Siempre
he tenido la sensación de que nos conocemos desde antes de haber nacido. Quizá
sea por haber crecido detrás de un mostrador donde se despachaba desde lentejas
hasta consuelo. O tal vez por escuchar desde la infancia el sonido confuso de La
Pirinaica o Radio París que nuestros padres escuchaban en el umbral de la
madrugada en aquellas Telefunkem. También podría ser por compartir el silencio
y la dignidad de la derrota republicana. Por haber compartido los estudios en
la enciclopedia Alvarez con la lectura del ABC que cada día llegaba a casa. Lo
cierto es que Antonio Torres es mi hermano desde antes de conocernos.
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Foto de familia ante la placa de la Plaza Periodista Antonio Torres / La Voz |
Los dos comenzamos nuestro
interminable viaje a la Itaca del periodismo como corresponsales en nuestros
pueblos- él en Los Gallardos; yo en Albox- alentados y mimados por el
irrepetible Paco Torregrosa, el mejor corresponsal rural que ha habido nunca,
cuando todavía vestíamos pantalón corto.
Esa acumulación de azares que es la vida nos hizo coincidir una tarde de primavera en la redacción de Almería Semanal de la calle San Leonardo y, desde entonces, no nos hemos separado. Nunca. A veces pienso que somos la pareja más estable del periodismo almeriense. Desde aquella redacción a la que llegamos sin más mochila que la inexperiencia y el ímpetu de la adolescencia tardía el viaje ha sido y continúa siendo apasionado y apasionante.
Almería Semanal, Ideal, La Crónica, El País, La Voz de
Almería, Canal Sur, en todas las estaciones de esta ya larga travesía siempre
nos hemos encontrado. Y en todas esas estaciones por las que ha
transcurrido y transcurre su vida hay siempre una seña de identidad
irrenunciable: su apasionado amor por Los Gallardos. Nunca he conocido a nadie
que haya sentido y demostrado un sentimiento de pertenencia y de identidad más
sincero y espontáneo por el cielo azul que le vio nacer y el sol de la infancia
que le acompañó en sus aventuras por la calle Mayor del alma que a “Antonio
Torres, de Los Gallardos”, cinco palabras irrenunciables en todo lugar y
siempre con las que se presenta. Da igual que sea a un anciano que está tomando
el sol, a un catedrático de Universidad o al Rey (y no es ninguna exageración:
de los tres situaciones he sido testigo.
Han sido tantas las coincidencias que hasta la virginidad profesional la perdimos juntos. Fue en el atardecer lluvioso de espanto del aquel 10 de mayo de 1981. Buscando respuestas a los hechos ocurridos en la madrugada cruel de la carretera de Gérgal en la que fueron acribillados y quemados Juan Mañas, Luis Cobo y Luis Montero, llegamos a las puertas del cementerio de la capital. El, como corresponsal de Diario 16, yo, de El País. Dos guardias civiles nos detuvieron en la puerta.
- Está cerrado ya.
-Venimos a rezar a un familiar que
acaba de morir.
- Bien, pasen. Pero salgan rápido, pronto anochecerá.
Después de recorrer varias calles sin rumbo, alcanzamos a ver un Seat 1500 negro estacionado junto a un edificio que rompía la estética de la soledad interminable y uniformada de los nichos. Cuando nos acercábamos al coche al sonido sutil de la lluvia se unió la voz de Vicente Marco que desde el Carrusel animaba los goles de la jornada mientras entretenía la espera del chofer de aquel coche oficial. Nos acercamos a una ventana de aquella nave y Antonio alcanzó a ver una imagen difusa -parece como un tronco quemado, me dijo-.La lluvia arreciaba y la compasión del chofer nos invitó a entrar en el asiento trasero.
- ¿Qué es lo que están haciendo ahí
dentro?
- Una autopsia a tres etarras que ha
matado la guardia civil en la carretera de Gérgal.
El chofer guardó un silencio breve
y continuó:
-Aunque el forense dice que aquí
hay algo raro, algo que no le cuadra.
Sin ser conscientes entonces, con
aquel hecho -El Caso Almería- y aquellas palabras llenas de interrogantes -la clave de bóveda del periodismo es la búsqueda de la verdad a través de los
interrogantes- traspasábamos el umbral de la madurez profesional como
periodistas.
Han pasado casi cincuenta años
desde que nos conocimos bajo la maestría de Miguel Ángel Blanco en la
redacción de Ideal y hemos navegado juntos en todos los mares. Desde compartir
piso en la escasez de quien comienza hasta la abundancia de los afectos y de
los amigos. Nada nos ha sido nunca ajeno al uno del otro y nada lo será. Hemos
reído y hemos llorado juntos. Y hemos hablado (sobre todo él, que es un
conversador sin fronteras y sin remedio) de tanto y de todo. Pero, sobre todo,
nos queremos.
Antonio Torres es mi hermano de profesión y de vida. ¡Cómo no lo voy a querer!
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