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4-D: rescatar la ilusión

Pedro Ruiz
Secretario Provincial del PA

Quince años atrás, escribía Carlos Cano el artículo que se entrevera entre estas líneas que desgrano. Era un artículo lleno de poesía, de rabia, de dolor y de esperanza.

Antes de que se iluminen los árboles del centro histórico de nuestras ciudades, y sus reflejos centelleantes nos adormezcan, quiero reflejar algunas cosas que tres lustros después siguen horadando mis entrañas, al igual que lo hacían con Carlos Cano.

A pesar de las continuas campañas que los gobernantes en el poder desde 1980 han ejecutado periódicamente y de que los niveles de bienestar han aumentado globalmente, ni siquiera “hay de tó pá comé”. Convivimos con vecinos alrededor, y son más de un millón, que sufren diariamente la desvergüenza del paro, de los embargos de sus viviendas que no pueden pagar, porque han caído precisamente en el paro.

Los niveles educativos de nuestros hijos e hijas siguen estando entre los que cuentan con más abandono y fracaso escolar. Las esperanzas de futuro de nuestros jóvenes de integrarse laboralmente e independizarse son cada vez más escasas.

La ilusión que generó aquel 4 de Diciembre de 1978 de que en Andalucía se iba a acabar la humillación de la emigración, la dependencia económica y política se ha desvanecido. La han desvanecido mejor dicho. Los gobernantes de los últimos 30 años y los que desde Madrid y aquí mismo en Andalucía callaban ese hacer, han permitido que Andalucía no cuente ni en España ni en Europa. El ejemplo de la venta de Cajasur es paradigmático. Y ahora quieren gobernar ellos para seguir ahondando la invisibilidad de Andalucía, para seguir los dictados de Madrid. Incluso para traernos las técnicas de la corrupción. Como si aquí no se hubiera fomentado bastante por los actuales.

El artículo de Carlos Cano, sobre el 4D y que hoy seguimos suscribiendo, en ABC el 5 de diciembre de 1995, dice así:

“Hoy, 20 años después de aquel invierno de 1973, cuando lleno de pasión escribí y canté la Verdiblanca, me encuentra otra vez con mi pueblo, con las viejas heridas de siempre, con su collar de corazones rotos, de horizontes perdidos sin golondrinas ni balcones.

Hoy 20 años después, han desertado las estrellas de los sueños. Y la aventura de vivir y la utopía anidan en las prisiones de la soledad. Hemos perdido el espíritu cívico, la solidaridad y la vergüenza. Estamos corrompidos por la crueldad, el egoísmo y el silencio. No tenemos capacidad de reacción y contentos con nuestros señores, somos una bicoca para el poder de turno. Años servidores.

Incapaces de interpretar los signos, con sus viejos, aburridos y arcaicos discursos, los partidos políticos ignoran las claves esenciales de la vida, la convivencia, el porqué de las olas, la armonía y el orden de la Naturaleza. Y nos conducen al abismo de la desesperación y la apatía, como van las ballenas suicidas a las playas de la destrucción.

Hoy como decía aquella vieja jornalera de los Corrales “Hoy mi niño, hay de tó pá’ la boca, pero falta alegría”.

Nos hemos acostumbrados a convivir con la mentira, la manipulación y la hipocresía. A justificarnos con ellas en nombre de la supervivencia. Hemos perdido voluntariamente las alas de la libertad ignorando que tras el miedo de vivir, el egoísmo, la indiferencia, la intolerancia, la bestia negra del fascismo nos espera.

Algo va a cambiar muy pronto. Algo va a reventar antes de que encontremos la razón de tantísima soledad, el sentido final de la belleza que buscamos, la estrella perdida. Por eso ha llegado el momento de recuperar el protagonismo de nuestras vidas. Nuestro propio destino, los sentidos del arte, la emoción y la valentía. Porque un ser humano es, como una nación y un corazón es como un universo y todos juntos debemos ser un pueblo. Tenemos que ser un pueblo.

Hay que terminar pronto con esa puta del Sur, la que devora a sus hijos como Saturno. La del paro, la droga, la ignorancia, la humillación y el conformismo. Y devolverle su memoria de luces, su magia primitiva y oculta. La grandeza de su instituto. Y recordarle que llegará un día en que tendremos que lamentar no haber sido más libres, más fuertes y más enamorados. Cuando no quede nada que defender. Cuando sólo las estatuas de sal anden entre las ruinas de lo que fuimos.

Por eso hoy, mientras espero vigilante en el horizonte a que lleguen los bárbaros que acaben pronto con este tiempo narcotizado, enseño los dientes y muerdo los cuchillos de la utopía, Y pongo alas a mi corazón por el cielo radical y luminoso del futuro. Para luchar contra el pasado y sus símbolos. Contra su expresión y su cultura con la fuerza telúrica de la noche y el extraño poder del amor que hace girar el mundo.

Por eso yo levanto la bandera de mi pueblo. Por eso yo pronuncio el nombre hermoso de mi tierra. Y espero y deseo que las nuevas generaciones, con el poder que da la vida, recuperen los ritmos, la emoción, el arte y el firmamento. Y los arrojen contra este mundo que se derrumba y desaparecen en propio fracaso y en la memoria de los tiempos para siempre.

El pasado ya no existe. Hablemos sólo de su cadáver.

¡VIVA ANDALUCÍA LIBRE!”

