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La clasificación de la violencia

Cristina Da Silva Molina
Periodista

La almeriense Cristina Da Silva Molina, de 25 años, se encuentra entre las personas heridas en los atentados terroristas registrados en Bruselas. La joven se encontraba en la capital belga realizando un máster en Ciencias y Tecnologías de la Información y la Comunicación, en la Universidad libre de Bruselas.


Cristina Da Silva Molina (Foto: La Opinión de Almería)

"Siempre me ha apasionado la comunicación. Mi casilla de salida fue el periodismo. Pero pronto descubrí el mundo del cine y, con él, se abrió ante mí un abanico de posibilidades. No sólo por el hecho de que ambas ocupaciones se complementan, sino porque juntas ofrecen una perspectiva amplia del panorama mediático y del universo de la imagen en el que vivimos"

"Creo que es importante mantener una visión abierta en todos los campos, amén de la motivación necesaria para avanzar en ellos. De lo contrario, difícilmente se puede alcanzar algo constructivo. Por ello, considero que poseo una buena capacidad de adaptación y un verdadero interés por lo que hago"

Cristina estudió en el IES Aguadulce entre 2007 y 2009, año en el que se marchó a Madrid para cursar el Grado en Periodismo y Grado en Comunicación Audiovisual en la Facultad de Humanidades, Comunicación y Documentación de la Universidad Carlos III.

Precisamente en el blog "Como coser y cantar, un aprendizaje de periodismo", Cristina escribió en octubre de 2013 este artículo sobre la violencia:

La clasificación de la violencia

Por Cristina Da Silva Molina

El uso de la palabra violencia es muy común y, sin embargo, en no pocas ocasiones resulta harto difícil detectar a qué grado concreto nos referimos cuando la empleamos. La frontera entre lo aceptable y lo inaceptable en términos de violencia es complicada, y su situación varía en función de la perspectiva desde la que se considere. Más aun, el mero hecho de establecer dicha dicotomía, lo lícito y lo ilícito, a la hora de analizar un acto o una actitud violenta, encuentra su base en la idea de que existe un tipo de violencia que es permisible y otro tipo que no lo es. Es en el mismo momento en que surge este precepto básico de clasificación de los hechos violentos, el instante en que la violencia que es considerada como aceptable precisa una justificación.

Atentado en Bruselas
Para Miquel Rodrigo (1), el quid de la cuestión está en que la violencia siempre ha sido una “construcción histórica”, de tal forma que su concepción y, por ende, sus posibilidades de justificación se han transformado con el paso de una época a otra, dependiendo de las circunstancias históricas. Sin embargo, la tipificación de la violencia no depende únicamente del devenir de los tiempos, ya que el escenario cultural en el que se concibe la idea incide indiscutiblemente sobre ella. Nos encontramos, pues, frente a un fuerte condicionante en cuyo seno se crea el imaginario preconcebido sobre la violencia: el contexto. Este imaginario es, además, colectivo, ya que se origina y es compartido por el conjunto de la población.

"¿En qué casos la violencia es digna y en qué casos es justificada? Un ejemplo de violencia digna es el de las ofensivas militares en países en guerra"

El narrador de la violencia (los medios, los organismos oficiales…) intenta explicar el porqué de un hecho violento o un actitud violenta concreta. Se trata entonces de hallar en qué casos la violencia es aceptable, saber si en el hecho o la actitud en cuestión lo ha sido y transmitir esa idea a una población con la que el narrador comparte ese imaginariopreconcebido sobre la violencia. Para poder justificar la violencia cometida o por cometerse, primero hay que clasificarla. Rodrigo Alsina distingue cuatro categorías, agrupadas de dos en dos: la violencia digna e indigna y la violencia justificada e injustificada.

Pero no basta con decidir cuál es la naturaleza de una violencia concreta; hace falta una estrategia que articule el discurso y le proporcione coherencia. Así, mientras nos refiramos a la dignidad de la violencia, emplearemos una estrategia teleológica; y si, por el contrario, ponemos el acento sobre la justificación de la violencia, nos hallaremos ante una estrategia etiológica. La primera, la estrategia teleológica, se basa en si la violencia realizada tendrá una consecuencia positiva o negativa. La segunda, la estrategia etiológica, trata de explicar las circunstancias que rodean a la violencia (quién ha cometido el acto violento, en qué situación, por qué motivo). En definitiva, ambas estrategias pretenden resolver si el hecho violento es aceptable o inaceptable, y ofrecer una explicación que legitime la decisión.

¿En qué casos la violencia es digna y en qué casos es justificada? Un ejemplo de violencia digna es el de las ofensivas militares en países en guerra. La Comunidad Internacional considera que el beneficio que se obtendrá ganará peso en la balanza al inconveniente de intervenir por la fuerza. Suele razonarse, en estos casos, que el número de vidas que se salvará será mayor que el de personas que morirán si se deja al país a su suerte, o que mediante el ataque se restaurará la paz. El envío de tropas a Egipto tras la revuelta árabe es un claro ejemplo. Por otro lado, un acto violento está justificado cuando se considera que las circunstancias que rodean a quien lo cometió son atenuantes (tal y como refleja el Derecho Penal). Un homicidio en defensa propia sería el ejemplo más conciso.

La violencia es indigna si su consecución no sirve para más que la propia destrucción y el daño ocasionado por ésta. Así se considera, por el momento, una posible intervención militar en Siria, ya que parece ser suficiente con la resolución que las Naciones Unidas ha aprobado para desarmar al país de su arsenal químico. Una violencia injustificada es aquella que, bajo ningún concepto, tiene explicación posible. Un ejemplo paradigmático de este tipo de violencia es, especialmente, la ejercida sobre los niños. El secuestro, el maltrato, el abuso o el asesinato, ilustradores de éste último los casos de Madeleine, Ruth y José o el reciente de Asunta, ya que en todos ellos se ha señalado a uno de los progenitores o ambos como causante de la muerte; al margen de que la acusación se halla confirmado (caso de Ruth y José) o esté aún por esclarecer (casos de Madeleine –tan siquiera se sabe si la niña ha muerto o ha sido secuestrada– y de Asunta).

En definitiva, son los medios de comunicación los que actúan como intermediarios para explicar a la población si un acto violento es permisible o no y cuáles han sido o son las causas que lo han motivado. Hay quienes culpan a los medios de ofrecer una imagen del mundo cada vez más violenta. Otros, como Rodrigo Alsina, opinan que éstos se limitan a reflejar una violencia creciente en la sociedad contemporánea. En cualquier caso, los periodistas, como parte de ese imaginario sobre la violencia, no escapan, sea de manera voluntaria o involuntaria, a la manera generalizada de narrar la violencia, tipificarla y justificarla (o no).

(1) Miquel Rodrigo Alsina (Barcelona, 1955) es catedrático de Teorías de la Comunicación de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Especializado en el estudio de la representación de la violencia y de la interculturalidad en los medios de comunicación, ha publicado varios escritos sobre esta temática en diversas revistas especializadas. El artículo analizado aquí, “La narrativización de la violencia”, se incluyó en el número nº 17 (septiembre-diciembre de 2003) de la revista Quaderns del CAC, publicada semestralmente por el Consejo del Audiovisual de Cataluña.