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Confusión y futuro del patrimonio monumental almeriense

Antonio Gil Albarracín
Historiador


En un balance del estado patrimonial almeriense nos hallamos muy lejos de aquel 1852 en que los componentes de la Diputación Provincial de Almería aprobaron la supresión de la partida 3.000 reales para monumentos artísticos “porque en este país no los hay dignos de conservarse”. Las presiones inmobiliarias han hecho estragos en Almería y además pesa la desidia o dejadez propia de la gente de la tierra que ha condenado al abandono, entre otros edificios, de los palacios de Arboleas, en Huércal de Almería y de Almanzora, en Cantoria; asimismo se han contaminado la mayor parte de las actuaciones sobre el conjunto monumental, en las que pesa a menudo la inexperiencia de los autores de los proyectos seleccionados y en muchos casos la decisión arbitraria de políticos y funcionarios con capacidad de resolución.

Mesón Gitano

La legislación vigente sería suficiente, si no fuera burlada con interpretaciones torticeras. Buena parte de los B.I.C. almerienses son de carácter genérico y carecen de perímetro de protección y desde hace décadas estoy manifestando mi disposición a felicitar a las autoridades competentes por haber transformado el carácter de los mismos en específicos, con su correspondiente perímetro de protección. Pero cuando se hace, como en la Alcazaba, se aprueban actuaciones que, salvo burla de la norma, no tendrían cabida en legislación vigente.

El panorama es, pues, que el patrimonio es despreciado o utilizado como instrumento de propaganda, considerando que cuanto mayor sea la cantidad de euros destinada al mismo más se rescata, sin tener en cuenta que esas partidas, sin proyecto ni ejecución adecuada, pueden resultar destructoras, convirtiendo los monumentos en víctimas de agresiones, disimuladas como restauraciones. Sirva de ejemplo la pretendida restauración del Mesón Gitano, que ha servido para la construcción de un gigantesco búnker y la recuperación de un proyecto franquista de una gran vía, tan destructora del casco histórico de la ciudad, que no se atrevieron a ejecutarla entonces.

Un notable conjunto de disparates se alberga en el Museo de Almería, creado sin edificio propio durante el periodo republicano, careció del mismo hasta la transición democrática, hasta que se instaló en uno que había albergado a la Sección Femenina, edificio que hubo de ser clausurado en un par de décadas. Tras un proyecto encargado a arquitectos locales que fue abonado y abandonado, se encargó el ejecutado, reconocido como uno de los mejores construidos en España en las últimas décadas.

Sin embargo, tan extraordinario edificio alberga un costosísimo discurso museográfico que lo desvirtúa y frivoliza: oculta el eje central de distribución del inmueble mediante la instalación de una desproporcionada columna estratigráfica, llena de obstáculos salas que eran perfectamente accesibles para minusválidos y centrado en la prehistoria, pero también incluye un caduco discurso maurofílico romántico, tan acientífico como falso.

La simbolización en el Museo de la ocupación cristiana de la ciudad entre 1147 y 1157, en realidad simboliza el final de la cultura islámica en Almería, la muestra permanente no acoge etapas posteriores, está representada por un bolaño, muestra de la belicosa “brutalidad cristiana”, que hace añicos una losa de mármol, representativa de la idealizada “sensibilidad islámica”.

Llegados a esta situación, la incapacidad para la gestión y probablemente la escasez de recursos, en parte provocada por el dispendio en empresas innecesarias, esté en el origen del abandono y ruina del castillo de San Pedro, de la torre fuerte de los Alumbres de Rodalquilar o de la misma Alcazaba de Almería, por citar casos conocidos de todos.

He llegado a pensar que hasta que no se establezcan y cumplan criterios adecuados para que una intervención en el patrimonio no se convierta en agresión debía de eliminarse o retenerse la partida destinada a restauraciones; de hecho los recortes de los últimos años han contribuido a ello. Pero la inviabilidad de dicha propuesta, pues la urgencia de muchas intervenciones impide llegar a dicho extremo, me lleva a pensar en nuevos gestores de dichas partidas que respondan a criterios solventes que aseguren la conservación de un patrimonio cuyo futuro se haya en peligro.