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Sí, se puede

Pedro M. de la Cruz
Director de La Voz de Almería

La Voz de Almería anunciaba el pasado jueves que casi mil trabajadores se trasladarían en los próximos días al Parque Científico-Tecnológico de Almería. La casi totalidad de esta oleada pertenece a empleados de Cajamar, pero esta circunstancia de importancia excepcional y la instalación de casi cien firmas en sus instalaciones induce, ya sin duda, al optimismo. Cuando Martín Soler (ahora tan criticado por algunos que tanto le aplaudían antes; la miseria humana, ya saben) propició y defendió la idea, solo unos pocos creyeron en el proyecto. Un Parque, y además Científico y Tecnológico, ¡qué disparate!

La Almería que agoniza nunca ha creído en sus posibilidades. Los invernaderos se le antojaban una quimera delirante en medio de aquella vega autárquica de poca rentabilidad y mucho lagarto; La Rambla, un vertedero salpicado de puentes bajo los que se apostaban los mirones para ver el paso fugaz de las niñas vestidas con falda escolar, tan bien descritos por Eduardo D Vicente en sus libros; el mar, una playa rodeada de arrabales en la que sólo a un loco se le podría ocurrir construir un paseo marítimo; la Universidad, una aspiración inalcanzable propia de intelectuales con título y sin cabeza; en fin, para qué seguir.

La Voz de Almería de hoy
Toda la historia de Almería hasta casi antesdeayer ha sido siempre una lucha constante entre una vocación ensimismada y paralizadora y una voluntad transformadora y de futuro. Incluso cuando los hechos han demostrado que era posible hacer mañana lo que no supimos (o no quisimos, o nos impidieron) hacer ayer, todavía hay entre nosotros tipos a los que los invernaderos les suponen una agresión a la imagen ocre a la que desearían permanentemente regresar, la Universidad un centro de segunda división comparado con Murcia o Granada y la Rambla un mamotreto que destruyó aquellas últimas tardes de escombros y moreras.

Nostalgia y melancolía por un tiempo acabado. Afortunadamente acabado. Y no es así, nunca ha sido así. El PITA -como antes la Universidad, y antes la Rambla, y antes el Paseo Marítimo y ahora los parques y jardines y las aceras y el carribici y tantas cosas- siempre han supuesto avances sin vuelta atrás. Me contaba un día Luis Rogelio cómo había llegado a acostumbrarse al chaparrón de críticas cada vez que el gobierno municipal ponía en marcha una obra. “Yo lo tengo claro -decía con tino el alcalde-, cada vez que empezamos una obra los vecinos se acuerdan de mi madre con ninguna buena intención y, cuando la terminamos, vuelven a acordarse de ella en un sentimiento totalmente contrario”.

Así es la historia de esta capital que algunos quieren encerrar en un poblachón y otros, cada vez más, muchos más, ya saben que viven en una ciudad. El PITA viene, ha venido ya a demostrar que hay vida más allá del Cañarete, que las industrias no terminan en la Cuesta de los Callejones, que tenemos una geografía por explotar que puede convertirnos en un centro agroalimentario formidable a nivel mundial. Y no estoy pensando sólo en la tecnópolis a la que en los próximos días Cajamar le dará alma, corazón y vida, sino en el bolero de progreso interminable que puede suponer que las miles de hectáreas de barrancos y rastrojeras que existen entre el Parque y El Alquián -y que quedarán situadas entre la actual autovía y la futura línea del AVE- se conviertan en un polígono de producción y transformación agroalimentario.

Es posible que en esta mañana de domingo algunos lectores lleguen a pensar que esta idea es una delirante quimera. No pasa nada. Como escribía hace unas líneas también calificaron otros de quimera delirante los primeros invernaderos, la Universidad, la Rambla, el Paseo Marítimo hasta la UAL…y tantas cosas. El tiempo siempre acaba alcanzándonos y no estaría demás que, por una vez y para que sirva de precedente, nos adelantáramos nosotros a un futuro que nos adentre en la modernidad. Los pobres de espíritu pueden conquistar el reino de los cielos, pero los mansos nunca poseerán la tierra. Los bienaventurados de hoy serán los que, convencidos de que sí se puede, sean capaces de conquistar el mañana.