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'Casa Puga' no cierra tras un acuerdo con Hotel Catedral

Manuel León
Redactor-Jefe de La Voz de Almería

Casa Puga, uno de los bares más antiguos de Andalucía, con más de un siglo de solera, podrá seguir sumando años, a pesar de que su futuro pendía de un hilo por la jubilación de sus arrendatarios, Leonardo y José Martín. De hecho, el acreditado hostelero había puesto fecha de cierre al local, de no prosperar ninguna oferta para traspasar la célebre taberna de la calle Jovellanos antes del 28 de marzo. 

Sin embargo, la empresa del Servicios Hoteleros La Catedral, S. L., que gestiona el Hotel Catedral y que preside el empresario Antonio Cantón, está a punto de cerrar un acuerdo a tres bandas con el propietario del local, José Navarro Berenguel, y con los arrendatarios, hermanos Leonardo y José Martín López. El contrato está a punto de rubricarse, a falta de algunos flecos, y propiciará que este añejo establecimiento siga abierto al público, tal como demandaba su numerosa clientela. De hecho, en las redes sociales se ha creado en las últimas semanas una plataforma para salva el bar almeriense con un simbólico acto de cadena humana frente a sus puertas.

Casa Puga
La intención de los gestores de la sociedad del Hotel Catedral es la mantener la plantilla de la casa y continuar con el estilo que durante décadas ha hecho de Casa Puga uno de las botillerías más renombradas del casco histórico de la ciudad de Almería. Servicios Hoteleros La Catedral traslada que “las negociaciones se encuentran en un estado muy avanzado y se está llevando en un ambiente de total colaboración por las tres partes implicadas en la negociación con el objetivo de poder dar la noticia definitiva de que Casa Puga no cierra”.

Los arrendatarios habían recibido también otras ofertas tanteando la posibilidad de optar a un traspaso de este popular local. Sin embargo, han sido los gestores del Hotel Catedral los que más confianza han aportado a la continuidad del establecimiento que fundara hace más de cien años Juan Puga. Hotel Catedral se ha comprometido, en un encuentro  con asesores jurídicos celebrado el pasado viernes, a mantener la plantilla de trabajadores y continuar con la misma línea y estilo de negocio de uno de los bares más pintorescos de la ciudad.

Está documentado que en 1870 el inmueble, en pleno casco histórico de la ciudad, era una taberna que regentaba Luis García Romero en la entonces calle Santo Cristo. Juan Puga Antequera, un alpujarreño de Albuñol, tomó las riendas con el nombre que aún mantiene en 1909, junto a su mujer María López . La taberna de Juan Puga pregonaba en 1921 en La Crónica Meridional su “cerveza helada y sus tapas exquisitas”. Fue el germen de la actual botillería de Jovellanos, santuario de la tapa para nativos y forasteros, que ven peligrar su bar de culto.

Tras la Guerra languideció el bar y el fundador lo traspasó a su sobrino Leonardo Martín López, padre de los actuales arrendatarios, que tras décadas de trabajo, desde niños, se han ganado un merecido descanso. La taberna decana de Almería, junto a la calle Las Tiendas y el convento de Las Claras, ha gozado siempre de un abolengo ininterrumpido entre las botillerías de la ciudad.

Allí se ha bebido y se ha tapeado en tiempos de República, Dictadura y Monarquía. Sobre el serrín de su suelos, entre sus azulejos andaluces, entre chato y caña, los hombres de Almería fueron envejeciendo y los muchachos madurando, como el néctar de La Contraviesa. Su cierre hubiera dejado huérfanos a miles de almerienses que han buscado en este bar el tipismo perdido de la vieja ciudad conventual.

