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De nuevo, los brotes verdes

Miguel Ángel Montero Valero

Cito unas frases del Secretario de Empleo de la Comisión Ejecutiva Provincial del PSOE de Almería, en un artículo publicado en LA OPINION DE ALMERIA a propósito de los últimos datos del desempleo:

"En resumen, la recesión ha terminado pero la crisis no y ésta no finalizará hasta que se recupere un ritmo de creación de empleo lo suficientemente importante para ir absorbiendo a los nuevos demandantes y a los actuales desempleados y todo ello no parece que vaya a ocurrir hasta el segundo semestre del año."

Un par de puntualizaciones, si me lo permite, Sr. Menezo.

En primer lugar, la recesión no ha terminado, pues todos los trimestres del año que ha finalizado han dado resultado negativo. Según afirma usted, a partir del segundo semestre del año se irá absorbiendo, tanto los nuevos demandantes como a los parados. Para que eso ocurra, nuestra economía deberá crecer a un ritmo superior al 2,5 %. Y, la verdad, no veo ningún síntoma de que vaya a ocurrir algo así. Entre otras cosas, porque el principal problema de nuestra economía no se ha resuelto y no es otro que nuestra dependencia de la construcción. Si usted tuviera a bien informarme de qué sector económico va a "absorber" los 4.000.000 de parados que tenemos, me haría inmensamente feliz.

Y de paso, explíqueme en qué se basan sus predicciones tan optimistas, pues ningún órgano internacional y ni siquiera desde el gobierno se habla de tal crecimiento. Bueno, en esto último me equivoco, ya que llevamos los españoles escuchando la cantinela de la recuperación económica desde que empezó la crisis. Por cierto, crisis que negaron desde su partido por activa y por pasiva hasta que no hubo más remedio que afrontar la realidad.

Y de colofón final habla usted de "desaceleración de la destrucción de empleo", iniciada desde primavera del 2009. En un arrebato de genialidad por su parte, ha sabido darle un punto de positivismo a lo que yo llamaría una debacle de nuestra economía. Hemos triplicado la tasa de paro en poco más de tres años en nuestra provincia, eso lo quiera usted llamar como quiera, es una catástrofe.

Y querer ponerle nombres a una desgracia es un insulto a los miles de parados de Almería, que han visto cómo hemos pasado de ser motor económico de Andalucía y en cuatro años pasar a  ser el vagón de cola.

Detrás de estas cifras, Sr. Responsable de Empleo del PSOE, hay miles de familias que no tienen recursos para salir adelante. Si fueran la mitad de creativos en su partido para crear empleo como para hacer malabarismos con las cifras del paro, estaríamos hablando realmente de recuperación.

Tres meses de creación de empleo gracias a las subvenciones que reciben nuestros ayuntamientos para obras públicas y a contrataciones temporales no solucionan en nada el grave problema de fondo que tenemos.

Y le puedo asegurar a usted que muchos almerienses y españoles, entre los que me incluyo, estamos pasando de la indignación al cabreo. Basta ya de hablar de brotes verdes, de fechas de recuperación y vamos a trabajar para que la ansiada recuperación sea una realidad.

Morente: ¿Quién me quita mi sitio en Nueva York?

José Antonio Martínez Soler
Periodista

Morente y Tomatito iban a actuar en Nueva York (en 1996) y yo tenía que cubrirlo para el Telediario. La anécdota ocurrió poco antes de las elecciones generales que ganó José María Aznar, y que provocaron mi despido improcedente como corresponsal de TVE en Nueva York. Tenía una cita concertada con el maestro Morente para grabar durante su ensayo, en la víspera del gran concierto programado en la Sala Filarmónica del Lincoln Center de Manhattan en homenaje a su paisano el granaíno Manuel de Falla.

