Juan Carlos Blanco
Director de El Correo de Andalucía
El exdirector de Trabajo de la Junta Francisco Javier Guerrero y el 
exsindicalista de la UGT y comisionista Juan Lanzas tienen algo en común. Y no 
es sólo el hecho de que hayan entrado en prisión esta semana por orden de la 
jueza Mercedes Alaya junto al empresario de Vitalia Antonio Albarracín. Ambos, 
además, comparten un pronto chusquero, como de Torrente, como de pícaros. En 
fin, como el propio que se espera de esos “cuatro o cinco golfos” que, según la 
Junta, fueron los únicos que mangaron en el caso de los ERE irregulares.
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| Un extenso sumario | 
Pues bien, si nos atenemos a la investigación llevada a cabo por la Guardia 
Civil en este caso tan vergonzante, ambos serían todo lo chusqueros que se 
quiera, pero también demostraron durante casi diez años que, además de 
cochambrosos y rancios, eran listos. O, al menos, listillos, muy listillos, y 
con la suficiente inteligencia y habilidad espacial como para participar en una 
trama que saqueaba sistemáticamente y a lo grande fondos destinados a ayudas 
para el empleo en Andalucía gracias a un entramado letal en el que participaban 
también aseguradoras, bufetes de abogados, consultoras, intermediarios y 
testaferros interpuestos que se cobraban comisiones que parecían engordadas con 
clembuterol.
Hay quien se escandaliza cuando atiende a la espectacularidad de la 
macrorredada emprendida en varias provincias españolas este pasado miércoles. Yo 
no. Yo me alegro. Y por varias razones. La primera es muy obvia: ante la 
corrupción no valen ni las contemplaciones ni las miradas sesgadas. El que haya 
metido la mano, que pague, y da exactamente igual quién sea y a qué partido 
político pertenezca. Es lo mismo que se llame Bárcenas que se llame Guerrero, 
que haya sido tesorero del PP o haya dirigido las políticas de Empleo de la 
Junta durante diez años. Y en cuanto a la segunda razón es casi tan importante 
como la primera: gracias a esta operación, empezamos a saber de una vez qué 
cantidad se ha robado y quién, siempre con la presunción por delante, ha 
participado de este atraco a mano casi armada en las arcas de la 
Administración.
Ambos datos son importantes a efectos de la instrucción del caso, pero 
también a ojos de la opinión pública. En primer lugar, porque, como decimos, ya le 
podemos poner nombre y apellidos a los supuestos mangantes y ya sabemos cómo 
desviaban el dinero, siempre según la versión de la jueza Alaya y de los agentes 
de la Unidad de Delitos Económicos y Financieros de la Guardia Civil. Y en 
segundo lugar, porque podemos dejarnos de tremendismos: lo de los 1.200 millones 
de euros robados podemos ya desecharlo, y el famoso fondo de reptiles es 
infinitamente inferior al que pensábamos.
Esto último tampoco resta un ápice 
de gravedad al escándalo, seguramente el más grave en la historia de la 
democracia en Andalucía junto al caso Malaya. No es lo mismo que se hayan 
desviado fondos públicos por valor de 50 millones de euros (o los que sean) a 
que se hayan hurtado 1.200, pero las responsabilidades penales y las políticas 
están ahí y son idénticas. En cualquiera de ambos casos, la investigación nos 
reafirma en la idea de que los controles administrativos fallaron de forma 
clamorosa y de que se terminó montando una trama delictiva delante de las 
narices de nuestros gobernantes durante nada menos que una década. Un misterio 
insondable que todavía estamos esperando que se nos explique sin entrar en 
farragosidades burocráticas.
Y una cosa más: hay a quien le ha sorprendido la fiereza con la que se ha 
empleado la jueza Alaya. Me extraña esa sorpresa. Cualquiera que haya seguido la 
instrucción del caso y el modo de trabajar de la señora Alaya podía esperar un 
devenir parecido al que hemos vivido esta semana y al que nos espera en los 
próximos días, semanas y meses. No ha hecho falta que el TSJA le reclamase 
celeridad después de aceptar que se quedara con las grandes causas que llevaba 
en detrimento de los jueces de refuerzo nombrados una semanas antes. La 
instrucción anterior a la baja conducía sin matices a la macrorredada del 
miércoles. ¿O es que alguien se pensaba que la jueza no iba a poner en fila en 
cuanto tuviera ocasión a toda la legión de comisionistas, testaferros, abogados 
y empresarios cuyos nombres han aparecido en la instrucción? Pues claro que sí. 
En cuanto ha podido, y los dolores de cabeza le han dejado, ha procedido a hacer 
lo que seguramente habría hecho después del verano si no se le hubiera cruzado 
de por medio una neuralgia del trigémino de la que, por lo que se atisba, anda 
ya completamente recuperada.

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