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La muerte también llega a Soledades

Manuel Zaguirre
ExSecretario General de la USO

El histórico sindicalista Manuel Zaguirre, natural de Bacares (su ‘Soledades’ querido), no ha podido disfrutar de su pueblo de nacimiento todo lo que él hubiera deseado. Ahora, liberado de ciertas obligaciones, hace un frecuente reencuentro literario, y también físico, con su tierra de origen. Se reproduce un hermoso artículo sobre un entierro en el pueblo.

En mis 68 años de vida nunca tuve ocasión de presenciar la muerte en Soledades. Cierto que no viví aquí de forma estable y continuada. Pero no es menos cierto que, pese a la emigración, tan temprana, nunca perdí el vínculo con Soledades, ya fuera porque me trajeron mis padres en inolvidables veraneos infantiles o porque siempre vine yo de motu proprio ya mayor … La verdad sea dicha, tampoco coincidí nunca en Soledades con el nacimiento de un niño o una niña, aunque me consta que son más los que se van que los que vienen, bastantes más…

El imperativo de la emigración, ahora que caigo, causó que la mayor parte de mis ancestros, abuelos y padres, más exactamente, no descansen en este hermoso y escarpado cementerio de Soledades que parece colgado de la ladera de un monte que hay frente a El Layón y cuyo nombre o no recuerdo ahora o no supe nunca. Sólo mi abuela paterna, Ana, reposa en este cementerio que parece flotar suspendido en el aire. Mis abuelos maternos, Juan e Isabel, yacen en un cementerio que mira al mar en una ciudad que creo que es la más grande de Catalunya tras Barcelona. Allí descansan también los restos de mis padres, Manuel y Angeles, que tanto amaron a Soledades … y a Catalunya.

Cementerio de Bacares (Foto: Manuel Zaguirre)

Es cierto que la patria de uno es donde vio y recuerda la primera luz, es decir, su infancia. Pero no debe ser menos cierto que la patria de uno es también donde vio la luz por última vez, o sea, su vejez…

El caso es que ayer de madrugada murió un señor de y en Soledades, aunque afincado en Almería donde vivía y trabajaba desde hace mucho tiempo. Una enfermedad asesina lo había sentenciado y él vino a su pueblo natal, al último trayecto. Al parecer, quería que la última luz que viera fuera la misma que la primera … A él, Pedro Pando, creo que no llegué a conocerlo; sí a un hermano y a algunos de sus parientes que viven fijos en Soledades.

Impresiona, a mí al menos, que sea prácticamente toda la población de Soledades, además de un buen número de amigos y compañeros venidos de Almería, que esperaba en silencio la salida del féretro a las puertas del tanatorio, que desfilaba hasta la iglesia y abarrotaba ésta para la ceremonia religiosa, a cargo de un cura que atiende un cierto número de parroquias de la comarca pues sabido es el enorme déficit de éstos. Una misa de difuntos habitual, con la consabida carta de San Pablo –el verdadero cerebro del invento- y unas palabras laudatorias del cura para el difunto, al que me temo que no conoció ni de oídas…

Me llamó la atención que, pese a estar el templo lleno, sólo tomaron la comunión tres personas: dos señores y una señora, uno de los cuales es amigo y pariente muy remoto, pero pariente, y fue alcalde de Soledades al inicio de la Democracia. Tras la misa, camino del cementerio, comenté este hecho de los pocos comulgantes con gente amiga con la que tengo algo más de confianza. Las razones son diversas. Unas tienen que ver con la limitada empatía que tienen muchos lugareños de buena fe con una Iglesia y unos curas muy lejanos aún… Otras me parecieron especialmente pintorescas, “mire usté, misa de verdad es cuando toca los domingos; ahí si comulga mucho más gente… esto era un responsillo”.

En todo caso, sin sombra de ironía ni chanza alguna, que descanse en paz Pedro Pando, buen paisano al margen de que yo, tal vez, no llegara a tratarlo, y sinceras condolencias a su familia, algunos de cuyos miembros sí tengo ocasión de tratar.