La ocasión merecía, sin duda, una pieza para el Telediario de TVE, pues era la primera vez que los abonados a los conciertos de aquella catedral mundial de la música clásica iban a escuchar flamenco, buen flamenco, cante grande. Acudí con Fernando, el cámara de la corresponsalía, a la Sala de la Filarmónica, quizás con demasiada antelación, pues estaba totalmente vacía y a oscuras.

Solo vimos, al fondo, una pequeña luz en el inmenso escenario. Di las voces de rigor:

-”¿Quién vive?, ¿Hay alguien por aquí?, ¿Nobody home? “, etc.

Pronto apareció una figura con guitarra sobre las tablas. Me acerqué y subi al escenario a darle un abrazo.
Era mi paisano, el almeriense José Fernández, “Tomatito”. Mientras Fernando montaba el tripode para grabar y esperábamos la llegada de Enrique Morente y de los técnicos de iluminación y sonido, Tomatito y yo charlamos y reimos sobre las cosas de nuestra tierra, sentados en sendas sillas que habían colocado en el centro del escenario frente a unos micrófonos. En unos minutos, oímos una voz potente, procedente de un altavoz de las alturas, que nos pedía:

“Please, can you say something for me? Please: say one, two, three,  for example”.

Eso hicimos, al instante, los dos almerienses que ocupabamos, en aquel momento, el impresionante escenario, huérfano de orquesta, ante un enorme patrio de butacas totalmente vacío:

-”Un, dos, tres, un, dos, tres. One, two, three…”

-”Thank you!, nos respondió la voz del técnico de sonido desde la oscuridad de las alturas.

Al momento, después de ajustar algunos chirridos, la misma voz nos pidió que tocaramos algo para probar el micrófono de la guitarra.

-”Please, can you play something for me… with the guitar?

Le dije a Tomatito:

-”José, ahora te toca a ti probar el micro. Yo no entiendo de guitarras. Lo mío es el clarinete… y muy mal”.

Tomó su guitarra el maestro y tocó unos acordes, para sentar cátedra, con esas manos que, pocos años antes, habían hecho estremecer al mismísimo Camarón.

-”OK. Thank you again. Now, please, can you sing something for me?”

Y aquí venía lo peor. Apenas pude entender la petición del técnico de sonido de la Sala Filarmónica del Lincoln Center de Nueva York. Venía mezclada con ruidos, chirridos y pitidos de prueba. O quizás -por pánico escénico- no quise entenderle a la primera.

-”What did you say?“, le pregunté.

Y lo repitió, alto y claro. Me había tomado, en la lejanía y con tan poca luz, por el propio Enrique Morente, que estaba al caer de un momento a otro, y nos pedía un cante flamenco.

-”¡Madre mía! Paisano, que dice el técnico que le cantemos algo para probar el micro éste, el de Enrique”.

-¿Y a qué esperas, tocayo, para arrancarte por fandangos o por peteneras o por lo que tú quieras? Tú empieza a cantar y yo te acompaño“, me dijo, como si nada, Tomatito.

Ni corto ni perezoso, le propuse un cante de Almería y le dije:

-”José, esto es increible. ¿Te das cuenta? Dos almerienses cantando y tocando flamenco, por primera vez en la historia, en esta catedral mundial de la música clásica. ¡Menudo estreno! Cuando lo contemos, no se lo va a creer nadie en nuestra tierra”.

Y me puse a cantar esa que dice:

“Dicen que Almería es fea
porque no tiene balcones.
Pero tiene unas chiquillas
-madre de mi corazón-
que roban los corazones”
No se lo van a creer, pero al teminar mi cante sonaron unos aplausos en la Sala Filarmónica que yo suponía vacía. Procedían -con unas risas, también- del cámara de Televisión Española que no había tenido tiempo de grabarnos aquel estreno mundial de dos almerienses: un artista imponente y impostor descarado. ¡Qué fallo!

