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‘El pelele’, la primera novela de un periodista

Miguel Ángel Blanco Martín
Periodista

Principio general: en cada periodista hay un escritor oculto. No es extraño, pues, que el panorama literario presente cada año la obra literaria de algún que otro periodista. Y Almería no es una excepción, aunque aquí el panorama literario no sea pródigo en periodistas-escritores, aunque sí en autores que escriben en periódicos, que no es lo mismo. Con la hegemonía de las redes digitales, el panorama aparece muy diversificado y difícil de conocer a fondo. Ahora la actualidad ha presentado el caso de un periodista almeriense, con su primera novela. Pablo Requena Quesada (Almería, 1983) es el autor  de El pelele (Editorial Círculo Rojo, segunda edición, 2015). Y es verdad, se trata de una novela, no de periodismo novelado, como también está muy presente en la actualidad de la narrativa. Entre la llamada “novela histórica” y el “periodismo novelado”, la esencia de la novela va perdiendo terreno. Cosas del mercado editorial.

Pablo Requena
En un panorama literario almeriense, donde la novela suele estar muy ausente, un panorama no exento de confusión, sombras y desconciertos, hay una nueva generación emergente de autores que avanzan por diversas formas de entender la creación literaria (narrativa, poesía, teatro). Y aquí aparece Pablo Requena, un interesante escritor en ciernes.

El libro de Pablo Requena es una novela, una dura y amarga sátira sobre la actualidad, con rasgos de una novela de intriga, que cuenta hechos que se cruzan: periodismo, política, corrupción, sentimientos, búsquedas, personajes en una realidad social reconocible desde la ficción y la experiencia del autor. En el fondo intuyo que esta novela es una rendición de cuentas de Pablo Requena.

La novela está estructurada en distintas vertientes: el protagonismo del personaje (Ovidio Hita), un periodista cabreado con todo el mundo, absolutamente frente a todo, arropado por un gran desencanto. El personaje vive un momento crucial, la llamada crisis de los tres años, en las relaciones con su novia (Esmeralda), en principio un arranque anecdótico que va determinando el fondo sentimental del personaje. Está el mundo político local (Ayuntamiento, partidos políticos), la corrupción y sus protagonistas. Comparece el hilo de la investigación periodística del personaje protagonista. Está la figura del nuevo alcalde, su entorno y las relaciones con su hija (lesbiana), que regresa al hogar tras una ruptura de diez años con su padre, que constituye un interesante pilar de la novela. Y están los camellos del mundo de la droga, un mundo marginal al servicio de los caciques de la corrupción.

El proceso narrativo tiene distintas direcciones, pero en general predomina, en lo que se refiere a Ovidio Hita, el “Yo” literario que determina la complicidad del lector. Pablo Requena desarrolla con detalle los procesos descriptivos de cada situación, con grandes secuencias, en la observación, en la contemplación y en el compromiso. Las palabras son las que inician la construcción literaria y el autor es quien decide por dónde transita el lenguaje narrativo de la novela.

Pablo Requena deja en la novela registros de su inquietud literaria, que aluden a Cervantes, James Joyce, Gabriel García Márquez, Vargas Llosa, Kafka; al mundo de Calderón de la Barca y Quevedo; también el mundo clásico grecolatino con Sófocles y Ovidio. Y el cine (Pablo Requena se confiesa cinéfilo). Todo esto  no deja de ser sorprendente para los tiempos que corren de una educación cultural cada vez más banal, impuesta por los rectores de la sociedad de consumo.

En el desarrollo de la trama, los hechos van aislando cada vez más al personaje. Al desprecio inicial contra el mundo, que le acompaña, va imponiéndose un trasfondo de emociones que conducen a un final de escepticismo sobre el presente y el futuro. Y detrás de todo, está el joven escritor Pablo Requena, que también es periodista.

Nostalgia garrapatera

Pablo Requena
Periodista

Si me pongo en la piel de un niño almeriense (un niño de clase media que tiene la suerte de no dar clases en las barracas de la Junta y cuyos padres conservan sus empleos a pesar de la política laboral rajoyesca) llego a una conclusión: Almería está perdiendo diversión a raudales para los más pequeños. Otra cosa distinta es el cambio en la forma de divertirse de los niños de hoy en día, que mayoritariamente parecen preferir tirarse la tarde encerrados entre cuatro paredes con la playstation o el twitter. Pero, suponiendo que el zagal al que me refiero sea de la vieja escuela y disfrute jugando en cualquier sitio menos en su casa, muchos convendrán conmigo en que, ciertamente, los jóvenes almerienses ya no podrán deleitarse nunca más saltando desde el cajón, denominado por la burocracia del lugar como ‘cable francés’.