El anagrama de Casa Puga está inscrita como marca en el registro de patentes por parte de los actuales regentadores. El paisaje que un forastero se encuentra al llegar a Puga es el de un chato de vino y unas gambas con gabardina en la barra de mármol, donde Adolfo o Juan apuntan la cuenta a lápiz; en la pared, los sobres de Carlos Uhler, las botas de vino de Albuñol y los jamones colgando del techo, las fotografías en blanco y negro de parroquianos muertos que por esta tasca con solera centenaria han pasado.

En las últimas décadas han estado a pie de barra, sirviendo sus célebres tapas como los champiñones a la plancha o el boquerón adobado, Leo y su hermano José, Adolfo, Juan, Rafael, Moisés y las cocineras Paqui, Angustias y Carmen. Con anterioridad trabajaron Juan García Cruz, Guillermo Rodríguez, Antonio Acosta y Pepe Iborra.

Plutonio en Palomares

Manuel León
Redactor-Jefe de La Voz de Almería

Desde 1993 -cuando aún gobernaba Felipe González- las autoridades españolas a través del Consejo de Seguridad Nuclear tienen conocimiento del alto nivel de plutonio existente en Palomares y no sólo en el subsuelo. Un informe del Departamento de Salud y Evaluación Ecológica del Gobierno de Estados Unidos con 200 muestras tomadas en Palomares en ese año revela que las partículas en suspensión de plutonio (ug/m3) detectadas en el aire arrojaban un promedio de 50 m3 UBQ, o lo que es lo mismo, de 100 a 300 veces más el promedio medio aconsejable.

El análisis fue realizado, por encargo del Gobierno norteamericano, al Laboratorio Lawrence Livermore dependiente de la Universidad de California con la colaboración del Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas (Ciemat). Tras los resultados, el laboratorio comunica -en unos papeles sobre Palomares que han sido desclasificados por el Pentágono- que “nos agradaría seguir adelante con la investigación sobre el caso Palomares y completar del programa de análisis de plutonio en el terreno de manera oportuna”.

Otra comunicación del laboratorio californiano, fechado también ese mismo años (19 de julio) precisa que “no hay una oportunidad mejor en cualquier parte del mundo para estudiar una población con intensas actividades agrícolas con contaminación por plutonio sin control gubernamental”.

Para realizar el informe contactaron con numerosos directivos de área del Ciemat, entre ellas, Enma Iranzo, Asunción Espinosa, José Gutiérrez, Francisco Mingo, Emilio Mingo, Emilio Iranzo y Javier Martínez, según el propio laboratorio. El informe se congratula de que “ningún materia sensible o reservado sobre Palomares ha sido divulgado hasta ahora a los residentes o visitantes”.

Otros papeles desclasificados van más allá y explican algunos detalles más, siendo su emisor el Departamento de Sanidad. En este sentido revelan que “teniendo en cuenta que la forma primaria de ingresos para los ciudadanos de Palomares era el cultivo de tomate, el Gobierno de Estados Unidos, tras el accidente nuclear, decidió comprar todo el cultivo por un total de 250.000 dólares”.

Sigue relatando el escrito que “los tomates contaminados se lavaron, quedaron libres de contaminación y se consideraron seguros para comer. Y añade “los cultivos en campos altamente contaminados, con niveles superiores a 5 microgramos de partículas por metro cuadrado fueron desenterrados y quemados en incendios a cielo abierto, que incidió en la posible propagación de la contaminación a otros terrenos”.

Actividad en el Congreso

Aquí podría radicar la explicación de la zona radioactiva de 12 hectáreas perimetrada en la zona de Sierra Almagrera (Zona 6) frente a Villaricos, aunque no hay ninguna prueba que lo pueda avalar en su totalidad. El conocimiento del Gobierno español del problema de radioactividad residual en la pedanía cuevana no es de 2007, cuando se decide actuar en la zona con un estudio de caracterización del terreno: en la respuesta a una pregunta parlamentaria efectuada por el diputado Luis Carlos Rejón (Izquierda Unida), recogida en el Boletín Oficial de las Cortes Generales el 7 de enero de 2004, el Gobierno reconoce que “tal como señala en el informe del Consejo de Seguridad Nuclear relativo al año 2002, desde que tuvo lugar el accidente aéreo en 1966, se viene desarrollando en la zona de Palomares un programa de vigilancia radiológica”. Añade que “los resultados del programa de vigilancia del medio ambiente muestran que existe contaminación residual y que el inventario de plutonio remanente en la zona es superior al inicialmente estimado”.

