Isabel Pedrote
Periodista / Parte de Abajo
Andalucía tendría mejor cartel si el PP hubiera ganado alguna vez. Los populares 
proclaman ahora que la comunidad es la avanzadilla de la privatización de la 
sanidad en España. No es verdad. Mejor dicho (y sin correcciones políticas): se 
trata de una mentira. Una vez más el método es la técnica garantizada del enredo 
de cifras y porcentajes, porque es de todos conocido que son muy sensibles al 
manejo interesado. Según los indicadores que se escojan, aún siendo de la misma 
procedencia, es posible argumentar con un alto poder de persuasión una cosa y la 
contraria. Sea cual sea el procedimiento, lo relevante es la tendencia y, sobre 
todo, el resultado: la imagen distorsionada de Andalucía en el exterior. Quizás 
no prospere la original idea de que tras estos 30 años de gobiernos socialistas 
se enmascaraba la vanguardia del tea party español, pero es una muestra 
de la oposición que hace el PP al Gobierno de Griñán, y antes al de Chaves: 
desfigurar la realidad andaluza para atacar a su adversario.
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| Estereotipos | 
Esto, sostenido en el tiempo, en los citados 30 años que 
tanto mentaron los conservadores en la pasada campaña electoral, ha hecho mella. 
Porque en boca de líderes foráneos que hablan de oídas, y con la urgencia de 
salir de un entuerto, deviene en la rica antología de vituperios que padecemos 
los andaluces, como que nuestros niños son prácticamente analfabetos, que en la 
escuela se arrastran por los suelos, que tenemos un acento de chiste o que somos 
capaces de convertirnos en gallinas con tal de que nos ceben con subvenciones. 
No sé si hay otra forma de hacer oposición, igual no, pero lo cierto es que el 
inventario negativo del PP andaluz para erosionar a los ejecutivos de la Junta 
sirve de combustible a incendiarias soflamas, no únicamente por parte de 
dirigentes populares, también de tipos como Duran Lleida, a quien gusta lanzar 
desdeñosos comentarios desde su silla regia del Palace.
El prejuicio hacia Andalucía del resto del país ni es 
nuevo ni patrimonio del PP. Hay que ser justos. Viene de muy antiguo, lo mismo 
que la apropiación indebida de su identidad, adulterada en ese sucedáneo idiota 
y kitsch que es mayormente la estampa de España en el extranjero. 
Curiosamente, los topicazos se trasponen, de modo que la fotografía folclórica 
de los andaluces es la misma que trasciende de la piel de toro fuera de nuestras 
fronteras. Este verano muchos que practican la degradación antropológica del 
indolente sur han bebido grandes dosis de su propia medicina. Explotaron las 
astracanadas de Sánchez Gordillo y sus tradicionales ocupaciones estivales hasta 
que se le fue de las manos –es lo que tiene la era global— y Gordillo 
resultó erigido Robin Hood oficial en la prensa internacional. Entonces sí, eso 
son palabras mayores, entonces los aspavientos y artículos de repulsa fueron 
catarata. Ahí se había tocado el orgullo patrio.
Es llamativo el empecinamiento de dejar a Andalucía 
eternamente detenida en el tiempo, y no creo que sea por un arrebatado impulso 
romántico. Me contaba el corresponsal de un diario catalán que no había manera 
de que le compraran un avance científico o tecnológico, y si colaba uno es 
porque algún preboste del ramo descubría que se había conseguido primero en 
Barcelona. Sin ir muy lejos, en el periódico donde he trabajado hasta el 13 de 
noviembre pasado costaba Dios y ayuda vender noticias de modernidad para las 
páginas nacionales. Les parecía (les parece) más de suyo una epidemia aparatosa, 
un buen crimen con tintes tremendistas a lo Pascual Duarte, o una movilización 
obrera reclamando pan, si podía ser con estética de jornaleros irredentos, que 
se ajusta mejor al estereotipo.
De vuelta al PP y su expeditiva estrategia de dilapidar 
el crédito de Andalucía para hacer saltar su Gobierno, es preciso recordar que 
ha tenido mucho que ver en la magnificación del PER y la leyenda de los 
subsidios. Desesperados ante la inquebrantable mayoría de los socialistas, 
elección tras elección, en la década de los noventa los populares andaluces 
dieron con una excusa para justificar ante la dirección nacional la fidelidad al 
PSOE en las zonas rurales: la teoría del voto cautivo. Consistía en atribuir el 
predominio de sus rivales a las presuntas prebendas recibidas de la Junta y el 
pago a discreción de subvenciones, con el mitológico PER a la cabeza. Hizo 
fortuna y todavía perdura de Despeñaperros para arriba, si bien decenas de veces 
se ha demostrado con datos que no es precisamente Andalucía la que lidera este 
ránking. Cuando aquí este recurso se puso rancio y, en consecuencia, poco 
creíble, el PP de Javier Arenas acuñó un nuevo concepto, “el régimen”, en 
alusión, según sus palabras, a la “ocupación del PSOE de las instituciones 
andaluzas”.
Es delicado jugar con estas cosas porque casi siempre se 
vuelven en contra, y después cuesta sudores deshacer una imagen tan asentada. El 
mismo Arenas, en la recta final de su campaña, seguro en ese momento de que 
ganaría, intentó volver por pasiva lo dicho, con la habilidad marca de la casa. 
Reivindicó el PER –reclamó su maternidad para la UCD, a la que él perteneció-  y 
se quejó con desgarro de la mala imagen que daba el caso de los ERE, que 
personalmente había ordenado difundir aderezado con los condimentos de juerga y 
cocaína, y sobre el que giraba el grueso de su mensaje electoral. Parecía que la 
formación conservadora iba a levantar por fin el pie, pero la comunidad se 
mantuvo como territorio comanche.
Probablemente el PP de Juan Ignacio Zoido esté atrapado 
en la servidumbre de la defensa al Gobierno central de su partido y no disponga 
de sobrados recursos. Pero debería tratar de afinar más y apuntar solo al PSOE 
en lugar de barrer a cañonazos la reputación de Andalucía. Los afectados somos 
todos y nunca se sabe.


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