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Las manos inocentes de los refugiados

Miguel Ángel Blanco Martín
Periodista

Desde hace muchos años me acompaña la imagen directa de unas manos infantiles contra el cristal de la ventanilla de un autocar con niños refugiados de la guerra de Bosnia. Manos pequeñas, llenas de dolor. Detrás, varios rostros infantiles llorosos, expresando la gran pena de la tragedia que inunda la inocencia en todas las guerras del mundo. Junto a ellos, una mirada, que soporta el dolor, de mujer, la madre, que los abraza. Del otro lado de la ventanilla, otras manos, de adulto, del padre, presionan el cristal, contra las manos infantiles entrelazadas. Es el dolor del padre que se despide de los hijos refugiados que escapan de la muerte, de aquella guerra, que era objeto de información periodística cada día. Con la sensación de que esa despedida puede ser definitiva. Este recuerdo y reflexión surge, a raíz de la publicación, “Refugiamos” (Lastura, editorial Juglar, 2016), un proyecto de la ONG Proactiva Open Armas. Bajo la coordinación de la escritora Graciela Zárate, han participado con relatos  y poemas cuarenta autores, en un directo gesto de solidaridad con el drama de los refugiados, de ayer, de hoy y del futuro.

"Continúa la persecución y el rechazo, pero los refugiados siguen adelante"

Han pasado ya bastantes años desde aquella imagen fotográfica, en portada de un periódico nacional. No he vuelto a saber qué fue de aquellos niños, de su madre, de aquel padre, si volvieron a encontrarse, si están vivos. Si permanecen las lágrimas y llantos de todas las víctimas de la guerra. Y en la mayoría de los casos, con la actitud silenciosa de los neutrales, de la calle, del mundo anónimo. Las imágenes de las tragedias se diluyen con el paso del tiempo. Pero siempre hay islas de solidaridad, de respuestas.

Sobre las tragedias de los refugiados de todo el mundo surge el poder de la palabra, la poesía, la literatura, que se rebela y reconstruye imágenes, historias, ideas, sensaciones. La ficción desmenuza las tragedias de la realidad y la sitúa ante nuestras miradas de tal forma que nadie pueda mirar a otro lado. Y desde esa ficción, que no engaña, resurge la verdad de lo posible. Para que ninguna conciencia pueda esconderse. Y de ahí, el sentido de “Refugiamos“, con el compromiso de autores de muchos lugares. Y en cada creatividad, en cada relato, en cada poesía, en cada escenario, surge una mano tendida, para construir un gran puente de acogida.

Refugiados de todo el mundo, sin tierra. Y eso significa, sin realidad. Como si no existieran. Sin embargo, los ecos de sus gritos, de sus lágrimas, de sus lamentos y protestas recorre el mundo entre multitud de obstáculos. Hasta que se desvanecen. Porque da la sensación de que la solución, desde el sistema de las naciones establecidas, está en ocultar las tragedias, deformar la realidad, ocultar las manos de los inocentes, de los perseguidos, de los expulsados y rechazados de todos los lugares. Por eso, los refugiados no existen para el sistema, aunque las normas internacionales digan lo contrario.

Los refugiados se niegan a desaparecer e insisten una y otra vez contra nuestras conciencias. Por mucho empeño en mirar a otra parte, los refugiados permanecen acusando a nuestra gran historia de la causa de la tristeza y degradación del Tercer Mundo. Lo que no puede evitar el sistema occidental es la rebeldía desde la solidaridad, para llegar al reencuentro de los iguales, refugiados del mundo por la hermandad que nos une en el cosmos, en el suelo, en las ideas, en la esperanza de un solo planeta para un único mundo. Solo hay una patria, sin fronteras: el mundo. Y en él cabemos todos.

Continúa la persecución y el rechazo, pero los refugiados siguen adelante. Y a su lado, grandes y pequeños gestos les acompañan. La literatura y la poesía se han convertido en refugiados, en compañeros por todos los caminos. Dispuestos a compartir el destino de todas las manos, miradas, cuerpos que se arrastran por los caminos, convirtiendo cada lugar en una tierra de supervivencia. Vamos juntos, decididos a no renunciar, a demoler todas las fronteras con nuestras manos. Hasta llegar al final.