caos de vez en cuando, ¿qué está haciendo
con su vida?
Su escritor sufre de bloqueo
literario. ¿Es un mal real o un recurso de su oficio para, precisamente,
contarnos historias? En los
periodos más o menos largos en los que no he escrito una sola página —de eso
hace ya algunos años— no me he sentido bloqueado. De hecho, siempre tuve la
impresión de que, aunque no tecleara una sola palabra, no paraba de escribir en
mi cabeza.
“Rara vez los libros se
empiezan a escribir por el principio”, leemos. ¿Es cierto? En mi caso,
es así. No suelo buscar los principios. La propia escritura me los trae cuando
ya he redactado buena parte de la novela. Cualquier conexión, giro o palabra me
revela ese comienzo. Pero no quiero plantearlo como un acto solemne. Si acaso,
como un movimiento mecánico que se activa.
¿Es ‘La flor del rayo’ una
especie de secuela de ‘Trigo limpio’? Como un díptico. Diría que es
una obra que dialoga con las anteriores, tanto con ‘Trigo limpio’ como con ‘Un
hombre bajo el agua’, pero con autonomía plena. Y no lo digo porque compartan
un narrador y un tono determinado. Lo digo porque en todas ellas se esconden
algunos de mis miedos.
Gran parte de la acción
transcurre en Ciudad Jardín, aunque no cite el barrio expresamente. Y hay un
jardín determinante en la novela. ¿Parte del juego o cosa del azar? Mi mejor
puerta para acceder a la invención es mi vida cotidiana. Y ese es el barrio
donde la llevo a cabo, donde paseo con mi perro a diario, donde juego con mi
hija y busco aparcamiento. Por lo tanto, es ahí donde encuentro esas trampillas
que, una vez abiertas, me dan acceso a mi ficción. En el caso de ‘La flor del
rayo’, fue una casa muy cercana a la mía la que me empujó ficción abajo.
"Nuestra literatura nos ha enseñado que con el humor se accede al corazón de lo que nos aterra"
El humor y la ironía recorren
la novela, que se desliza suave a temas más dolorosos. ¿No podría acercarse a
ellos sin ese escudo? Probablemente
podría, pero tengo la impresión de que ese humor me ayuda a llegar un poco más
lejos en la exploración de lo que más temo, de lo que más me duele, de lo que
casi me paraliza. Nuestra literatura nos ha enseñado que con el humor se accede
al corazón de lo que nos aterra.
Ocurre algo similar con el
amor, que toca en varias de sus expresiones: de pareja, a los padres, al oficio
de escribir, a una mascota. Pero siempre guardando una cierta distancia. El narrador
de esta historia ha hecho de la literatura su refugio. Sabe que a veces la vida
te pasa por encima. En cambio, en la escritura, con esa distancia de la que
hablas, la cosa puede ser bien distinta: él, como narrador, lo gobierna todo. O
eso cree.
Deja claro que las palabras
pueden destruir tanto como construir. ¿Exageramos cuando hablamos del poder
sanador de las historias? Yo creo que
eso depende de cada lector. En sentido estricto, la literatura no te cura una
enfermedad hepática, no te soluciona los problemas con el banco, ni tomas las
decisiones difíciles por ti. Pero sí puede transformarte. Un poquito. Y eso
siempre es mucho.
Sus diálogos son muy ágiles y
sus personajes se quedan en ocasiones, literalmente, sin saber qué decir.
¿Manejar esos silencios también es escribir? Sin duda.
Renunciar al silencio por miedo a no ser entendido es desastroso en literatura.
Los personajes a veces callan y tenemos que respetar ese silencio. Por eso mis
narradores ni siquiera lo rompen diciendo que “guardó silencio”.
Muchas novelas de hoy son
fáciles de imaginar trasladadas a la pantalla. No sucede con las suyas, por más
que esconden buenos argumentos. ¿Lo hace a propósito? Mis novelas
son eso. Novelas. Mientras las escribo me interesa lo visual, por supuesto,
pero también los aromas de los jardines, el ruido de las persianas subiendo y
bajando, el sabor de una manzana y el tacto de una carta que acabas de sacar
del buzón. En eso la literatura es invencible.
Hablando de películas: Garci
dice que el cine es una vida de repuesto. ¿Se aplica usted lo mismo con la
literatura? Yo diría que
la literatura escucha hablar del metaverso y sonríe con cierta ternura.
Solemos encontrar en sus
novelas uno o más misterios, desapariciones y una investigación, aunque sea
terrenal. ¿Se ve adentrándose, sin tapujos, en el género negro? Por ahora
no. Mi propósito es no meter en mi barrio a ningún asesino.