Por último, permítanme dos vivencias personales en relación al protocolo de la muerte en nuestro universo cultural y religioso, tan ramplón a veces:

1) Mi madre murió hace unos años a causa de un criminal accidente doméstico que la dejó tetrapléjica. Sólo movía los músculos de la cabeza, es decir, podía sonreir, y lo hacía pese a todo, mirar, comer despacito lo que alguien le daba. Con seguridad podía pensar y llorar… El caso es que vivió así más de tres años si no recuerdo mal, para sorpresa de los médicos que no daban crédito a aquel apego a la vida y a aquella resistencia a la muerte.

Mi madre era un roble y viviría todavía y estaría activa de no ser por aquel accidente de un maldito 1º de noviembre…. Total, que su cadáver lo trasladaron al tanatorio del Hospital Universitario “Germans Trias i Pujol”, o “Can Ruti”, donde murieron mi padre y El Camarón de la Isla en Junio de 1992. Antes del último viaje al cementerio, en una capilla que tienen allí para estos efectos formales, un cura anodino absolutamente desconocido ofició un breve responso “por el alma de nuestra hermana Angeles”. Dijo alabanzas de oficio, huecas, sobre mi madre, sobre su vida y trayectoria… hay que joderse.

Yo tuve que cerrar el acto con unas palabras de recuerdo y agradecimiento, a mi madre y a cuantas personas había allí, muchas de las cuales eran compañeras y compañeros que habían venido de muy lejos...  Me dirigí al cura de oficio para empezar, “las cosas que ha dicho usted de mi madre sin conocerla; imagínese lo que diría de haberla conocido…” Al hombre no debió gustarle el comentario porque, situado a un lado mío y un poco detrás, ví que desapareció al poco.

2) Ësta no la viví, me la contaron. Hace más de 50 años, la emigración masiva a causa del cierre brusco de las minas de hierro cuando venció el siglo de concesión a las compañías extranjeras que las explotaban, puso en grave riesgo de supervivencia a Soledades. Pero había gente, en el propio pueblo y en la emigración en Catalunya, dispuesta a que eso no ocurriera, y hacían cuanto podían para ello. Una forma de potenciar Soledades, su presente y su incierto futuro, entre otras, era que no desapareciera la música, seña de identidad histórica del pueblo.

Y había una Banda de Música, con perdón, algunos de cuyos miembros vivían en Soledades y otros en Catalunya. Salvo mi padre, que era el más viejo y había estudiado música, los demás músicos eran aficionados que amaban a Soledades y la música era una forma de demostrarlo. Reunirse a tocar, aún a costa de largos viajes en poco tiempo para algunos de ellos, con cualquier motivo, ya fueran las Fiestas del Santo Cristo, o el Día de Santiago, o la Semana Santa, o una boda, o un entierro … era una forma de hacer patria, de afirmar Soledades.

"Un pueblo sin música es un pueblo sin vida" (Manuel Zaguirre)

Mi recuerdo emocionado, cariño y respeto para aquellos músicos que, tal vez sin plena consciencia de ello, tanto hicieron por su pueblo: Mis primos Manolo y Paco, Manuel el de Elena, Frasquito, primo de mi padre, que era sordo pero eso no era problema porque también lo era Beethoven, como a él le gustaba recordar, Casimiro, Juan el de Marcela, Juan “Fuentes”, Dieguito, Gabinillo, y mi propio padre, entre otros…

El caso es que se produjo un fallecimiento en el pueblo y, tras la ceremonia religiosa, convinieron que la Banda y la música acompañaran al fallecido al cementerio… Mi padre, que venía a ser como el director, sugirió una marcha fúnebre o de procesión como más adecuada para la ocasión … “qué marcha, Manuel, si lo que nos sabemos es la media docena de pasodobles…”, “bueno, pues con pasodobles pero muy despacio y sin cargar apenas el bombo…”.

Y así fue hasta la salida del pueblo; no llegaron al cementerio porque queda muy retirado. Qué mejor que un buen pasodoble, aunque lento, para ese tránsito…

Las decenas de muchachos y muchachas, excelentes músicos, que integran la Banda de Música de Bacares, “Anacrusa”, y compiten con éxito en Certámenes de Bandas, así como Soledades en su conjunto, no deben olvidar nunca a aquellos hombres y músicos sencillos, algunos afortunadamente vivos, y cuanto hicieron por la vida y el progreso de su pueblo … porque un pueblo sin música es un pueblo sin vida …