En 2009 el Departamento de Energía de Estados Unidos (DOE) decidió finalizar su colaboración económica a la investigación y análisis realizados a la población de Palomares, dejando abierta la puerta a una nueva asistencia técnica en el futuro.
(La Voz de Almería)

Garrucha cumple 150 años

Manuel León
Redactor-Jefe de La Voz de Almería

Debía de andar nervioso esa mañana Manuel Berruezo Ayora. Se había levantado pronto, había mirado por la ventana el falucho sobre la mar quieta y se había ajustado su mejor corbatín y sus relucientes botines de charol: dentro de un momento iba a ser investido como el primer alcalde de La Garrucha. Era el primer día de enero de 1861 y el antiguo alfolí hacía las veces de casa consistorial. La bandera monárquica ondeaba sobre un poste de madera y unos cuantos adultos y niños que bajaban por las esquinas saludaban el nuevo nuevo año con una sonrisa.

Dentro de la sala vieja y desgastada, donde hasta hacía poco el oficial de la renta despachaba la sal a los arrieros del país, se habían apostado los patricios del municipio, los industriales y los que iban a ser investidos como nuevos ediles del municipio, entre ellos, don José Laguna, don Pedro Berruezo, don Bernardo Gerez, don Andrés Cervantes, don Alfonso Cervantes, don Felipe Rodríguez y, como no, Manolo Berruezo, consignatario de la rada, con la frente reluciente de sudor a pesar del frío de enero.

Después de varios pleitos civiles, después de mucho pulso administrativo ante el Gobernador, ante las más altas instancias de la Jefatura del Estado, Garrucha conseguía la segregación de su matriz Vera y comenzaba a remar en solitario. Nadie se lo hubiera creido 30 años antes, cuando la dependencia económica y social de la playa garruchera de su cabecera era total. Ahí estaban, sin embargo, esos pioneros, esos padres de la nueva patria de Garrucha dispuestos a convertirse en los nuevos Washington y Jefferson de la provincia de Almería.

A pesar de que la Real Orden de la Reina Isabel II, que otorgaba a Garrucha su independencia, estaba fechada el 16 de marzo de 1858, los munícipes veratenses, desde su Ayuntamiento de la Plaza Mayor, intentaron hasta el último minuto retrasar el dictamen real, sabiendo que con la firma borbónica se perdía su más preciado anejo, intentando batallar, sin entregar nunca la llave de La Garrucha, más que a fuerza de Decreto, cuando no había más remedio. Pero Vera nunca se rindió ni lloró como Boabdil su Granada perdida sino que siguió pleiteando por esa playa levantina, llena de jábegas varadas en la arena. En el acto de la constitución del Ayuntamiento no hubo representación veratense en señal de descontento. Tan sólo apareció para participar en la entrega de la vara de mando el alcalde pedáneo y médico don José Laguna.

Eran las diez de la mañana, hace ahora justo siglo y medio, cuando el secretario interino Bernardo Gerez tomó la palabra con aire nervioso, mirando al estrado donde se encontraban los prohombres y a su lado sus esposas con sus mejores vestidos de encajes y miriñaques. Los niños jugaban con perros galgos en el Malecón, junto a la caseta de carabineros y algún que otro anciano levantaba el bastón para reprenderlos.

El escrito de cumplimiento de la Orden de la hija de Fernando VII había llegado firmado, por el Gobernador Civil, de forma inesperada la víspera de la nochebuena, después de más de tres años de espera, con los nombres de quienes deberían de presidir desde ese día la Corporación Municipal de Garrucha.

