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El año que vivimos peligrosamente

Pedro M. de la Cruz
Director de La Voz de Almería

Hay años que marcan una década; espacios de tiempo que se proyectan más allá de la geografía convencional del calendario. 2015 es uno de ellos. Desde antes de pisar su umbral ya sabíamos que iban a ser doce meses decisivos para el futuro político de España. Hasta ahora no ha defraudado y puede que lo peor, por irresponsabilidad de todos e inmadurez de algunos, esté por llegar.

Cuando el ciclo electoral llegue a su fin con las elecciones generales de noviembre, ya nada será como antes; el bipartidismo habrá sido sustituido por el cuatripartidismo. Habremos vivido un año histórico (y no estoy aludiendo al WhatsApp que recibí de Miguel Cazorla a las 23,22 horas del pasado jueves en el que anunciaba que tras sus encuentros con PP y PSOE se felicitaba y felicitaba a sus compañeros de militancia, amigos y periodistas, “porque estamos haciendo historia (…) en un día histórico para Almería, Andalucía y para España”).

La Voz de Almería de hoy
Cerrado el paréntesis, regresemos a lo serio. Es innegable que la irrupción de Podemos y Ciudadanos ha tenido el impacto que se preveía. El bipartidismo no ha saltado por los aires, pero su deterioro es irremediable al haber sido cultivado a pulso por quienes lo llevan protagonizando desde el 78. Frente a los que ven en estos nuevos actores de la escena política el apocalipsis o la llegada a la tierra prometida, habría que recordar que entre el temor y la euforia, tan desmesurados cuando quienes los protagonizan son políticos sin oficio o periodistas en busca de beneficio, hay un territorio por el que circulan la inmensa mayoría de ciudadanos y que no es otro que el del sentido común, tan cerca del reformismo como alejado del aventurismo de cátedra y laboratorio.

Lo inquietante es que quienes desde las elecciones andaluzas del 22 de marzo y desde las municipales del 24 de mayo han sido elegidos por las urnas para diseñar el futuro inmediato están mostrando una incapacidad cercana al esperpento. La obstinada obsesión por bloquear la investidura de Susana Díaz revela un tactismo tan primario que sólo pensarlo produce escalofrío. Susana Díaz pudo haber errado al adelantar a marzo la inestabilidad que ya tenía garantizada en mayo (¿o es que alguien piensa que, tras los resultados del 24 M, los militantes de IU, tan infectados de “podemitis”, iban a aprobar la continuidad en el Gobierno andaluz?), pero las urnas hablaron y pusieron a cada uno en el lugar que quisieron.

Por eso resulta difícil de entender (o no; lo que sería peor) la contradicción del PP apoyando por la mañana que gobierne la lista más votada y apostando por la tarde por boicotearla sin solución alternativa; o la chulería chantajista de Podemos intentando imponer en Andalucía unas líneas rojas que no son capaces de dibujarlas para Madrid o Barcelona; o la indefinición de Ciudadanos, yendo de la yenka (izquierda, izquierda, derecha, derecha) a la La Parrala (que sí, que sí; que no , que no) y sobre la que ya cabe la duda de si obedece a un ejercicio de marketing o sólo es consecuencia de la ausencia de estrategia definida.

Todo lo anterior, tan irresponsable, tan inmaduro, son pruebas reveladoras de en manos de quién estamos. Pero como toda situación es manifiestamente empeorable, en el escenario de pactos que exige el gobierno de municipios y autonomías ya ha aparecido el delirio. Porque no puede calificarse de otra cosa la desorientación de un PP que ha ganado las elecciones pero se encuentra KO ante la pérdida de poder y la ausencia de discurso y liderazgo; o el infantilismo arribista del PSOE, coqueteando con Podemos en la inconsciencia de creer que han ganado las elecciones cuando las han perdido y que, su cercanía a Pablo Iglesias, si no la manejan bien, les puede llevar a una cumbre que sólo sea la antesala del despeñadero; o el egocentrismo de Ciudadanos, revestidos de pontifical para escuchar en el confesionario mediático a los pecadores de PP y PSOE antes de decidir el perdón de sus pecados y la penitencia que deben pagar por ellos.

Menos mal que en Almería y salvo la extravagancia de las sucesivas puestas en escena de la capital, la inmensa mayoría de los concejales electos no han caído en la impostura. O al menos no lo han exhibido. Las alcaldías de Adra, Roquetas, Níjar, Vera o Cuevas siguen en el aire pero quienes aspiran a ellas desde la legitimidad de los votos están cultivando la prudencia y no se han abandonado ni a la ambición sin mesura, ni al exhibicionismo sin medida.

Faltan seis días para que los nuevos Ayuntamientos se constituyan y nadie espera que vuelva la cordura a quienes no la tienen. Ellos serán los culpables. Que luego no se quejen si, cada día, los ciudadanos se sienten más alejados de ellos.