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Una visión (no técnica) del PGOU de Almería

Pedro Manuel de La Cruz
Director de La Voz de Almería

Por favor, sigan leyendo. Que nadie se asuste. No voy a entrar en los criterios técnicos que han provocado el rechazo al Plan General de Urbanismo de Almería. Si los expertos municipales y autonómicos no se ponen de acuerdo sobre las razones que deben determinar la aprobación o el suspenso, entrar en ese laberinto controvertido de normas, criterios y planeamiento de futuro es una temeridad irresponsable. Allá los técnicos con sus argumentos contrapuestos y, en cualquier caso, a su pericia corresponde buscar alternativas a una encrucijada en la que nadie se siente cómodo y de la que hay- y todos quieren- que salir cuanto antes.

Desde la Alcazaba
Lo que no se puede entender desde la lógica de la razón es que el PGOU lleve más de doce años -doce, que se dice pronto siendo tanto el tiempo transcurrido- en fase de tramitación. EL Plan es una hoja de ruta por la que circulará el futuro de la ciudad y esa importancia estructural exige ser consciente de que lo que se apruebe marcará el porvenir urbano de las próximas generaciones, lo que obliga a la exigencia del máximo rigor a la hora de diseñarlo. En la vida de las ciudades hay rutas que no tienen vuelta atrás y esta es una de ellas. Hay que acertar y cualquier redacción apresurada es un campo de minas de extraordinaria toxicidad para el futuro.

"Cinco mil días de bucle administrativo es un insulto a la diligencia exigible a cualquier Administración y, a la vez, una incitación a la sospecha de que no es solo el cumplimiento de la norma lo que dilata su aprobación"

Pero esa prudencia exigible en la redacción de cualquier Plan General no encuentra cobijo justificado en el paraguas insoportable de doce años de trámites interminables. Algo o alguien no ha hecho ni está haciendo bien su trabajo. Es incomprensible que dos administraciones que tienen como objetivo gestionar los intereses colectivos no sean capaces de buscar puntos de encuentro en más de 150 meses. Cinco mil días de bucle administrativo es un insulto a la diligencia exigible a cualquier Administración y, a la vez, una incitación a la sospecha de que no es solo el cumplimiento de la norma lo que dilata su aprobación, sino la posibilidad de que existan criterios políticos o intereses grupales inconfesables.

La vida es más compleja que la geometría y aunque la regla, el cartabón y la escuadra demuestran que la distancia más corta entre dos puntos es una línea recta, en la gestión de los intereses a veces hay que buscar andenes en los que detenerse antes de llegar al punto de destino. Se tarda más en alcanzar la meta, pero se llega antes a aquellas estaciones en las que la espera supone un alto coste para el desarrollo.

Es posible que el Plan no pueda aprobarse desde la pulcritud administrativa en su totalidad y que, pese al tiempo transcurrido desde su inicio, haya aspectos que incorporar obligados por olvidos, errores, resoluciones o sentencias sobrevenidas en tantos años de navegación interminable. Pónganse a ello quienes tengan esa responsabilidad.

Pero pónganse también Junta y Ayuntamiento a buscar escenarios de confluencia que imposibiliten la paralización de la ciudad y eviten el alto coste que para las arcas municipales- o sea: los bolsillos de todos- tendría la reversión de millones de euros adelantados por convenios sobre los que puede admitirse la discusión sobre su idoneidad-La Salle con El Corte Inglés, o un hotel en terreno de la Compañía de María a cambio de construir el nuevo cuartel de la policía local, entre otros-, pero a los que hay que hacer frente por haber sido aprobados por mayoría en Pleno.

Aunque con un retraso insoportable ha llegado la hora de la sensatez. Almería no puede estar esperando otros doce años para ver aprobado su Plan General. Y de que esto no suceda tienen la responsabilidad los que situados en las dos orillas del conflicto no han encontrado- o no han sabido, o no han querido- encontrar un punto de encuentro.

No va a ser fácil, pero lo primero que tienen que hacer unos y otros es no convertir esas orillas en trincheras. Algo que hasta ahora y a la vista de los resultados, no han sabido o querido hacer.