Al ruido de mi cante siguieron unos pasos rápidos, desde la tramoya, y una voz potente y amiga que decía:

-¿Pero qué es esto? ¿Quién me quita mi sitio aqui en Nueva York?

Era la voz inconfundible del maestro, que estalló en cariñosa carcajada al comprobar que era yo mismo el intruso, el impostor atrevido que ocupaba su silla y su lugar junto a Tomatito.

Le di un abrazo y le dije:

-”Maestro, acabo de obtener el mejor título de mi carrera y lo pondré en mi curriculum: he sido telonero del gran Morente en Nueva York”.

A partir de ahí, grabamos el reportaje para Televisión Española y dejamos a los artistas que ensayaran a solas con los micrófonos en su punto.

Al día siguiente, acudí con mi hijo Erik al concierto flamenco. Fue algo espectacular: por los dos artistas tan grandes que ocuparon el escenario, por el especialista que explicaba con mimo los cantes y traducía sus letras al inglés y, sobre todo, por las reacciones emocionantes y los aplausos sentidos de aquel público de oidos tan exquisitos tantas veces acariciados por Mozart y ahora por Morente.

Al concluir el concierto, ya en la puerta de la Filarmónica y frente a la Opera de Nueva York, le pedí a mi hijo Erik que nos hiciera una foto a José y a mí, junto a la fuente que hay en la plaza del Lincoln Center, para presumir en Almería de nuestro cante de la víspera gracias a que el técnico me confundió con el maestro Morente.

Cuando se disponía a disparar la cámara,Tomatito interrumpió a mi hijo.

-”¡No, no!.  Erik, la foto buena no está aquí, junto a esta fuente, sino ahí en la calle, apoyados los dos en esa impresionante lismusina blanca. Como si fuera nuestra…”

Y eso hicimos. Una foto histórica de dos almerienses que, gracias a Enrique Morente,  se estrenaron juntos cantando y tocando, por primera vez en la historia, en la Sala Filarmónica de Nueva York. ¡Casi na!

Desde la muerte -tan prematura, de un zarpazo- del inmenso artista, creador y renovador del flamenco, que fue nuestro querido y admirado Enrique Morente, no me puedo quitar de la cabeza sus recuerdos, sus cantes, las pequeñas  anécdotas -como ésta- que compartimos hace años.

Hace un rato, volví a escuchar “La aurora de Nueva York” y se me puso la carne de gallina.  Me estremecí como todos los españoles que escuchamos el desesperado quejío de dolor de Estrella Morente junto al ataud de su padre. Cantó -¡y con qué desgarro!- la “Habanera imposible” de Carlos Cano, otro enorme granaíno ausente.

Descanse en paz el gran maestro del cante flamenco que supo conciliar, con audacia, sin miedo, la tradición con la revolución. ¡Cuanto le debemos los vivos a este gran artista y excelente y decente persona!
(http://blogs.20minutos.es/martinezsoler/)

Y un jamón

Miguel Ángel Montero Valero

En estos días de fiesta que se aproxima y allá donde uno se lo pueda permitir, habrá jamón en cada mesa. Si ese jamón procede de Serón, o de cualquier localidad andaluza, aun me alegraré más, pues ayudamos con ello a mantener puestos de trabajo. Qué hay mejor como entremés que un buen queso y jamón bien cortado, regados con un buen vino de nuestra tierra.

Existe toda una cultura del jamón, así como existe la cultura del vino en nuestro país. En los últimos años, este manjar se está exportando a otros países, con lo que se convertirá en algo cotidiano, algún día, no solo en las mesas españolas, sino en cualquier mesa de todo el mundo.