Ni ángel ni demonio

Pedro Manuel de la Cruz
Director de La Voz de Almería

Cuando Ana Patricia Botín afirmó el pasado martes que Almería debería convertir el turismo residencial en un aliado no estaba, sólo, planteando una decisión táctica; estaba señalando el inicio de un camino a recorrer para convertir el aprovechamiento de nuestras posibilidades medioambientales en una estrategia que consolide la climatología, no sólo como un argumento para atraer turistas ocasionales, sino como un factor estratégico que vaya más allá de la estacionalidad veraniega o de fin de semana.

En un escenario de crisis provocada en gran medida por la insensatez de quienes se acercaron al sector de la construcción sin conocimiento del negocio, sin fondos para solventar dificultades inesperadas y sin los escrúpulos éticos y estéticos que impone la decencia, el que la presidenta de Banesto situara el ladrillo como una piedra sobre la que levantar una parte importante de la economía provincial sonaba, si no a herejía, si a sorprendente. No por lo que decía, sino por quien lo decía.

El ladrillo -o mejor: su irresponsable utilización- ha sido un factor determinante en el estallido de la crisis; pero no es el único. Por eso no hay que confiar en quienes abrazan con pasión el nuevo testamento que proclama que el sector de la vivienda es un espacio de maldad sin posibilidad de bien alguno; y no hay que confiar en la solvencia de sus argumentos, porque, la inmensa mayoría de los que así lo proclaman, son los mismos que, antes de que estallara la burbuja, también defendían con pasión el antiguo testamento que confiaba la felicidad en la lluvia sin orden ni concierto de cemento y arena.

Alejado por tanto del error del maniqueísmo -el ladrillo, como los antibióticos, no son ni buenos, ni malos, todo depende del uso que se haga de ellos-, lo que Botín dijo el lunes no era ninguna herejía ni, por otro lado, ninguna novedad. Han sido muchos los almerienses que han insistido en las posibilidades geoestratégicas de Almería y han sido todos los gobiernos (de todos los colores) los que no han hecho nada porque así sea; peor, o sí han hecho: poner obstáculos.

Hace cuatro años, y al regreso de un viaje por Arizona, traía yo a esta Carta la experiencia social y económica que estaba teniendo lugar en un territorio dotado de similares características a Almería.

Scotts Dale, un pueblo situado al este de Phoenix, era, tras la Guerra Mundial, un puñado de casas levantadas por los indios en medio de un desierto interminable crucificado de ramblas y salpicado de cactus y en el que la modernidad se reducía al ruido de los reactores por la mañana y, al atardecer, al sonido de la campana de la misión de San Carlos, tan cercana a la frontera con México. La luminosidad de su sol permanente y la inapreciable densidad de su demografía -apenas dos mil habitantes- le habían acabado por convertir en el mejor cielo en el que los pilotos americanos podían hacer prácticas con sus cazas.

Pero en los primeros años cincuenta algunos empresarios con los pies en la tierra, la mirada en el futuro y la imaginación en el cerebro miraron un mapa. Chicago, una ciudad sometida a la dictadura del frío y a la democracia de los negocios, estaba habitada por millones de personas condenadas a la hostilidad de un clima canalla. ¿Por qué -pensaron- no podemos ofrecerles a tres horas de avión lo que ellos no tienen? Cincuenta años después Scotts Dale es una ciudad de más de trescientos mil habitantes con un nivel de vida altísimo y unas condiciones sociales y culturales excepcionales. La imaginación, la ausencia de trabas burocráticas, el turismo residencial y el golf habían convertido un erial de miles de hectáreas en una ciudad modélica en la que la contaminación lumínica o la destrucción de un cactus cuesta a quien lo hace una multa de 18.000 dólares. El desarrollo no solo había generado riqueza; había provocado una conservación del medio ambiente donde antes sólo había ruido y rastrojeras.

Como es habitual en la tradición almeriense, los que allí estuvimos dedicamos parte del viaje a recuperar la pegunta que siempre hacemos cuando salimos fuera: ¿Porqué Almería no puede desarrollar lo que otros, en un territorio similar, han desarrollado y con gran éxito?

La crisis pasará pero la niebla húmeda de Londres o el frío helador de Franfurt continuarán. Cómo continuará aumentado la esperanza vida y la búsqueda de la felicidad a través del ocio y la climatología. Almería puede satisfacer las aspiraciones de miles de centroeuropeos -ya lo está haciendo- que quieren vivir su ocio o su jubilación o su trabajo no obligatoriamente presencial, saludados por el sol de cada día, la calidez de sus playas a la puerta de casa y una calidad asistencial de igual o mayor calidad que la de sus países de origen; y todo ello a dos horas de avión de la bruma hostil de sus ciudades de origen.

No pongamos puertas al campo. La vivienda, en su concepción más tradicional o en su perfil de turismo residencial, es una necesidad vital, un bien social, pero, también, un sector económico importante cuyos beneficios -otra vez la simplicidad del maniqueísmo- no sólo tienen sus destinos en los constructores, promotores o la banca, también los tienen en todos las decenas de oficios relacionados con ella. Y sobre todo en los ciudadanos, en las familias que en ellas van a encontrar su hogar.

Y por último y no por ello menos importante: ¿Si Almería es un territorio en el que han encontrado acomodo, servicios, trabajo y felicidad miles de ciudadanos del sur, por qué no pueden encontrar ese mismo acomodo quienes vienen del norte?
(La Voz de Almería)