Plaza Vieja: la privatización del espacio público


José M. García Redondo
Historiador

➤➤ Tras varios días de polémica, resulta alarmante la testaruda capacidad del Ayuntamiento de Almería de mantenerse firme ―pese a las quejas de numerosos ciudadanos― por la retirada de los árboles de la Plaza Vieja. Haciendo oídos sordos a los argumentos de carácter histórico, estético o ecológico esgrimidos por los vecinos, el Grupo Popular no sólo reafirma su decisión de acometer semejante intervención, sino que la sustenta en que fueron los socialistas quienes previamente la habían aprobado. Con las elecciones en puertas, poco importa el descrédito político y desgaste personal del equipo de Gobierno. Vale la pena sacrificar las fuerzas y el buen nombre cuando el fin que se persigue está por encima de todo ello. Ya lo escribió Quevedo, “madre, yo al oro me humillo”. La decisión municipal no sorprende, es un fenómeno extendido y casi diagnosticable: la privatización del espacio público. Lo hemos visto en otras ciudades europeas en las tres últimas décadas y, sin ir más lejos, en la propia plaza de los Burros.



Como es sabido, el sistema económico neoliberal aspira a la privatización de los servicios públicos, no sólo porque los considere ineficaces frente a los gestionados por empresas privadas sino porque, entre tanto, el legislador puede lograr un buen negocio para sí o para los suyos. En el ámbito urbanístico, esta cuestión se traduce en una progresiva cesión de los espacios públicos a intereses particulares. A pesar de seguir abiertas al tránsito de los ciudadanos, las plazas empiezan a funcionar como una propiedad privada, casi como un centro comercial. Las transformaciones municipales sobre el entorno (la retirada de árboles, la modificación del alumbrado o la concesión de apertura a nuevos locales comerciales y de restauración) se encaminan a fortalecer un estilo de vida consumista, en el que las acciones de las personas se limitan a comprar y a vender. De esta forma, las plazas son despojadas de las opciones tradicionales de convivencia, reunión o protesta por parte de los vecinos. Con suma facilidad, se naturaliza que el acceso al espacio público puede llegar a ser restringido por sus nuevos propietarios tanto si se celebra un acto exclusivamente privado y se cobra una entrada, como si los comportamientos del ciudadano no se adecuan a las nuevas prácticas mercantiles. Los poderes municipales, en tanto conservan jurisdicción sobre el espacio, terminan por convertirse en un alter ego empresarial, fortaleciendo así su capacidad de control y represión ciudadana: Toda actividad vecinal en el ámbito urbano queda perfectamente programada y regulada.
En consonancia con el proceso generalizado de privatización de los espacios públicos, es lógico que sobren los árboles y el monumento a Los Coloraos, para que los nuevos negocios puedan extender ―como prolongación de sus locales― las terrazas y veladores sobre el pavimento de la plaza
En mi opinión, creo que este es el sentido en el que se comprende la promesa de crear un “espacio diáfano” en la Plaza Vieja, convirtiéndola, según la concejala del ramo, en “un espacio moderno”, aunque ―contrariamente― para el alcalde se “recupere” su aspecto “tradicional como Plaza Mayor”. En consonancia con el proceso generalizado de privatización de los espacios públicos, es lógico que sobren los árboles y el monumento a Los Coloraos, para que los nuevos negocios puedan extender ―como prolongación de sus locales― las terrazas y veladores sobre el pavimento de la plaza. La retirada de la sombra natural de los ficus va más allá de lo ecológico. Por un lado, lleva implícito, siguiendo la lógica neoliberal, un desprecio a los servicios municipales de jardinería, prefiriendo comprar o contratar a una empresa privada los toldos o sombrillas que se puedan instalar. (Y espero que en su colocación no dañen los edificios, como ya hicieron los toldos en el Paseo durante la feria). Por otro, se “despeja” y se “aclara” la visibilidad de los balcones de los nuevos y exclusivos apartamentos que se han repartido por la plaza. Se crea por tanto, un centro comercial de primera categoría, en un entorno insuperable que, por sus características arquitectónicas, puede cerrarse cuando gusten los nuevos dueños.Justo todo lo contrario al “cerrar la calle pero abrir camino” que se gritaba en las barricadas del mayo francés.
La intervención sobre la Plaza Vieja, árboles y pingurucho aparte, responde a un pernicioso plan de privatización del espacio ciudadano
En definitiva, la intervención sobre la Plaza Vieja, árboles y pingurucho aparte, responde a un pernicioso plan de privatización del espacio ciudadano, de capitalismo de amiguetes y de coartación de las libertades. Parece que, una vez más, nuestros representantes se doblegan a los intereses del capital. Qué lejos queda aquello de trabajar en servicio de la ciudad.

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