Maruja Torres
Periodista
N. de la R. La prestigiosa columnista del diario El País Maruja Torres ha decidido poner fin  a su relación con el citado periódico. Reproducimos a continuación la explicación que la periodista da en su blog.
Por fin tengo un ratico para contaros lo de anteayer con detalle, como os 
merecéis. Por semana santa recibí una carta certificada en la que se me comunicaba que, 
dado que mi compromiso con la empresa terminaba a finales de este junio, no se 
me iba a renovar “en los mismos términos” (el entrecomillado es mío). Lo firmaba 
la directora de Administración de Redacción, ex directora de Recursos Humanos, 
ex jefa de Personal, ex miembro del Comité de Empresa (y de CC. OO.: de eso hace 
muchos años). Yo pensé que debía haberla firmado el director, Javier Moreno, y 
también pensé que no iba a ser yo quien les llamara para preguntar en qué 
condiciones me querían. Me he sentido condenada desde que me puse públicamente 
en contra del ERE. Esas cosas no hace falta que te las digan. Se nota.
El caso es que me marché a Atenas, al viaje que ya conocéis. Y un buen día, 
el mismo en el que fallecieron Sara Montiel y Margaret Thatcher empecé a recibir 
llamadas del periódico. Como estaba celebrando la muerte de la primera, no 
contesté. Pensé que a lo mejor querían un obituario de Sarita: había olvidado 
que en ese diario ya hay gente -no los míos: otros- que se despedaza hasta por 
escribir las necrológicas. El caso es que por la noche abrí el correo y me 
encontré un mensaje de secretaría de dirección porque me buscaba Javier para 
hablar conmigo. Le llamé, bromeamos amablemente -muy hipócritas los dos: 
conforme hablábamos nos iban creciendo sendas narices de Pinocho-, y me espetó 
un “quiero que te integres más en El País” que me dejó tiesa. Le pregunté cómo y 
me dijo que había pensado que hiciera reportajes. “Tengo 70 años, es tarde. Me 
habéis tenido años sin encargarme nada”. Me dijo que había cosas que podía 
hacer. Con la mosca en la oreja le pregunté: “¿No será que quieres sacarme de 
Opinión?”. “Esto es aparte”, me dijo, “hay una reestructuración, es para 
hablarlo personamente”. A través de su secretaria se acordó que el 16 de mayo a 
las 16.45 me recibiría en su despacho. Eso fue ayer.
Nos sentamos en su sofá, hicimos unos paripés, se me puso a lloriquear sobre 
lo mal que está todo y cómo cae la publicidad… Y luego me dijo que tenía una 
idea para mí, pero que todavía no sabía qué, ni cómo, que tenía que hablarlo con 
los de Domingo, pero que ya se les ocurriría. No dudé en preguntarle: “¿Eso es 
porque ya no me quieres en Opinión?”. Primero intentó echar balones fuera -eso 
será lo que le dirá al defensor del lector, supongo- diciendo que prepara una 
profunda restructuración, que en Opinión va a entrar gente nueva. “No hagas que 
te dé nombres, todavía no sé cuáles”. “Eso a mí no me importa. Pero dime que no 
me quieres en Opinión”. Se le fue poniendo esa mirada de guillotina, ese hielo 
en los ojos del que sabe que ha llegado el momento de asestar el golpe. A mi se 
me erizaron  las vértebras porque estaba teniendo el privilegio de contemplar, 
en directo, y en acción, a un ejemplar de esa camada negra -y gris- que ahora 
intenta destruirnos. “No, no te quiero en Opinión”. “¿No me quieres ahora ni 
nunca más en Opinión?”. Lo ratificó. Cuando empezó a decirme que tenía otras 
ideas para mí le dije que era Opinión o nada, que yo soy opinión y que a través 
de mí opinan mis lectores. “No tenemos nada más de que hablar”, le dije. “Se 
acabó la conversación y se acaba mi vinculación con el periódico”. “Esto no me 
lo esperaba”, dijo. Y, efectivamente, lucía una mandíbula descolgada. “Esto no 
tenía que acabar así. No me has dejado ni contarte lo que quiero ofrecerte”. Ahí 
fue cuando le espeté esa frase que llevo toda mi vida queriendo colocarle a 
alguien de su nivel: “¿Pero tú sabes con quién estás hablando? Soy Maruja Torres 
y tengo muchos lectores que me he ganado a pulso opinando”.
Cuando me levanté e íbamos hacia la puerta le comenté que aunque me queda un 
mes de compromiso, dada la tensión reinante creía que era mejor que dejara de 
escribir de inmediato, y estuvo de acuerdo. Salimos y él se escabulló en 
dirección al jefe de Opinión, otro que tal. Dije adiós a las amigas de la 
sección y me fui. En recepción me pidieron el último taxi desde Miguel Yuste 40.
Al final de trayecto me esperaba una gran amiga. Con su ayuda salí del 
armario en Twitter, donde estaba como observadora como @mistrals, con unos cien 
seguidores. Di la noticia y hoy tengo casi seis mil.
Habéis sido maravillosos: vosotros, los compañeros de trabajo, los de 
profesión, los medios .com y los tradicionales, los amigos de Facebook, el 
comité de empresa del diario, los vecinos, los acompañantes en el viaje de la 
vida. Os doy las gracias y os digo que continuaremos. Claro que sí. Ayer pasé el 
día con mis jóvenes amigos de ‘Mongolia’, en un seminario sobre prensa de papel, 
de humor y sátira, y muchas más cosas. Hicimos proyectos. Pero habrá más cosas. 
Ahora necesito airearme y mimarme.
Ah, quedan un par de Perdonen que entregué quince días y una semana antes. Si 
no son muy buenos no me lo tengáis en cuenta: no sabía que iban a ser póstumos. 
Considerad que mi colu del jueves último fue mi despedida de ese medio al que 
quise tanto cuando era querible. Hoy todavía quedan en él muchas personas a las 
que aprecio y admiro, tanto entre los asqueados veteranos como entre los 
explotados jóvenes.
ME SIENTO MÁS LIBRE QUE NUNCA. Y hay también pena, claro. Me estoy acordando 
mucho de Jesús de Polanco y de su hija Isabel. Esperadme en el cielo, 
guapos.

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