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Tras la pista de 'Los Coloraos'

Marta Rodríguez
Periodista

Los Coloraos representan uno de los episodios más recordados de la historia de Almería. La ciudad les rinde homenaje verano tras verano y uno de nuestros monumentos más emblemáticos, el Pingurucho de la Plaza Vieja, está dedicado a su memoria. Sin embargo, estos Mártires de la Libertad encierran una enorme paradoja: por más tributos que se les brinden, el desconocimiento se cierne sobre ellos.

En un intento de rescatar esa historia, Carmen Ravassa emprendió hace más de dos años la difícil tarea de sumergirse en los archivos con la idea de publicar un libro. El libro, El colorao no es rojo (SoldeSol, 2016), acaba de ver la luz y, con él, un secreto enterrado por el olvido y el tiempo: la ubicación de los restos de este grupo de hombres, precursores de la democracia, que en el siglo XIX dieron la vida en nombre de la libertad.

'El Colorao no es rojo'
Es sabido que después de su fusilamiento en agosto de 1824 y una vez muerto quien los mandó fusilar -el absolutista Fernando VII-, los restos de Los Coloraos fueron pasando de un sitio a otro. De un cenotafio en la puerta del antiguo Cementerio Belén, en la Rambla, a un nuevo monumento en la Puerta de Purchena (entonces Plaza Cádiz) y su traslado, después, a la Plaza Vieja. “Allí permaneció hasta 1943, Franco había llegado al poder y vino a entregar las llaves de unos pisos a unos pescadores. Ante la inminencia de la visita, el jefe de la Falange mandó un oficio al alcalde para que quitasen el monumento por lo que representaba. Lo desmontaron y echaron las piedras a la Plaza Pavía. De los restos nunca más se supo”, explica Ravassa.

Con la llegada de la democracia, un grupo de almerienses promovió que se recuperase la memoria de estos héroes que defendían la Constitución de 1812, la Pepa, en la que se reconocía al rey, pero no su poder absoluto. Esa memoria se rescató. A través del Pingurucho que todos conocemos, inaugurado en 1988. Pero, ¿acaso nadie se acordó de los restos? Carmen Ravassa sí se acordó de los restos de Los Coloraos. Pero muchos años después. Tras indagar en todos los archivos imaginables de la ciudad, la autora de Historia de una larga construcción: Teatro Cervantes de Almería (Círculo Rojo, 2013) recurrió al del Cementerio de San José, donde buscó uno a uno los nombres de todos los caídos. No encontró nada. “Al final, probamos con Mártires de la Libertad y aparecieron: ‘Mártires de la Libertad, inhumados el 7 de mayo de 1948 en el Cementerio de San José’. Se me pusieron los pelos de punta”, expresa.

Con los datos que le facilitó la administrativa que la atendió, la escritora localizó el nicho en la parte antigua del camposanto. “Se me cayó el alma al suelo. Lo encontré tapado con cemento, sucio por el paso del tiempo y con claras muestras de no haber sido cuidado jamás, sin nombre ni fecha”, recuerda. En ese preciso momento, Carmen Ravassa se prometió que movería cielo y tierra hasta lograr que se dignifique la tumba de quienes tanto hicieron por la humanidad. En ese afán, en febrero se reunió con la concejal de Cultura de Almería, Ana Martínez Labella, que se mostró receptiva y se comprometió a informar al edil responsable de los cementerios, Carlos Sánchez.

Carmen Ravassa
“Se puede hacer algo parecido a lo de Celia Viñas. No hace falta que sea un monumento, pero que se sepa que están ahí enterrados. Yo me comprometí con ellos y esa palabra va hasta el final y, si hace falta,  me moriré luchando por eso.  Me parece incongruente que todos los años se les rinda homenaje y que ellos estén así, de cualquiera manera. El día menos pensado eso se cae y se pierden para siempre”.

"Yo dejaría el Pingurucho en la Plaza Vieja porque moverlo costaría un dineral y ese dinero hace falta para otras cosas"

El debate sobre si habría que trasladar el Pingurucho de Los Coloraos de la Plaza Vieja se ha avivado en los últimos días tras unas declaraciones del alcalde de Almería, Ramón Fernández-Pacheco, en las que no descartaba consultar a la ciudadanía posibles ubicaciones. La autora de El colorao no es rojo lo tiene claro: “Moverlo tiene que costar un dineral, eso si no se rompe al desmontarlo y entonces hay que encargar otro. Sería una obra faraónica. Yo lo dejaría ahí, ese dinero hace falta para otras cosas”. Tal y como señala, el actual monumento costó 16 millones de pesetas de 1980, unos 100.000 euros al cambio.