Por
fin termina un año en el que el narcisismo de la gestión pública se ha rendido
al marketing del 'yo'. Es la política de políticos inmaduros que confunden la
resiliencia con el afán por colonizar el próximo titular. Sustituyen el sentido
del buen gobierno y crean capítulos amargos a nuestras vidas. Mientras se miran en el espejo de su ego, la
ciudad se desdibuja en una gestión irreal: la prioridad, en realidad, ya no es
el bien común, sino la supervivencia de su propio relato, esa tiña que
terminará por devorarlos.
No
tiene Almería un Muro de las Lamentaciones donde colocar secretos papeles entre
sus rendijas para materializar el deseo
publicitado por la alcaldesa - “Respirar, Sentir, Vivir Almería”-, pero tiene, en lo alto del Cerro de San
Cristóbal, una hermosa estatua en mármol del Sagrado Corazón, a la que el
Ayuntamiento se encomendó tras la riada de diciembre de 1927.
La
benefactora económica de esa hermosa estatua, obra de José Navas-Parejo, que se
eleva a 105 metros sobre el nivel del mar,
imaginó que “El Santo”,
como pronto lo bautizaron los almerienses, fuera faro moral y referencia visible en tiempos de
dificultad. Así, la ciudad y su gente encontraron en el mármol un punto de
encuentro entre lo humano y lo espiritual, entre lo cotidiano y lo
trascendente.
Ayer
caminé hasta subir a ese cerro para contemplar el majestuoso horizonte sobre la
ciudad. Allí, desde las escalinatas, observé los magníficos edificios de La
Rambla, el Paseo de Almería y calles colindantes, cuyos moradores invisibles
disfrutan de una renta media cercana a los 50.000 euros anuales. Y no pude evitar pensar en la distancia que
separa esos ingresos de los 11.000 euros anuales que condenan a barrios populares como La
Esperanza, Las Trincheras, Fuentecica-Quemadero, El Puche o La Chanca, que marcan los rankings nacionales de pobreza
por renta, olvidados, una vez más, en los presupuestos municipales para el
nuevo año.
No
sabría decir qué sentido real tienen los eslóganes del consistorio -“La ciudad
de todos”, “Tú eres la ciudad” o el último, “Respira, Siente, Vive Almería” -. Mensajes
que se repiten uno tras otro y al infinito, para recordarnos un sentido
de pertenencia, pero que acaban siendo como un frente frío que se estrella contra la desigualdad
territorial y social de una ciudad que sigue fragmentada año tras año.
Para
respirar, sentir y vivir, esta ciudad necesita algo más que el barullo de
eslóganes hueros que no cambian nada. Necesita que esos miles de almerienses
respiren el aire fértil de la dignidad y el respeto para que el nuevo año sea
un latido donde la vergüenza no sea la pobreza invisible de esta ciudad, sino
la de quienes la gobiernan.
Feliz Año Nuevo.

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