Estoy convencida de que el futuro de nuestra ciudad para irremediablemente por su capacidad para abrazar la naturaleza. Los datos son abrumadores y no admiten discusión. Numerosos estudios demuestran que tener un parque a menos de 500 metros de una casa puede alargar la vida en tres años. Además, los niños que crecen cerca de la naturaleza desarrollan una mayor capacidad de concentración. La presencia de espacios verdes urbanos no es un lujo, sino una auténtica inversión en salud pública.
El cambio climático golpea con especial virulencia en las ciudades, en Almería lo sufrimos de forma notable, con olas de calor cada vez más frecuentes. Precisamente, fenómenos como la “isla de calor” y las olas de calor se pueden combatir de una forma sencilla y eficaz: con árboles y zonas verdes. La renaturalización ofrece soluciones a los desarrollos urbanos de un futuro no muy lejano. Un claro ejemplo es la regulación térmica: los árboles reducen varios grados la temperatura del asfalto. Lo podemos comprobar al circular por el bosque galería de la avenida del Mediterráneo.
Sin embargo, quienes han gobernado la ciudad en los últimos años se han decantado por ejecutar plazas de cemento, intransitables y hostiles. Las zonas verdes, ante las lluvias torrenciales, actúan como “esponjas”. Se trata de apostar por una planificación urbana que contemple infraestructuras porosas y espacios verdes que ralenticen y absorban el agua. Los árboles también actúan como barreras acústicas y nos protegen de la contaminación lumínica.
Por todo esto, apostamos claramente por regenerar y restaurar lo que ya tenemos, por aprovechar con más inteligencia nuestros recursos, más que por forzar nuevos proyectos. Es hora de una planificación urbana honesta y previsora. Antes de erigir edificios o barrios, debemos diseñar de forma eficiente los espacios verdes y poner especial cuidado en la elección de las especies arbóreas. Como bien resume Ignacio Abella, “amar los árboles es un modo de amar a los seres humanos”.
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