Antonio Arissa, fotógrafo rescatado, en el Centro Andaluz de la Fotografía

Miguel Ángel Blanco Martín
Periodista

La sensación final es que las imágenes proyectan sombras de un tiempo lejano, que sigue estando presente en escenarios de nuestra realidad, ya en el siglo veintiuno. La vida cotidiana permanece con su extraño y grandioso influjo cercano. Es la principal reflexión, tras la contemplación de la obra  del fotógrafo Antonio Arissa Asmarats (Barcelona, 1900-1980), que dejó la fotografía tras la guerra civil.

Su obra ha sido recuperada para la historia de la fotografía. Muy acertado el título de la exposición, en la sede del Centro Andaluz de la Fotografía: Antonio Arissa. La sombra y el fotógrafo (1922-1936). Permite encontrarse con una manera de observar que ha sido situada dentro del movimiento “Nueva Visión”, que surgió en Alemania y que contempla la realidad entre el tiempo que pasa, las figuras y la importancia reivindicativa de los objetos y figuras anónimas, para desvelar finalmente las posibilidades conceptuales de la imagen fotográfica. La exposición está desglosada en tres etapas: Inicial (pictioralismo), narrativa y nueva visión.

La fotografía de Arissa, en el Centro Andaluz de la Fotografía

Antonio Arissa, fotógrafo autodidacta (vivió de la imprenta familiar), construyó una mirada personal con su observación. Es lo propio, en realidad, de la capacidad de contemplación que ejerce cada fotógrafo, en el momento en que sitúa la cámara ante sus ojos. De manera que llega un momento en que el escenario, tras el encuadre, constituye una realidad aprehendida, que solo puede interpretarse desde la capacidad creativa de cada fotógrafo.

Y en este aspecto, Antonio Arissa traslada sus propias emociones para construir un discurso de imágenes, como palabras. En blanco y negro, la fotografía resurge así desde las sombras de lo cotidiano. En el medio urbano o en la naturaleza, para terminar configurando una narrativa no exenta de momentos teatrales, cuando la realidad es un inmenso escenario con personajes y acontecimientos.

En el mundo de las ciudades, los reflejos son importantes, el juego de las luces, la observación sobre el agua, escenarios urbanos donde destaca la lectura infantil de un tebeo, niñas con sus juegos. Antonio Arissa también entró en el mundo gitano, para encontrarse con la lucha eterna para la supervivencia y la singularidad marginal.

Las imágenes de Antonio Arissa aportan propuestas de ideas más allá del costumbrismo, por lo vivido, entre objetos personales, dentro de un mundo particular viajero, familiar y urbano principalmente, sobre todo en los años veinte. Una de las series más cercanas para el fotógrafo, que deambula por la ciudad, está en el mundo portuario, que representa desde diversas panorámicas. 

Así las ideas de las imágenes, como palabras narradoras, desarrollan diversas puestas en escena, en torno a la vida cotidiana (la feria) y la complejidad del laberinto que a veces encuentra en formas y construcciones, en el asfalto. El fotógrafo representa diversidad de perspectivas sobre los barrios, como protagonista vital, sobre la dimensión humana del mundo de las máquinas o de la calle, para descubrir una realidad universal de elementos que suelen pasar desapercibidos (el beso tras la ropa tendida.

Con el tiempo, años treinta, Antonio Arissa observa también lugares aparentemente vacíos, el único personaje puede ser un banco de piedra o una estatua. Sorprende la sensación de que apenas hay retratos.

La mayoría de las fotografías no llevan título. Plena libertad de interpretación, pues, para el espectador. El fotógrafo permanece en silencio, se esconde, y la imagen adquiere una dimensión más personal. Es la mejor manera para que la cámara de Antonio Arissa exprese con plena libertad sus palabras y sombras.