Claro está que a todo el mundo no le viene bien comer este exquisito producto cárnico. En la cultura musulmana está totalmente prohibido su consumo. Ellos se lo pierden, aunque hay que saber respetar a los demás y entender su postura. Eso sí, no esperemos lo mismo del prójimo, si no que se lo pregunten a ese profesor de secundaria de La Línea de la Concepción en Cádiz. Dicho profesor parece conocer bien las propiedades culinarias del jamón, aunque posiblemente no conocía del todo bien la radicalidad de algunas personas. Este maestro de Geografía tuvo a bien comentar las propiedades del clima que tienen algunos pueblos de nuestra región, y cómo dicho clima puede influir en la curación del jamón. Lo que no imaginaba este docente era que una familia musulmana lo denunciaría por hacer “apología del jamón” en su clase de Geografía. Según el alumno afectado, el maestro hacía una clara ofensa a su religión al hablar de dicho producto “prohibido”en clase.

Primero quitamos los crucifijos de los colegios, hay voces que hablan ya de no celebrar la Navidad en nuestros centros de enseñanza. Quizás llegue el día en que no podamos comer jamón, porque sería ofender a aquellos cuya religión prohíbe su consumo. Podemos quitar un crucifijo y, sin embargo, se pueda llevar un símbolo religioso como es el velo musulmán o que un profesor no pueda hablar de jamón en clase. Estamos llegando al punto que roza ya lo absurdo, por conseguir la libertad religiosa estamos, precisamente, consiguiendo lo opuesto, ser cada día menos libres.

Nuestra sociedad moderna está basada en el respeto mutuo, pero de ahí a usar nuestras propias leyes para acabar con nuestra cultura, me parece una aberración que en nada ayuda a la integración del inmigrante en nuestra sociedad. Es más, me parece todo lo contrario, pues es el inmigrante el que debe adaptarse a la sociedad y cultura del país de acogida, y no al revés como se empeñan algunos... Si yo, como español y ciudadano respeto las leyes, respeto a los inmigrantes y a su cultura, exijo lo mismo por parte de dichas personas. Si no saben adaptarse a nuestra cultura e integrarse como ciudadanos de pleno derecho en nuestra sociedad, deberían marchar a sus países de origen. Habrá quien tache de xenófobas mis palabras, pero nada más lejos de la realidad. La actitud  xenófoba es, precisamente, la de aquellos que han denunciado al profesor por hablar del jamón en clase. 

Cultura del ahorro

Miguel Ángel Montero

Recuerdo con añoranza aquellos días en que nos regalaban nuestros padres aquel artefacto, con forma de lata, y dibujos alrededor. En la ranura que había en la parte superior era donde debíamos introducir las monedas que nos iban dando. Qué tiempos aquellos en los que nos inculcaban nuestros padres la cultura del ahorro, dándonos nuestra primera moneda para echarla dentro.

Cuando nos hicimos algo mayores, lo que fue una lata se convirtió en una cartilla de ahorro. Si, aquellas de color amarillo cuyo nombre patrocinaba la Vuelta Ciclista a España, que alguno de mi generación recordará con cierta morriña. Con ilusión, guardábamos aquella libreta pensando en el futuro, en poder ahorrar el dinero suficiente y usarlo llegado el momento.

Miro atrás porque ahora comprendo, mejor que nunca, todas esas enseñanzas que nos transmitían nuestros padres o nuestros abuelos. Nos intentaban llevar por el buen camino para que no cometiéramos los errores que, posiblemente, cometieron ellos en algún momento. Guardar en épocas de “vacas gordas” para poder tener en época de “vacas flacas”.

Algo tan sencillo como es el ahorro, se nos va olvidando conforme pasan los años. Una vez que nos embarcamos en el tranvía del consumismo, es difícil bajarse de él. Cómo nos íbamos a dedicar a ahorrar, cuando todos los meses ganábamos un buen sueldo,  los bancos nos regalan tarjetas de crédito y era muy fácil comprar, aun cuando no llevamos dinero en los bolsillos.