Cable Inglés
Nunca jugarse la vida fue tan divertido. Allí mismo, en el cajón, la vida sentaba cátedra sobre quiénes eran dignos y valientes, y quienes unos cobardicas; los que saltaban y los que no lo hacían. Claro que, si no había bemoles a saltar desde tan alta y oxidada plataforma (algo que no era sino una muestra de inteligente sentido común), siempre tenías la ocasión de redimirte adentrándote, desde el mismo cable francés, por un oscuro túnel subterráneo, asediado por el polvo rojizo del mineral de Alquife que tanto daño hizo en su día a esta ciudad; un túnel que daba a parar a las vías del tren, justo frente al Toblerone, y del que no era nada sencillo escapar.

El cajón, la cueva de Conan o el mismo Toblerone han sido lo más parecido a un parque de atracciones que Almería ha ofrecido nunca a sus churumbeles. Que ya es triste. Casi tanto como aquellos rumores malintencionados sobre inminentes llegadas de eurodisneys o eurovegas de turno. Ya nada queda de ninguna, ni de las que existieron realmente ni de las que lo hicieron sólo en nuestras ilusiones. Ni siquiera queda mucho ya de la vega de Acá. ¿La vega de Acá era divertida para un niño? La vega era una jodida selva amazónica para los pequeños tuaregs almerienses que cazábamos sapos, culebras, ratas, gatos, periquitos e incluso puercoespines. Hoy sólo encontraríamos algo similar en monumentos como El cortijo del fraile, la Alcazaba o la estación de ferrocarril antigua.

Abandono la piel del niño contemporáneo para regresar a la mía de cavernícola del siglo pasado, y veo que en uno o dos años (o en tres o cuatro: en Almería nunca se sabe) se abrirá al público la esperada ‘ciudad de los niños’, que va a costar más de once millones de euros y que aspira a convertirse en referente en toda Andalucía. Creo que, para un menor, esta ‘ciudad de los niños’ no será ni la mitad de atractiva como saltar desde un embarcadero abandonado, adentrarse en un mugriento silo de mineral, creerse Conan el bárbaro o hacer de Cocodrilo Dundee en la vega de Acá, y lo pienso porque basta con que sus padres y gobernantes no sólo no les prohíban que vayan, sino que les animen a ir, para que pierda todo interés.

De momento, yo me conformaría con que esta futura opción de ocio familiar, legal y potencialmente nada peligrosa, inhiba a niños y adolescentes de practicar juegos y actitudes tan poco recomendables como el uso que algunos le dan al edificio del Mercado Provisional del ayuntamiento. La imagen que acompaña este texto (obtenida hoy mismo) da fe de ello. Es cierto que siempre tiene que haber gente para todo, pero si logramos que cada vez haya menos garrulicos, sin duda será un comienzo.

La amenaza fantasma de la pantera vacilona

Pablo Requena

Periodista

Desde hace unos días, muchos virgitanos viven inmersos en sentimientos incompatibles: desazón y cachondeo, alarma y curiosidad, surrealismo y naturalismo. La ya célebre pantera de Castala, un gran felino salvaje que, según testigos presenciales, sigue paseándose a su antojo por el parque periurbano de Castala, en el municipio de Berja, sigue dando que hablar. Miembros del Seprona y agentes de Medio Ambiente participan, todavía, en el operativo para capturar a la pantera. Un operativo en el que se están utilizando jaulas, a modo de trampas, con comida en su interior; la pantera no pica el anzuelo, pero un gato doméstico y un zorro ya han caído en el engaño.

Hasta aquí, la información publicada por unos y por otros. Desde ahora, toca hablar de la inutilidad de la Junta de Andalucía (y que no me canso de hacerlo, oiga), cuyo intelecto colectivo parece superado por una bestia parda. Porque no me digan ustedes que hay que ser muy grande para instalar cámaras de vídeo en las distintas jaulas repartidas por Castala con el único fin de grabar a la susodicha pantera, y que resulte que dichas cámaras no hayan captado ninguna imagen.

Ya hay quien dice que las cámaras utilizadas por la delegación de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía tienen poco que envidiarle a las antiguas super-8, ya que ni siquiera cuentan con visión nocturna (como para ver una pantera negra en plena noche). Así lo ha confesado a este blog uno de los miembros del Seprona.

Por otra parte, Almería 102 ha hablado con algunos vecinos de Berja y ha constatado que hay cierta incredulidad con todo este tema; varios de ellos dudan de que la famosa pantera exista realmente, incluso dudan del testimonio del alcalde del pueblo, Antonio Torres, quien asegura haber visto al felino.

Sea como fuere, son ya dos las semanas que el parque de Castala permanece cerrado por la amenaza invisible de la pantera vacilona, mientras la fiera virgitana (la pantera, no el alcalde) sigue siendo más difícil de divisar que un empleo digno.