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Seguimos en el laberinto


Emilio Ruiz
@opinionalmeria

⏩ Contaba el presidente del Gobierno en funciones y candidato a la reelección por el PSOE, Pedro Sánchez, el pasado jueves, en el programa de laSexta ‘Al rojo vivo’, que la actual situación política española “está en un laberinto” y que la celebración de las elecciones de ayer debían suponer el acto adecuado para salir de esa intrincada situación. Pues bien, ya ha pasado la jornada electoral, ya tenemos los resultados en la mano y la pregunta es obligada: ¿con esos resultados, ha salido España del laberinto en el que se encontraba? La respuesta no es solo negativa, sino que, además, el laberinto se ha complicado, se ha hecho más complejo, y dentro de él no resulta fácil encontrar un rayo de luz que alumbre una salida.

Resultados de las elecciones (Gráfico: ABC)

En las elecciones de abril pasado las urnas nos proporcionaron un paisaje idílico para conformar una mayoría estable. En cualquier país europeo hubiera sido así. Los votos de liberales (Ciudadanos) y socialdemócratas (PSOE), dos ideologías amigas del entendimiento en Europa y en todos los países civilizados, sumaban 180 diputados, cinco más de los necesarios para conformar una mayoría en el Congreso de los Diputados. Además, uno de los dos partidos, el PSOE, ostentaba la mayoría en el Senado. Podíamos disfrutar de una estabilidad envidiosa. Pero a Albert Rivera se le cruzaron los cables y, lejos de recibir los resultados con alborozo y espíritu dialogante, se enzarzó en una farragosa aventura que casi nadie entendió –tampoco los suyos, muchos de los cuales le abandonaron- y que a la postre iba a llevar a su partido a la irrelevancia, como se ha visto en la jornada de ayer, en la que se ha quedado con 10 diputados. Ni siquiera José Manuel Villegas, su voluntarioso secretario general, ha encontrado acomodo en la Carrera de San Jerónimo. Los almerienses también le han dado la espalda, prefiriendo en su lugar a un miembro de Vox. Que también es para hacérselo mirar.
No va a  quedar más remedio que acudir al ingenio, si es que no al artificio, o a la llamada ‘cuestión de Estado’ para poder dotar a este país de un Consejo de Ministros en plenitud de funciones
Desaparecida ayer la opción PSOE + Ciudadanos, ¿qué otras opciones nos ofrece la jornada electoral para poder conformar un Gobierno estable, un Gobierno para poder salir del laberinto del que hablaba Sánchez? No muchas, la verdad. Coherentes, como aquella, ninguna. Por eso no va a  quedar más remedio que acudir al ingenio, si es que no al artificio, o a la llamada ‘cuestión de Estado’ para poder dotar a este país de un Consejo de Ministros en plenitud de funciones. Cualquier acuerdo habrá que hacer menos el de una nueva llamada a las urnas.
Vienen por delante unas semanas apasionantes en las que va a hacer falta mucho diálogo y mucha generosida
Desde hace muchos años en Europa se habla y se practica la transversalidad, que es el acuerdo entre opuestos. Con estos resultados, también la transversalidad lleva camino de imponerse en España. Los españoles, decía Felipe González, hemos copiado el modus operandi  electoral de los italianos, muy amigos de lo disperso y de lo embarullado. Con la diferencia, recordaba el presidente, de que España no es Italia. Pero es lo que voluntariamente hemos elegido. Vienen por delante unas semanas apasionantes en las que va a hacer falta mucho diálogo y mucha generosidad. Cualquier esfuerzo será agradecido siempre que se evite llevar a este país otra vez a las urnas.

El efecto Zapatero

Emilio Ruiz
www.emilioruiz.es

La última legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero al frente del gobierno de España está marcada por dos hechos que han sido determinantes para el ocaso del Partido Socialista: uno, no ver, o no querer ver, la difícil situación que a España se le presentaba en el futuro inmediato; y otro, la obstinación del presidente en querer adoptar una serie de medidas -posiblemente necesarias, nadie lo duda- enormemente distantes de las promesas que ofreció a sus electores cuando se presentó a la reelección. Tras la cumbre de Davos, donde parece que a Zapatero le hicieron un pase especial de la película que aquí se negaba a ver, el presidente debería haberse dirigido a los españoles manifestándoles que tenía que adoptar una serie de decisiones para las que moralmente no estaba legitimado, y que para adoptar esos acuerdos necesitaba un nuevo voto de confianza. Y el pueblo español, en uso de su soberanía, hubiera decidido si tenía que ser él quien tomara esas medidas o bien, puesto que eran unas medidas de corte tan liberal, que las tomara el partido que ideológicamente era más adecuado.

A partir de esta actuación tan desconcertante, Zapatero estableció su propia fecha de caducidad y se quedó sin credibilidad alguna, primero, ante sus adversarios, que lo consideran el autor de todos nuestros males, y también, ante sus propios electores, que consideraban que estaba traicionando los principios más elementales de la ideología socialista.

Ante ese panorama de transmutación política, cualquier motivo iba a ser aprovechado para hacerle un acto de repudio. Las elecciones catalanas fueron un principio. Pero el escarmiento absoluto tenía su oportunidad en las elecciones municipales y autonómicas de mayo. Los electores no han valorado si la gestión de tal o cual alcalde ha sido la adecuada –y la realidad es que muchos alcaldes socialistas que no han podido revalidar su mayoría han realizado una labor excepcional- o si lo ha sido la de tal o cual presidente de Comunidad. Lo único que han valorado es que la ocasión era propicia para decirle al inquilino de La Moncloa que su estancia en aquel palacete no debe prolongarse ni un día más. Y le han dado una sonora bofetada, justamente en la cara de quienes ni lo han comido ni lo han bebido. Pero así es la vida y así es la política.