Como ha ocurrido a lo largo de toda la historia, todo lo bueno se acaba. Llegó la tan temida crisis económica, se esfuma el sueldo del que gozábamos, los bancos nos niegan más créditos y en la cartilla no hay fondos. Qué feliz era la cigarra en verano, pero el verano se acabó y entró el duro y frío invierno. Todo lo que aprendimos no sirvió de nada, se nos olvidó por el camino, y nos damos cuenta, desgraciadamente,  cuando es tarde.

La cultura del ahorro tampoco caló en nuestros gobernantes, pues cuando sobraba dinero se despilfarró y no se guardó nada. Hemos tenido que socorrer, con dinero público,  a aquellos ejecutivos ambiciosos de poder, que, jugando con el dinero que no era suyo, casi consiguen llevar al mundo a la ruina. Pero salvar del abismo a los bancos no ha salido gratis, ha costado mucho dinero. Ese dinero ha salido de las arcas públicas, por lo que ahora hay que pagar la factura. Y como siempre ha ocurrido, la factura la pagarán los de siempre, los que menos tienen.  Ahora les toca a  los jubilados, aquellos mismos que nos inculcaban los buenos valores en materia económica, los que tengan que pagar por nuestros errores y excesos. Como la vida a veces es irónica, los que nos metieron en esta crisis, lejos de pagar por los excesos cometidos, cobrarán primas a final de año.

Mis felicitaciones, Sr. Consejero

Miguel Ángel Montero

Hoy me he levantado y me he dado cuenta que es un día especial. Leyendo el artículo de opinión del Sr. Consejero de Empleo de la Junta de Andalucía, Sr. Manuel Recio, me he dado cuenta de que, como relativamente joven que soy, la Junta de Andalucía me va a apoyar en todo y pronto conseguiré un trabajo.

Gracias al plan de empleo para los jóvenes de la Junta, no tendré que preocuparme más. Estoy deseando conectarme al Tuenti, Facebook, Twiter, móvil y demás artilugios sociales para comunicar esta gran noticia a todos mis amigos. Por fin en Andalucía, los jóvenes vamos a tener trabajo. Los 37.000 jóvenes malagueños que se han tenido que ir al extranjero para poder trabajar ya podrán volver. Los miles de jóvenes con licenciaturas, master, mil y pico cursos y dos idiomas, no tendrán problemas para incorporarse al mercado laboral.

Los planes de los que usted habla deben ser la panacea del mercado laboral, porque le recuerdo que en Andalucía, los jóvenes en el paro son el 51%. Diciéndolo en porcentajes suena muy duro, supongo que si lo escribiera usted (viendo lo optimista y feliz que se encuentra) pondría que la mitad de los jóvenes andaluces tienen trabajo.

Pero esta vez no me voy a quejar, ya que van a reformar el SAE. Supongo que, una vez reformado, quizás a alguno de los cientos de miles de  jóvenes andaluces en paro le llamen para un trabajo. Tras echar unas risas pensando que es una broma de mal gusto de algún amigo, acabará llorando de la emoción.

Los jóvenes andaluces le damos las gracias a usted y a su equipo por tan importantes logros en materia de empleo. Hay que dárselas ya que han sido capaces de mantener a la mitad de jóvenes trabajando, lo cuál es muy bueno para Andalucía. También darles las gracias por haber estado trabajando estos dos años y pico de crisis que llevamos en sus “planes” de empleo. Deben de ser muy eficaces ya que se han estudiado y planeado minuciosamente, dado el tiempo que han tardado en sacarlos adelante.

Por último, darle la enhorabuena por la llamada de Zapatero. Supongo que lo habrá llamado para conocer más profundamente el milagro andaluz. Voy a contactar con mis primos de Cataluña para comunicarles que Andalucía va a exportar su gran modelo de creación de empleo. Se pondrán como locos sabiendo que, al menos la mitad de ellos, tendrá trabajo en el futuro.

Por cierto, hay va una gran idea para la campaña “Lo vas a lograr…”. Dimitan todos y dejen trabajar a quien vea la realidad y sepa afrontarla.