Fue
enorme en todos los sentidos, José Antonio Picón García (Alhama de Almería,
1939), que se acaba de ir, a quien despiden hoy en su patria, la misma que la
de aquel alhameño universal; fue aguador, labrador, empresario self made,
alcalde, presidente de la Cámara de Comercio, caballero legionario, artillero
de honor, benefactor del Medinaceli, fraile en un monasterio y un
emprendedor de acciones e ideas vivo para los negocios que en sus últimos años
encontró en Gatuna, un pequeño monte sobre el Andarax, su arcadia feliz.
Allí bebía leche de pantera si había que beberla, invitaba a los amigos en su
amplio comedor y hasta escuchaba Misa en la capilla que se hizo construir para
él y su familia: Dolores, Ana y María. Era su retiro espiritual del fin de
semana, el resto del tiempo, ya jubilado, lo pasaba merodeando por los
contornos de la Rambla, cerca de su domicilio familiar.
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José Antonio Picón / La Voz |
Desde niño se dedicó José Antonio a
trabajar de sol a sol levantando balates en la sierra de Alhama, mientras por
la noche estudiaba contabilidad. Lo normal es que hubiera seguido así, labrando
tierras y cosechando uva de pellejo duro, durante todos los días de su vida,
como sus antepasados. Pero se empeñó en que no: partiendo de cero patatero, se
llegó a sentar en la presidencia de catorce empresas y dio trabajo a más de mil
personas desde la antigua empresa de plásticos Plastimer.
A Picón le echaron el agua bendita en la pila bautismal de San Nicolás de
Bari el mismo año que acabó la Guerra. Su madre murió a los tres meses de
nacer él de unas fiebres, en una noche de tormenta. Acogió al pequeño,
huérfano de madre, una tía carnal que era viuda y con la que después se casó su
padre. Fue para Picón una verdadera madre aunque no le pariese. Su padre se
dedicaba a comprar trigo en los montes de Granada para molerlo y vender la
harina de estraperlo. Solo ganaba unas quince pesetas al día y con
ello retiraba el pan negro con la cartilla de racionamiento por cuatro pesetas
y después un cuarto de aceite por el que pagaba nueve pesetas. Su madre
adoptiva tenía que hacer equilibrios para sobrevivir. A los siete años,
sus padres ya empezaron a darle ocupaciones y José Antonio Picón saltó, como
aprendiz, de oficio en oficio. Por la mañana, iba al colegio de don Manuel el
de Cándido y por la tarde empezó en un taller de bicicletas, después en una
tienda de tejidos y en una carpintería. Aún con resuello, ayudaba a su padre en
el campo, espantando pájaros para que no se comieran el trigo. Por
aquellas fechas, el padre de Picón cayó enfermo de una embolia pulmonar y tuvo
que dejar los estudios. Se puso a destilar tomillo en la sierra, por lo que le
pagaban una comisión por cada kilo de esencia que conseguía. Llegó a tener
instaladas una veintena de calderas. Cuando se acababa la campaña de tomillo,
se enganchaba, cual galeote, a la faena de la uva, pero pensó que no podía abandonar
los estudios y se sacó el título de contable por correspondencia.
Empezaba a caer en la cuenta José
Antonio, el avispado mozalbete alhameño, que con el azadón y el legón todos los
días, a poco podía aspirar. Admiraba en secreto a Juan Cirera, un paisano que
ya daba trabajo a decenas de trabajadores, construyendo viguetas y bovedillas.
Se metió en el mundo de los abonos como representante de Antonino Verde,
le daba cinco pesetas por cada saca de cien kilos que vendía y se le ocurrió
que podía hacer lo mismo que él. También flirteó como representante de
ultramarinos con Juan Calvache. Entró a formar parte, José Antonio Picón, de
una Comunidad de Regantes que se llamó Los Decididos, que aforó pozos en Los
Cinco dedos, para no tener que depender de la Sociedad de La Fuentes y Balsa
Principal, que se aprovechaba de los agricultores, vendiéndole el agua a
precios astronómicos.
Tras pasar por el negocio de la compra de fruta para exportadores murcianos, el empresario alhameño se introdujo en el sector de la banca, primero como corresponsal del Banco de Bilbao y después del Banco de Andalucía. Empezaron a irle bien las cosas en los negocios y se compró su primer vehículo, un Seiscientos. Fue elegido alcalde en 1975, pocos meses antes de morir Franco, nombrado por el resto de concejales. Después concurrió a las primeras elecciones municipales democráticas y fue reelegido primer edil con las siglas de la Agrupación Independiente de Alhama de Almería.
Hasta que una mañana fue a buscarse
a sí mismo e ingresó en un convento. En el silencio románico del Monasterio
de Silos, compartió maitines con la Orden de Benedictinos durante diez días.
Pero una mañana, a la hora nona, el prior le dijo lo que él ya sabía: su reino
no era de ese mundo.
Y regresó al Sur y al genio desmesurado que siempre le había caracterizado. Le ofrecieron irse de director del Banco de Andalucía en El Ejido, a principios de 1981. Le agradó la oferta y no se lo pensó porque, además, el negocio de la uva iba decreciendo. Al poco, Picón hizo algunas inversiones que le cambiarían la vida. Entró en Plastimer de la mano de Felipe Verde, porque veía que el consumo de cubiertas de plástico iba en aumento. La segunda inversión fue la de Mercoalmería, una empresa de exportación, y más adelante la de Hazera España, dedicada a la investigación de semillas que venían de Holanda e Israel. Entró también en Acrena, una sociedad agraria que estaba en un bache y que consiguió reflotar. Entró a formar parte del Pleno de la Cámara con José Vallejo como presidente. Después estuvo tres años presidiendo esta institución y le dieron impulso a varios proyectos como el Palacio de Exposiciones y Congresos de Aguadulce.
Se ha ido Picón con 86 años, un empresario de acción que a nadie dejaba indiferente, un hombre que te estrechaba la mano con tanto ímpetu que te hacía daño, un alhameño que tembló como un flan cuando lo hicieron Hijo Predilecto de su pueblo, un prócer veterano que pasó los últimos tiempos de su vida mecido por la brisa de la arboleda de su sierra escuchando el eco de Alhama.
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