La emoción, por eso, aún era mayor y a lo único que había dado tiempo para glorificar el día fue a contar con el concurso de la banda de música de Sorbas y a servir un licor.

Antes, Manolo Berruezo juró ante el pedáneo Laguna -cesando éste de sus funciones- por Dios y los Santos Evangelios hacer guardar la Constitución de la Monarquía de su Majestad la Reina y conducirse bien y lealmente en el desempeño de su cargo. Acto seguido prestaron juramento el resto de nuevos regidores bajo la misma fórmula expresada. El nuevo alcalde dijo entonces temblándole la voz: “Que se anuncie este acto al vecindario para su conocimiento y que participe de la grata emoción de que este municipio se haya poseido por ser un acontecimiento que va a producir infinitos bienes a este pueblo”. De inmediato sonó un himno militar y el público asistente se batió en calurosas palmas. Garrucha comenzaba así, en ese preciso instante, su caminar sin lazarillo, aunque no fue dotada de jurisdicción hasta 1994, es decir 133 años después del día en que el bueno de Manuel Berruezo estrenó sus botines relucientes.

La independencia de Garrucha no fue del todo inocente: estuvo impulsada por pingües interes económicos para controlar las rentas de los ventajosos negocios que empezaban a florecer: la minería, el comercio marítimo, la aduna, los viceconsulados, el pescado de las jábegas. Por eso, hacendados como los Orozco, los Berruezo, los Gerez, oriundos de Vera, no dudaron en promover la segregación para obtener saenados réditos mercantiles al margen de la matriz. La lucha por hacerse con la administración del lugar de la Garrucha, en cualquier caso, no era un capítulo novedoso en la historia de la comarca: ya desde el siglo XVI, Mojácar y Vera pleitearon por la primitiva torre, convertida hoy en un paraiso turístico.
(Publicado en La Voz de Almería)

Guerra Civil en Garrucha

Emilio Ruiz
Director de La Cimbra
www.emilioruiz.es

La Guerra Civil abrió una enorme herida que, tres cuartos de siglo después, no acaba de cicatrizar. Los recuerdos, los sentimientos y, por qué no decirlo, hasta los odios, vividos en presente o en pasado, en primera persona o en nombre de personas cercanas, siguen vivos. Los españoles hemos hecho un enorme esfuerzo por superar aquella dramática situación, estableciendo una línea fronteriza entre lo que nunca debió ser y lo que debe ser. Convivir inmersos en la armonía, el perdón y la comprensión no supone borrar de nuestra mente situaciones que han marcado nuestras vidas. Setenta y cinco años son muchos, pero nunca se sabrá sin suficientes para desgranar hechos históricos que ahondan en nuestras emociones. Son suficientes si se actúa con el tacto adecuado, si se procura relatar la realidad y no interpretar, y menos malinterpretar, la realidad.

En el recorrido que Arráez Editores realiza por los pueblos de Almería para rememorar aquellos años, la última parada la ha hecho en Garrucha, un pueblo donde las brutalidades de la guerra y de la postguerra fueron especialmente sangrientas, con 17 vecinos muertos en la retaguardia republicana y otros tantos a partir de abril del 39, entre éstos dos de los tres alcaldes de la guerra.

Manuel León y Eusebio Rodríguez, coautores de la obra (“La Guerra Civil en Garrucha. Violencia republicana y represión franquista. 1936-1945”. Arráez Editores.), garantizan el rigor en el tratamiento de los hechos a la vez que evita los juicios y prejuicios interesados y de parte. La historia se escribe, se analiza y se interpreta mucho mejor cuando en el ánimo del autor prevalece la razón sobre la pasión. Éste es el caso. Y éste, el gran valor del libro. Se sea o no de Garrucha, quien desee adentrarse en la historia trágica de esta tierra, que no deje de leerlo.